El protagonista de esta crónica es uno de los carpinteros artesanales más calificados de Carmen de Patagones. Se llama Vicente Domingo Agostino y sus recuerdos tienen el suave perfume de las maderas, pero también conservan el eco de los aplausos cosechados en muchos escenarios de la región.
Vicente Agostino recibió al cronista en su taller de la calle Perito Moreno. El propietario y protagonista del lugar es un hombre de trato y gesto amable, pulcro en la presentación de su delantal de trabajo, cuidadoso hasta en el detalle del tradicional lápiz de carpintero (ese de mina cuadrada) que lleva sobre un bolsillo, siempre al alcance de la mano.
Del barrio del puerto
Vicente acaba de cumplir 61 años el pasado 23 de octubre. Nació y vivió toda su vida en el barrio del puerto de Patagones, donde su infancia se nutrió de imágenes marineras y el recuerdo de las últimas lanchas cazoneras, en los años ’50.
“Papá, Francisco Agostino, era sastre y por el lado de mamá el abuelo Vicente Franco era zapatero a medida, así que de chico siempre pude valorar el trabajo manual y artesanal. Cuando estaba en sexto grado de la primaria ya le dije a mi viejo que no quería seguir estudiando, y entonces él me recomendó un oficio. Y me dijo que antes que fuera un mal estudiante prefería que fuese un buen carpintero” comenzó el relato de su vida.
“Así fue que mientras terminaba el sexto grado empecé como aprendiz del oficio con un tal Giménez, que daba clase en la escuela especial y tenía un tallercito en la calle Fagnano, muy chico, sin máquinas, en donde se hacía todo a mano. Después pasé a lo de Cambruzzi que tenía su carpintería en la calle Mitre donde está la bajada para el muelle, la casa que ahora tiene don Alfonso Klug. Este hombre tenía una combinada y después compró una lijadora, y allí estuve hasta que me puse por mi cuenta.”
Recuerda que eran tiempos de mucha actividad para los carpinteros artesanales, porque se valoraba el trabajo hecho a medida, especialmente en la denominada carpintería de obra.
“Sí, eran épocas en que se trabajaba mucho, venían para una construcción y se hacía toda la carpintería de obra: marcos, ventanas y puertas. Se encargaba el rollo entero de madera, el tronco que venía en tablas, todas del mismo color con la misma veta, lo que permitía hacer un trabajo parejo, no como ahora que las tablas son a veces todas distintas.”
Otros talleres que en Carmen de Patagones también trabajaban bien en ese rubro eran los de los hermanos Biagetti, los Barbaro, Pipi y Cardone.
Un arranque sin luz eléctrica
Después de cinco años como aprendiz y dependiente llegó el ansiado momento de la independencia, con la instalación del taller propio.
“Antes de cumplir los 18 años (para fines de 1965) nos pusimos de socios con Rodolfo Calabró, y decidimos alquilar un salón grande de la calle Suipacha esquina Bernardino Rivadavia, que antes había sido una fábrica de carros y después depósito de cal y cemento del corralón de don Pascual Dichiara. Para instalarnos tuvimos que arreglar los pisos y hacer todas las instalaciones eléctricas, pero estuvimos más de un mes sin poder hacer funcionar las máquinas ya instaladas, porque la empresa Agua y Energía no nos conectaba la electricidad, como consecuencia de la falta de un cable en la calle”.
No fue un comienzo fácil para los jóvenes socios de la flamante empresa. “Habíamos sacado un préstamo en el banco, por una suma importante para esa época por supuesto, y teníamos necesidad de empezar a trabajar. Pero por el problema eléctrico resulta que perdimos la obra de la casa de Batilana, que nos había encargado toda la carpintería, porque los albañiles ya habían levantado gran parte de las paredes y nosotros no podíamos entregarle los marcos que ya los estaba necesitando”.
El inconveniente fue superado, pero no faltaron otras cuestiones. “Después hicimos muchas obras, y también algunas que no cobramos nunca, porque era cuando la gente sacaba el préstamo en el banco provincia de Río Negro y con las certificaciones la plata se la daban al mismo cliente y no al contratista; así que en más de una ocasión nos quedaron debiendo… y bueno, ¡qué se la va a hacer!; pusimos abogado todo, pero nunca cobramos nada.”
Vicente también se refiere a los buenos clientes, aquellos que se mantienen fieles y firmes con el paso de los años y de las generaciones. “Hago de todo, carpintería de obra, muebles, bajo mesadas, lo que venga. Una madera favorita: el cedro, aunque ya no viene más el paraguayo, y este que se usa ahora es muy amargo, el aserrín deja los labios amargos; pero es una madera que viene muy pareja, que no viene con diferencia de color en una y otra tabla. ¿Un tipo de trabajo preferido? Bueno, me gustan los muebles, lograr los detalles de terminación perfectos, la satisfacción de que las puertas de un bajo de mesada cierran todas bien, que las patas de una mesa se apoyen correctamente sobre el piso, en una palabra lograr la perfección.”
Agostino tampoco oculta cierta coquetería por el excelente estado de sus manos, esa parte del cuerpo esencial para el oficio del carpintero. “ Sí, me cuido y he tenido suerte también; pero en los primeros años algunos cortes me hice sí, como una vez cuando estaba en el taller de Cambruzzi y me rebané la punta de un dedo y la señora del dueño casi se desmaya por la cantidad de sangre que salía”.
Acerca de las relaciones con los colegas apunta: “son buenas, nos ayudamos a veces pasándonos un pedazo de madera que nos está faltando para terminar un trabajo”.
Claro que es hincha de Boca Juniors en el orden nacional; y también de Jorge Newbery en el ámbito local. “Cuando era muchacho seguía el fútbol, me acuerdo en el año 1964 una final del campeonato con San Lorenzo de Stroeder, nosotros de visitantes llevamos una bandera como de 80 metros de largo y ganamos por un gol a cero, y festejamos lindo”.
La historia con el canto y la guitarra
“Mi abuelo zapatero, Vicente Franco, a los 14 años me regaló una guitarra. Al principio no tenía en donde aprender, hasta que en el mismo club Jorge empecé a estudiar con Jorge Gamero, en una peña que se había armado por ese tiempo. Con Carlitos Borda, que era muy amigo mío, terminamos tomando clases particulares en la misma casa de Gomero. La revista ‘Folklore’ traía las letras con los tonos y entonces nos pasábamos las tardes enteras ensayando en la casa de la abuela de Borda, meta y dale hasta que sacábamos. La teníamos cansada a la señora, con tanto ensayo”.
Gamero ya tenía formado el conjunto ‘Los Nocheros del Sur’ que se había ganado prestigio en los escenarios locales. El trío de guitarras y voces se completaba con Demetrio Tinturé, y Beto Arró, que se fue un tiempo y fue reemplazado por Pérez Arguello. Cuenta Vicente que “hubo otro momento en que Arró se alejó y como faltaba poco para una presentación Gamero me llamó, habrá sido por el ’69 más o menos. Sacamos 8 canciones en una semana y salimos a cantar en unas actuaciones que ya estaban comprometidas.”
La agrupación tuvo otros componentes transitorios, como Palferro, Julio Goncalvez, y el Toto Linares, e incluso llegó a conformarse como cuarteto. Pero la base tradicional, aquella que la identificó durante casi dos décadas fue la de Gamero, Arró y Agostino. La misma que se muestra en una de las fotos que ilustran esta página.
La gloria en Pico Truncado
“En el año 1971 se hizo aquí, en el Centro Cultural de Viedma, la selección para el Festival de Pico Truncado” recuerda Vicente. El cuerpo de danzas lo dirigía Domingo Barceló y nosotros hacíamos el acompañamiento, en vivo. Pero en el reglamento de Pico Truncado la categoría conjunto era para cuarteto y no para trío; y como Angel Hechenleitner quería participar y en su caso no había categoría solista de guitarra lo invitamos para que se integrara a ‘Los Nocheros del Sur’. Fuimos y ganamos”.
Son recuerdos imborrables, poblados de anécdotas, tales como el compartir durante tres días las comidas con todas las otras delegaciones patagónicas y figuras de la talla de El Chúcaro con Norma Viola, Eduardo Falú, Los Fronterizos, Marcelo Berbel.
“Yo también competía como solista vocal y canté la ‘Rogativa del Loncomeo’ de Berbel, que esa noche no asistió al espectáculo; pero al día siguiente los otros músicos me pidieron que se la cantara en la sobre mesa del almuerzo, fue un momento inolvidable”.
En el escenario les tocó presentarse inmediatamente después de Los Fronterizos, que atravesaban su época de mayor fuerza y popularidad. Después tuvieron que esperar hasta la madrugada para conocer el dictamen del jurado. La delegación de Río Negro logró el premio mayor, Pingüino de Oro, por ser la más completa, con el primer premio en conjunto de canto y guitarra; segundo premio para grupo de danzas; de solista vocal, para Vicente; y de malambo, para Naldo Pérez.
Las fiestas de aquí y allá
Después comenzaría una temporada de viajes, a Mar del Plata para la inauguración de la temporada de verano 1971-72; al festival de Choele Choel, giras por distintos sitios; las fiestas del trigo en Cardenal Cagliero y, por supuesto, la presencia tradicional y permanente en las conmemoraciones locales.
La zamba “La 7 de Marzo”, de Gladys López , se convirtió en un ícono de Los Nocheros del Sur, y cuando el conjunto se desmembró quedó Vicente para cantarla en las primeras ediciones de la Fiesta de la Soberanía y la Tradición. “Unos chicos de un conjunto nuevo me vinieron a ver una vuelta para ver si les pasaba la letra y la música, ¡claro! les dije yo, ¿por qué no los voy a ayudar?, pero después no vinieron más”.
Hacia 1993 Vicente hizo su última actuación en la fiesta grande de Patagones, “después me fui alejando del canto… sin pena, como algo natural”.
Sus días de trabajo transcurren ahora entre herramientas y maderas, con la fiel compañía de su perra, que duerme en el lugar más mullido del taller: encima de una pila de aserrín y virutas.
Vicente Agostino recibió al cronista en su taller de la calle Perito Moreno. El propietario y protagonista del lugar es un hombre de trato y gesto amable, pulcro en la presentación de su delantal de trabajo, cuidadoso hasta en el detalle del tradicional lápiz de carpintero (ese de mina cuadrada) que lleva sobre un bolsillo, siempre al alcance de la mano.
Del barrio del puerto
Vicente acaba de cumplir 61 años el pasado 23 de octubre. Nació y vivió toda su vida en el barrio del puerto de Patagones, donde su infancia se nutrió de imágenes marineras y el recuerdo de las últimas lanchas cazoneras, en los años ’50.
“Papá, Francisco Agostino, era sastre y por el lado de mamá el abuelo Vicente Franco era zapatero a medida, así que de chico siempre pude valorar el trabajo manual y artesanal. Cuando estaba en sexto grado de la primaria ya le dije a mi viejo que no quería seguir estudiando, y entonces él me recomendó un oficio. Y me dijo que antes que fuera un mal estudiante prefería que fuese un buen carpintero” comenzó el relato de su vida.
“Así fue que mientras terminaba el sexto grado empecé como aprendiz del oficio con un tal Giménez, que daba clase en la escuela especial y tenía un tallercito en la calle Fagnano, muy chico, sin máquinas, en donde se hacía todo a mano. Después pasé a lo de Cambruzzi que tenía su carpintería en la calle Mitre donde está la bajada para el muelle, la casa que ahora tiene don Alfonso Klug. Este hombre tenía una combinada y después compró una lijadora, y allí estuve hasta que me puse por mi cuenta.”
Recuerda que eran tiempos de mucha actividad para los carpinteros artesanales, porque se valoraba el trabajo hecho a medida, especialmente en la denominada carpintería de obra.
“Sí, eran épocas en que se trabajaba mucho, venían para una construcción y se hacía toda la carpintería de obra: marcos, ventanas y puertas. Se encargaba el rollo entero de madera, el tronco que venía en tablas, todas del mismo color con la misma veta, lo que permitía hacer un trabajo parejo, no como ahora que las tablas son a veces todas distintas.”
Otros talleres que en Carmen de Patagones también trabajaban bien en ese rubro eran los de los hermanos Biagetti, los Barbaro, Pipi y Cardone.
Un arranque sin luz eléctrica
Después de cinco años como aprendiz y dependiente llegó el ansiado momento de la independencia, con la instalación del taller propio.
“Antes de cumplir los 18 años (para fines de 1965) nos pusimos de socios con Rodolfo Calabró, y decidimos alquilar un salón grande de la calle Suipacha esquina Bernardino Rivadavia, que antes había sido una fábrica de carros y después depósito de cal y cemento del corralón de don Pascual Dichiara. Para instalarnos tuvimos que arreglar los pisos y hacer todas las instalaciones eléctricas, pero estuvimos más de un mes sin poder hacer funcionar las máquinas ya instaladas, porque la empresa Agua y Energía no nos conectaba la electricidad, como consecuencia de la falta de un cable en la calle”.
No fue un comienzo fácil para los jóvenes socios de la flamante empresa. “Habíamos sacado un préstamo en el banco, por una suma importante para esa época por supuesto, y teníamos necesidad de empezar a trabajar. Pero por el problema eléctrico resulta que perdimos la obra de la casa de Batilana, que nos había encargado toda la carpintería, porque los albañiles ya habían levantado gran parte de las paredes y nosotros no podíamos entregarle los marcos que ya los estaba necesitando”.
El inconveniente fue superado, pero no faltaron otras cuestiones. “Después hicimos muchas obras, y también algunas que no cobramos nunca, porque era cuando la gente sacaba el préstamo en el banco provincia de Río Negro y con las certificaciones la plata se la daban al mismo cliente y no al contratista; así que en más de una ocasión nos quedaron debiendo… y bueno, ¡qué se la va a hacer!; pusimos abogado todo, pero nunca cobramos nada.”
Vicente también se refiere a los buenos clientes, aquellos que se mantienen fieles y firmes con el paso de los años y de las generaciones. “Hago de todo, carpintería de obra, muebles, bajo mesadas, lo que venga. Una madera favorita: el cedro, aunque ya no viene más el paraguayo, y este que se usa ahora es muy amargo, el aserrín deja los labios amargos; pero es una madera que viene muy pareja, que no viene con diferencia de color en una y otra tabla. ¿Un tipo de trabajo preferido? Bueno, me gustan los muebles, lograr los detalles de terminación perfectos, la satisfacción de que las puertas de un bajo de mesada cierran todas bien, que las patas de una mesa se apoyen correctamente sobre el piso, en una palabra lograr la perfección.”
Agostino tampoco oculta cierta coquetería por el excelente estado de sus manos, esa parte del cuerpo esencial para el oficio del carpintero. “ Sí, me cuido y he tenido suerte también; pero en los primeros años algunos cortes me hice sí, como una vez cuando estaba en el taller de Cambruzzi y me rebané la punta de un dedo y la señora del dueño casi se desmaya por la cantidad de sangre que salía”.
Acerca de las relaciones con los colegas apunta: “son buenas, nos ayudamos a veces pasándonos un pedazo de madera que nos está faltando para terminar un trabajo”.
Claro que es hincha de Boca Juniors en el orden nacional; y también de Jorge Newbery en el ámbito local. “Cuando era muchacho seguía el fútbol, me acuerdo en el año 1964 una final del campeonato con San Lorenzo de Stroeder, nosotros de visitantes llevamos una bandera como de 80 metros de largo y ganamos por un gol a cero, y festejamos lindo”.
La historia con el canto y la guitarra
“Mi abuelo zapatero, Vicente Franco, a los 14 años me regaló una guitarra. Al principio no tenía en donde aprender, hasta que en el mismo club Jorge empecé a estudiar con Jorge Gamero, en una peña que se había armado por ese tiempo. Con Carlitos Borda, que era muy amigo mío, terminamos tomando clases particulares en la misma casa de Gomero. La revista ‘Folklore’ traía las letras con los tonos y entonces nos pasábamos las tardes enteras ensayando en la casa de la abuela de Borda, meta y dale hasta que sacábamos. La teníamos cansada a la señora, con tanto ensayo”.
Gamero ya tenía formado el conjunto ‘Los Nocheros del Sur’ que se había ganado prestigio en los escenarios locales. El trío de guitarras y voces se completaba con Demetrio Tinturé, y Beto Arró, que se fue un tiempo y fue reemplazado por Pérez Arguello. Cuenta Vicente que “hubo otro momento en que Arró se alejó y como faltaba poco para una presentación Gamero me llamó, habrá sido por el ’69 más o menos. Sacamos 8 canciones en una semana y salimos a cantar en unas actuaciones que ya estaban comprometidas.”
La agrupación tuvo otros componentes transitorios, como Palferro, Julio Goncalvez, y el Toto Linares, e incluso llegó a conformarse como cuarteto. Pero la base tradicional, aquella que la identificó durante casi dos décadas fue la de Gamero, Arró y Agostino. La misma que se muestra en una de las fotos que ilustran esta página.
La gloria en Pico Truncado
“En el año 1971 se hizo aquí, en el Centro Cultural de Viedma, la selección para el Festival de Pico Truncado” recuerda Vicente. El cuerpo de danzas lo dirigía Domingo Barceló y nosotros hacíamos el acompañamiento, en vivo. Pero en el reglamento de Pico Truncado la categoría conjunto era para cuarteto y no para trío; y como Angel Hechenleitner quería participar y en su caso no había categoría solista de guitarra lo invitamos para que se integrara a ‘Los Nocheros del Sur’. Fuimos y ganamos”.
Son recuerdos imborrables, poblados de anécdotas, tales como el compartir durante tres días las comidas con todas las otras delegaciones patagónicas y figuras de la talla de El Chúcaro con Norma Viola, Eduardo Falú, Los Fronterizos, Marcelo Berbel.
“Yo también competía como solista vocal y canté la ‘Rogativa del Loncomeo’ de Berbel, que esa noche no asistió al espectáculo; pero al día siguiente los otros músicos me pidieron que se la cantara en la sobre mesa del almuerzo, fue un momento inolvidable”.
En el escenario les tocó presentarse inmediatamente después de Los Fronterizos, que atravesaban su época de mayor fuerza y popularidad. Después tuvieron que esperar hasta la madrugada para conocer el dictamen del jurado. La delegación de Río Negro logró el premio mayor, Pingüino de Oro, por ser la más completa, con el primer premio en conjunto de canto y guitarra; segundo premio para grupo de danzas; de solista vocal, para Vicente; y de malambo, para Naldo Pérez.
Las fiestas de aquí y allá
Después comenzaría una temporada de viajes, a Mar del Plata para la inauguración de la temporada de verano 1971-72; al festival de Choele Choel, giras por distintos sitios; las fiestas del trigo en Cardenal Cagliero y, por supuesto, la presencia tradicional y permanente en las conmemoraciones locales.
La zamba “La 7 de Marzo”, de Gladys López , se convirtió en un ícono de Los Nocheros del Sur, y cuando el conjunto se desmembró quedó Vicente para cantarla en las primeras ediciones de la Fiesta de la Soberanía y la Tradición. “Unos chicos de un conjunto nuevo me vinieron a ver una vuelta para ver si les pasaba la letra y la música, ¡claro! les dije yo, ¿por qué no los voy a ayudar?, pero después no vinieron más”.
Hacia 1993 Vicente hizo su última actuación en la fiesta grande de Patagones, “después me fui alejando del canto… sin pena, como algo natural”.
Sus días de trabajo transcurren ahora entre herramientas y maderas, con la fiel compañía de su perra, que duerme en el lugar más mullido del taller: encima de una pila de aserrín y virutas.