domingo, 3 de abril de 2011

Hugo Martínez, un músico francés con trompa de elefante que toca por las calles de Patagones y Viedma


¿Quién no se ha percatado de la presencia de ese muchacho flaco y desgarbado, con gorra de visera y aparatosa trompa de elefante que toca el acordeón en algunos sitios callejeros de Patagones y Viedma?

Se llama Hugo Martínez y es francés, andaba recorriendo el país y se quedó aquí, por amor a una muchacha de Patagones; toca 5 horas diarias con disciplina y responsabilidad, porque ese es su trabajo, lo que le permite vivir y mantener a su familia
Nació el 10 de septiembre de 1978 en Saint Etienne, una ciudad del centro de Francia a 60 kilómetros de Lyon; cuando tenía14 años quería aprender a tocar la guitarra, pero unos años más tarde, ya con 24, estando de paseo por la República Checa, en la ciudad de Praga, un acordeón cayó en sus manos. “Muy pronto me pude entender con él, me colgué la correa y empecé a tocar un ritmo mientras caminaba por la calle”, recuerda, con naturalidad

De trotamundos
Hugo tuvo infancia y adolescencia muy andariegas –“mi padre trabajaba en la educación y los tres meses de vacaciones estábamos siempre de viaje” apunta- y quizás por eso mismo, ya con el acordeón y la trompa de elefante como compañeros inseparables, tomó la decisión de salir a conocer el mundo, hace 6 años.
“No conocía América del Sur, y tenía atracción por conocer Chile, me daba curiosidad la forma en el mapa, de un país alargado, con climas cambiantes. Sin hablar nada de castellano llegué a Santiago de Chile, pero enseguida viajé a Valparaíso porque no me gustan las capitales de los países, ni las grandes ciudades, y me puse a tocar en el Paseo Yugoslavia. Era muy caro todo y lo que juntaba apenas me alcanzaba para el hotel y la comida; así que me fui a Bolivia, estuve un poco en La Paz y después en Oruro, justo para el carnaval” relata, sin entrar mucho en detalles sobre esa época de su vida.
Subraya que “pienso que las principales expresiones culturales de un país no siempre están en las capitales, sino que a veces se encuentran mejor en las ciudades más chicas y apartadas”.
“En Oruro me encontré con un músico canadiense que toca el charango, pasamos juntos a Potosí y de allí a la Argentina, con el plan de hacer el viaje de León Gieco, pero al revés: de La Quiaca a Ushuaia, siempre a dedo. El canadiense sabía hablar bien en castellano y me manejaba con él, así fuimos pasando por Córdoba y La Pampa, entramos a la ruta 3 en Bahía Blanca, pero no recuerdo si pasamos por aquí, solamente que una noche un camión nos dejó en San Antonio Oeste” continúa.
La etapa siguiente fue Comodoro Rivadavia, la gran ciudad chubutense, donde el destino del francesito del acordeón comenzaría a cambiar. Porque allí se encontró con Laura Calfín, actriz, clown, malabarista, que desde Carmen de Patagones había llegado a la cuna del petróleo argentino para desarrollar una experiencia de teatro social callejero.
Para Hugo aquel encuentro significó también el descubrimiento definitivo de la intimidad del país y su gente, fue la zambullida necesaria en la argentinidad. “En la casa donde Lau vivía con otros dos chicos me senté y me puse a tomar mate, empecé a practicar un poco mi español y al rato ya me preguntaron si era de Ríver o de Boca, empecé a conocer gente común, que trabaja y va al supermercado, porque fue el primer encuentro donde sentí que estaba con argentinos”.
El viaje siguió con el itinerario proyectado. “Llegué a Ushuaia porque quería darme el gusto de estar en el fin del mundo y me sentí muy emocionado porque como músico de la calle tocaba en el fin de mundo. Pero la ciudad no me atraía y quería volver a Comodoro para encontrarme con Lau” avanza en su recuerdo.
Durante los dos años siguientes se quedó en Comodoro Rivadavia, tocando en la calle por supuesto. Para fines del 2007 la pareja hizo su primer acercamiento a la Comarca.

Navidad en la cooperativa
La fecha la tiene anotada Laura (que aporta datos mientras el cronista entrevista a Hugo) y es exactamente la del 24 de diciembre de 2007, la tarde en la que por primera vez el flaco francés con nariz de elefante se plantó ante la gente de Carmen de Patagones, en las puertas del supermercado cooperativo de la calle España. “Me fue muy bien, la gente escuchaba y dejaba sus monedas y sus billetes, junté una buena platita” apunta Hugo.
Después de las fiestas de fin de año regresaron algunas semanas a Chubut y para los primeros meses del 2008 ya estaban en Carmen de Patagones. Comenzó entonces la instalación paulatina del acordeonista en las calles de las dos ciudades hermanas. Fue el momento de determinar sitios y rutinas.
De la experiencia acumulada Hugo Martínez extrae aprendizajes, y los vuelca en una serie de reflexiones. “Hace 8 años que hago esto (sumando los tiempos en Europa, Chile, Bolivia y nuestro país) y uso la disciplina de trabajo que aprendí en Francia de parte de unos músicos callejeros gitanos, que me decían: hay que salir, hay que ir a los lugares en donde a uno lo esperan. Así, por ejemplo, yo tengo la obligación de ir todos los sábados a la mañana a la feria municipal de Viedma. Voy a tocar, cuidando que los temas que elijo estén de acuerdo con el clima de la gente, y con el estado el tiempo. Si es una mañana de sol puede venir bien una polca, y si hay viento mejor algo con un poco de swing; pero capaz que estoy tocando algo de jazz y veo que viene un gaucho, entonces cambio a un valsecito criollo. Si estoy en la esquina de la plaza Alsina (en la vereda de un conocido negocio multi rubros) cuando viene cruzando una señora mayor arranco con ‘Desde el alma’ y ahí tengo la moneda.”
“Toco entre 2 y tres horas a la mañana y otro tanto a la tarde, los lugares son más o menos fijos, porque no es fácil ni conveniente cambiar de escenario. Según mi estudio de marketing de músico de la calle el lugar que más me conviene es la esquina de plaza Alsina, (Buenos Aires y Colón, de Viedma, ochava este) porque hay gente que está acostumbrada a verme todas las mañanas y siempre me da un billete de 2 pesos. Después por la tarde voy por las puertas de un supermercado cooperativo de Patagones, y otro de la calle San Martín; y a veces a la tardecita al muelle de lanchas, que es un lugar por donde no pasa mucha gente pero es muy bello, porque es muy lindo tocar en la costa del río”.
Otras reflexiones de Hugo. “Tuve que adaptarme también a la realidad de estar radicado en un lugar, porque yo estuve muchos años tocando mientras viajaba de un lugar a otro, y si por allí me mandaba una macana (se ríe) no tenía mucha importancia porque total nadie me conocía y después seguía viaje, pero ahora al haber formado una familia y ser conocido en el lugar tengo que cuidarme más”.

Un trabajo al aire libre
Hugo reconoce que a veces las condiciones del tiempo le juegan una mala pasada, un día de lluvia, los fríos del invierno, los vientos fuertes, son enemigos del músico callejero. Pero persiste, con regularidad y disciplina.
Sostiene que “cuando me ven tocando en la calle muchos piensan que no lo hago como un trabajo, que es un pasatiempo o una diversión. Pero yo toco para mantener una familia, durante todo el primer año de vida de León (el hijo de la pareja) como Lau no tenía trabajo los gastos de la casa, del alquiler, de los pañales, salían del acordeón. Claro que antes, cuando yo andaba como músico viajero, la fórmula era la de juntar plata para puchos, cerveza y un sándwich, y con eso alcanzaba. Ahora tengo una familia.
Hay gente que siente que soy parte de la calle, que estoy en el paisaje de la ciudad; pero si va caminando por donde yo toco se fija si estoy; hay otros que van a la feria para verme, porque hay una relación muy linda de la trompa de elefante con los niños. Además trato de no ser agresivo con el pedido de plata, porque hay gente que trabaja en la calle y molesta cuando pide. Por eso yo siempre estoy callado, sólo tocando; si la gente me mira, escucha y no pone nada en la gorra, es lo mismo; si una persona me pone diez centavos y otro deja diez pesos la palabra gracias que sale de mi boca es igual para todos”.
En las noches de los fines de semana Hugo también hace su recorrido por lugares de comida, arranca en lo de Danilo, en Carmen de Patagones; después cruza el río, al hotel de la avenida Costanera, también pasa por un restaurante que se asoma al río y termina la gira noctámbula por un restobar de la avenida 25 de Mayo, una confitería de calle Buenos Aires y una pizzería de calle Belgrano.
Opina que “el público de esos lugares es distinto, yo toco cuatro o cinco temas, y nunca sé que cual será el repertorio, lo improviso en el lugar. Los temas míos no los toco mucho, trato de terminar siempre con una cumbia, para alegrar a la gente. No falta nunca un valsecito criollo y una canción en francés, si hay pocos comensales toco alguna cosa tranquila, pero en lo de Danilo si está lleno hay que tocar algo fuerte. En general la fórmula del éxito la conforman ‘Bajo los cielos de Paris’ y ‘La boheme’, piezas que están siempre esperando en mi acordeón”.
Este es el Hugo que pocos conocen, que no tiene ninguna explicación en particular sobre la trompa de elefante que lo caracteriza “no sé, tal vez para que a la noche un niño le diga a su padre: hoy ví un elefante que tocaba el acordeón”; que tiene proyectos en carpeta y a la espera de una oportunidad, como hacer una gira interprovincial tocando en los geriátricos “porque me gusta comunicarme con los mayores y hago esa experiencia todos los fines de semana aquí en Patagones”; o poder montar un espectáculo conjunto con Laura, a quien admira “por todo lo que sabe hacer como artista y porque es súper solidaria, en su dedicación al trabajo social”.
Este el francesito que salió a recorrer el mundo y recaló en la Patagonia. Que reflexiona en voz alta: “me parece mentira, lo que yo hago es viento, aprieto teclas y vivo de esto, hay otros músicos mejores que yo y no logran vivir de la música; creo que el único mérito mío es la cantidad de horas que le dedico; la calle es mi lugar de expresión, me pongo la trompa de elefante y hago música, nada más”.