sábado, 31 de octubre de 2009

VICENTE AGOSTINO, RECUERDOS DE MADERA Y APLAUSOS


El protagonista de esta crónica es uno de los carpinteros artesanales más calificados de Carmen de Patagones. Se llama Vicente Domingo Agostino y sus recuerdos tienen el suave perfume de las maderas, pero también conservan el eco de los aplausos cosechados en muchos escenarios de la región.

Vicente Agostino recibió al cronista en su taller de la calle Perito Moreno. El propietario y protagonista del lugar es un hombre de trato y gesto amable, pulcro en la presentación de su delantal de trabajo, cuidadoso hasta en el detalle del tradicional lápiz de carpintero (ese de mina cuadrada) que lleva sobre un bolsillo, siempre al alcance de la mano.
Del barrio del puerto
Vicente acaba de cumplir 61 años el pasado 23 de octubre. Nació y vivió toda su vida en el barrio del puerto de Patagones, donde su infancia se nutrió de imágenes marineras y el recuerdo de las últimas lanchas cazoneras, en los años ’50.
“Papá, Francisco Agostino, era sastre y por el lado de mamá el abuelo Vicente Franco era zapatero a medida, así que de chico siempre pude valorar el trabajo manual y artesanal. Cuando estaba en sexto grado de la primaria ya le dije a mi viejo que no quería seguir estudiando, y entonces él me recomendó un oficio. Y me dijo que antes que fuera un mal estudiante prefería que fuese un buen carpintero” comenzó el relato de su vida.
“Así fue que mientras terminaba el sexto grado empecé como aprendiz del oficio con un tal Giménez, que daba clase en la escuela especial y tenía un tallercito en la calle Fagnano, muy chico, sin máquinas, en donde se hacía todo a mano. Después pasé a lo de Cambruzzi que tenía su carpintería en la calle Mitre donde está la bajada para el muelle, la casa que ahora tiene don Alfonso Klug. Este hombre tenía una combinada y después compró una lijadora, y allí estuve hasta que me puse por mi cuenta.”
Recuerda que eran tiempos de mucha actividad para los carpinteros artesanales, porque se valoraba el trabajo hecho a medida, especialmente en la denominada carpintería de obra.
“Sí, eran épocas en que se trabajaba mucho, venían para una construcción y se hacía toda la carpintería de obra: marcos, ventanas y puertas. Se encargaba el rollo entero de madera, el tronco que venía en tablas, todas del mismo color con la misma veta, lo que permitía hacer un trabajo parejo, no como ahora que las tablas son a veces todas distintas.”
Otros talleres que en Carmen de Patagones también trabajaban bien en ese rubro eran los de los hermanos Biagetti, los Barbaro, Pipi y Cardone.
Un arranque sin luz eléctrica
Después de cinco años como aprendiz y dependiente llegó el ansiado momento de la independencia, con la instalación del taller propio.
“Antes de cumplir los 18 años (para fines de 1965) nos pusimos de socios con Rodolfo Calabró, y decidimos alquilar un salón grande de la calle Suipacha esquina Bernardino Rivadavia, que antes había sido una fábrica de carros y después depósito de cal y cemento del corralón de don Pascual Dichiara. Para instalarnos tuvimos que arreglar los pisos y hacer todas las instalaciones eléctricas, pero estuvimos más de un mes sin poder hacer funcionar las máquinas ya instaladas, porque la empresa Agua y Energía no nos conectaba la electricidad, como consecuencia de la falta de un cable en la calle”.
No fue un comienzo fácil para los jóvenes socios de la flamante empresa. “Habíamos sacado un préstamo en el banco, por una suma importante para esa época por supuesto, y teníamos necesidad de empezar a trabajar. Pero por el problema eléctrico resulta que perdimos la obra de la casa de Batilana, que nos había encargado toda la carpintería, porque los albañiles ya habían levantado gran parte de las paredes y nosotros no podíamos entregarle los marcos que ya los estaba necesitando”.
El inconveniente fue superado, pero no faltaron otras cuestiones. “Después hicimos muchas obras, y también algunas que no cobramos nunca, porque era cuando la gente sacaba el préstamo en el banco provincia de Río Negro y con las certificaciones la plata se la daban al mismo cliente y no al contratista; así que en más de una ocasión nos quedaron debiendo… y bueno, ¡qué se la va a hacer!; pusimos abogado todo, pero nunca cobramos nada.”
Vicente también se refiere a los buenos clientes, aquellos que se mantienen fieles y firmes con el paso de los años y de las generaciones. “Hago de todo, carpintería de obra, muebles, bajo mesadas, lo que venga. Una madera favorita: el cedro, aunque ya no viene más el paraguayo, y este que se usa ahora es muy amargo, el aserrín deja los labios amargos; pero es una madera que viene muy pareja, que no viene con diferencia de color en una y otra tabla. ¿Un tipo de trabajo preferido? Bueno, me gustan los muebles, lograr los detalles de terminación perfectos, la satisfacción de que las puertas de un bajo de mesada cierran todas bien, que las patas de una mesa se apoyen correctamente sobre el piso, en una palabra lograr la perfección.”
Agostino tampoco oculta cierta coquetería por el excelente estado de sus manos, esa parte del cuerpo esencial para el oficio del carpintero. “ Sí, me cuido y he tenido suerte también; pero en los primeros años algunos cortes me hice sí, como una vez cuando estaba en el taller de Cambruzzi y me rebané la punta de un dedo y la señora del dueño casi se desmaya por la cantidad de sangre que salía”.
Acerca de las relaciones con los colegas apunta: “son buenas, nos ayudamos a veces pasándonos un pedazo de madera que nos está faltando para terminar un trabajo”.
Claro que es hincha de Boca Juniors en el orden nacional; y también de Jorge Newbery en el ámbito local. “Cuando era muchacho seguía el fútbol, me acuerdo en el año 1964 una final del campeonato con San Lorenzo de Stroeder, nosotros de visitantes llevamos una bandera como de 80 metros de largo y ganamos por un gol a cero, y festejamos lindo”.
La historia con el canto y la guitarra
“Mi abuelo zapatero, Vicente Franco, a los 14 años me regaló una guitarra. Al principio no tenía en donde aprender, hasta que en el mismo club Jorge empecé a estudiar con Jorge Gamero, en una peña que se había armado por ese tiempo. Con Carlitos Borda, que era muy amigo mío, terminamos tomando clases particulares en la misma casa de Gomero. La revista ‘Folklore’ traía las letras con los tonos y entonces nos pasábamos las tardes enteras ensayando en la casa de la abuela de Borda, meta y dale hasta que sacábamos. La teníamos cansada a la señora, con tanto ensayo”.
Gamero ya tenía formado el conjunto ‘Los Nocheros del Sur’ que se había ganado prestigio en los escenarios locales. El trío de guitarras y voces se completaba con Demetrio Tinturé, y Beto Arró, que se fue un tiempo y fue reemplazado por Pérez Arguello. Cuenta Vicente que “hubo otro momento en que Arró se alejó y como faltaba poco para una presentación Gamero me llamó, habrá sido por el ’69 más o menos. Sacamos 8 canciones en una semana y salimos a cantar en unas actuaciones que ya estaban comprometidas.”
La agrupación tuvo otros componentes transitorios, como Palferro, Julio Goncalvez, y el Toto Linares, e incluso llegó a conformarse como cuarteto. Pero la base tradicional, aquella que la identificó durante casi dos décadas fue la de Gamero, Arró y Agostino. La misma que se muestra en una de las fotos que ilustran esta página.
La gloria en Pico Truncado
“En el año 1971 se hizo aquí, en el Centro Cultural de Viedma, la selección para el Festival de Pico Truncado” recuerda Vicente. El cuerpo de danzas lo dirigía Domingo Barceló y nosotros hacíamos el acompañamiento, en vivo. Pero en el reglamento de Pico Truncado la categoría conjunto era para cuarteto y no para trío; y como Angel Hechenleitner quería participar y en su caso no había categoría solista de guitarra lo invitamos para que se integrara a ‘Los Nocheros del Sur’. Fuimos y ganamos”.
Son recuerdos imborrables, poblados de anécdotas, tales como el compartir durante tres días las comidas con todas las otras delegaciones patagónicas y figuras de la talla de El Chúcaro con Norma Viola, Eduardo Falú, Los Fronterizos, Marcelo Berbel.
“Yo también competía como solista vocal y canté la ‘Rogativa del Loncomeo’ de Berbel, que esa noche no asistió al espectáculo; pero al día siguiente los otros músicos me pidieron que se la cantara en la sobre mesa del almuerzo, fue un momento inolvidable”.
En el escenario les tocó presentarse inmediatamente después de Los Fronterizos, que atravesaban su época de mayor fuerza y popularidad. Después tuvieron que esperar hasta la madrugada para conocer el dictamen del jurado. La delegación de Río Negro logró el premio mayor, Pingüino de Oro, por ser la más completa, con el primer premio en conjunto de canto y guitarra; segundo premio para grupo de danzas; de solista vocal, para Vicente; y de malambo, para Naldo Pérez.
Las fiestas de aquí y allá
Después comenzaría una temporada de viajes, a Mar del Plata para la inauguración de la temporada de verano 1971-72; al festival de Choele Choel, giras por distintos sitios; las fiestas del trigo en Cardenal Cagliero y, por supuesto, la presencia tradicional y permanente en las conmemoraciones locales.
La zamba “La 7 de Marzo”, de Gladys López , se convirtió en un ícono de Los Nocheros del Sur, y cuando el conjunto se desmembró quedó Vicente para cantarla en las primeras ediciones de la Fiesta de la Soberanía y la Tradición. “Unos chicos de un conjunto nuevo me vinieron a ver una vuelta para ver si les pasaba la letra y la música, ¡claro! les dije yo, ¿por qué no los voy a ayudar?, pero después no vinieron más”.
Hacia 1993 Vicente hizo su última actuación en la fiesta grande de Patagones, “después me fui alejando del canto… sin pena, como algo natural”.
Sus días de trabajo transcurren ahora entre herramientas y maderas, con la fiel compañía de su perra, que duerme en el lugar más mullido del taller: encima de una pila de aserrín y virutas.

martes, 13 de octubre de 2009

El increible (y olvidado) Tren Blanco que corría entre Viedma y Bariloche

Arriba el playón de mantenimiento y depósito del Tren Blanco en cercanías del puente ferrocarretero de Viedma; abajo, un momento del trasbordo de pasajeros del tren tradicional, con locomotora a vapor, al tren Ganz, en la estación de Carmen de Patagones
Abajo el Tren Blanco atraviesa el Cañadón de la Viuda, cerca de Pilcaniyeu,
en el camino a Barilocheca




Esta no es una nota de ficción. Esta es una crónica sobre una historia real, de la que son testigos vivientes cientos de personas que viajaron en el Tren Blanco y pueden dar todavía sus testimonios. También hay ex empleados ferroviarios que recuerdan con emoción aquellos tiempos, cuando en Río Negro se viajaba de Viedma a Bariloche en pocas horas y con máximo confort.

Empezamos con tres diálogos imaginarios pero bien posibles, que pudieron escucharse tal vez entre los años 1939 y 1950, en distintos puntos de la línea ferroviaria que cruza la meseta rionegrina.
-Nisandro... ensillá el alazán y andá a juntar las ovejas que están cerca de la vía, que hoy pasa el Tren Blanco y los otros días nos tiró al diablo tres animales...
- Chicos, pórtense bien... porque si hacen todos los deberes esta tarde los llevo a la estación para ver pasar el Tren Blanco...
- Vieja... andá poniendo al fuego la olla pa’l puchero... allá lejos se ve pasar el Tren Blanco, así que ya son las once de la mañana, porque siempre pasa a la hora justa....
Eran los tiempos del servicio especial del tren coche motor Ganz, que desarrollaba una velocidad máxima de 120 kilómetros por hora, con cómodos vagones tipo pullman, con aire acondicionado y servicio de bar. ¡Un tren bala en los años 40, con tecnología de avanzada para aquella época!
Todo esto resulta difícil de creer en la actualidad, después del desguace de los servicios ferroviarios argentinos que comenzó en los años 60 y se concretó en los 90.
Trenes veloces
Hace sesenta y pico de años entre la capital del territorio y la ciudad andina corrían trenes veloces y aerodinámicos que, con el mayor confort, cubrían el trayecto completo del ramal en exactamente once horas y media.
Esa era la duración del viaje entre Viedma y San Carlos de Bariloche en aquella maravilla ferroviaria llamada popularmente el Tren Blanco, por el color plateado de su carrocería.
La línea del Ferrocarril del Estado que atraviesa toda la provincia desde el mar a la cordillera fue construida en diversas etapas a partir de 1909. Los rieles avanzaron desde San Antonio Oeste y a medida que se avanzaba se fueron fundando pueblos por el desierto, cada uno de ellos “punta de riel” durante algunos años, hasta llegar a San Carlos de Bariloche el seis de mayo de 1934. La conexión con Viedma estuvo terminada en 1926, antes que se construyera el puente ferrocarretero sobre el río Negro, recién inaugurado en diciembre de1931. Para fines de ese año se pudo realizar el primer recorrido completo desde Plaza Constitución hasta Ingeniero Jacobacci, punto final de las vías desde 1927.
El servicio entre Buenos Aires y Carmen de Patagones lo prestaba la compañía Ferrocarril del Sur, de capitales ingleses, pero desde Viedma en adelante era responsabilidad del Ferrocarril del Estado, por lo que a la vía que atraviesa toda la actual provincia de Río Negro (por entonces territorio nacional) se la conocía como “la línea del Estado”.
Hacia 1938 el Estado Nacional, compró en Hungría varias formaciones del tren diesel eléctrico marca Ganz, con el sistema denominado “coche motor”, sin locomotoras, que eran el mayor adelanto de la época en materia ferroviaria.
Un viaje perfecto
Dos de esos trenes fueron puestos en servicio en el ramal a Bariloche, para partir desde Patagones. Los pasajeros iniciaban el viaje desde Plaza Constitución en una formación con locomotora a vapor del Ferrocarril del Sud, de la empresa británica. Entre Buenos Aires y Patagones el trayecto se cubría en casi 16 horas.
La salida de Plaza Constitución era a las 16,30 y a las ocho y media de la mañana siguiente se llegaba a la última ciudad de la provincia de Buenos Aires. Después del trasbordo y el cruce del puente a las nueve en punto el Tren Blanco iniciaba su veloz travesía patagónica.
Se hacía una parada de un minuto en el empalme Cortizo, en las afueras de San Antonio Oeste, donde los pasajeros que tenían por destino la localidad atlántica hacían un rápido traspaso en un tren de dos vagones; una detención más extensa de 15 minutos para cambiar el personal maquinista en Ministro Ramos Mexía (por entonces estación Corral Chico); y otras tres paradas de un minuto en Ingeniero Jacobacci, Pilcaniyeu y Nirihuau.
El arribo final a Bariloche era a las 20,30 de ese mismo día, con lo cual el viaje completo entre Plaza Constitución y la Capital de los Lagos demandaba 27 horas y 50 minutos, contando apenas una hora de detenciones. Las páginas de historia ferroviaria en la web señalan que este récord de velocidad nunca pudo ser mejorado, ni siquiera en la década de los ’60 cuando la totalidad del trayecto era cubierto, sin trasbordos, por las formaciones diesel del famoso tren Arrayanes.
Por su velocidad, confort y puntualidad este tren bautizado como por los ferroviarios de la época del ’40 como el “pájaro blanco”, por la forma de pico de la banda azul longitudinal sobre la trompa, era un verdadero motivo de orgullo para los trabajadores del riel en sus distintas especialidades.
Pero, además, también era especial satisfacción para los vecinos de Viedma, porque la base operativa del famoso coche motor Ganz estaba instalada en la capital del Territorio de Río Negro. Las dos brillantes formaciones, con capacidad para 116 pasajeros, equipadas con coche comedor, cocina y compartimientos con asientos que podían transformarse en literas, recibían mantenimiento y se guardaban en un inmenso galpón de chapa ubicado junto al puente ferrocarretero, junto al barrio del personal ferroviario.
Para las tareas de revisión se construyó un playón de piso de hormigón armado, algo poco visto en ese tiempo cuando lo común era usar adoquines de granito, y se instalaron dos enormes fosas. La comparación de las fotos, entre una tomada hacia mediados de los 40 y otra con apenas dos semanas de antigüedad, permite apreciar que no quedó casi nada de esas instalaciones, sólo los rieles, el hormigón y las fosas convertidas en vaciadero de todo tipo de basura.
Recuerdos de ferroviarios
Dos experimentados ex trabajadores ferroviarios, vecinos de la Patagones y Viedma, brindaron a este cronista sus recuerdos personales sobre el mítico Tren Blanco.
Francisco Aníbal “Coro” Ferría, mecánico del ferrocarril del Estado, señaló que “en aquellos trenes se viajaba sin recibir ni una pizca de polvo, uno podía subir en Patagones con un traje negro y bajaba en Bariloche con un traje negro”.
“Coro” relató, con orgullo y emoción, que todo el personal que prestaba servicio en el Tren Blanco estaba equipado con mamelucos de primera calidad “En ese tiempo los servicios delicados eran los números 45 y 46, para turistas, hacían combinación en Carmen de Patagones. Cuando los pasajeros llegaban acá y veían el tren blanco no lo podían creer, era todo plateado por afuera y adentro tapizado en cuero. La madera era lustrada. Tenía un baño con ducha. Viajaba gente de primerísima, nosotros los mecánicos teníamos que usar unos mamelucos marca “Rovera” y camisa con corbata. Era un servicio especial, la gente no molestaba, los mozos impecables también, con saco blanco, pantalón negro, camisa con moñito. Allí en ese servicio conocí a algunos actores que viajaban: Angel Magaña, Pedro López Lagar, Mecha Ortiz y muchos más, que ya no recuerdo”.
Leandro Inda, encargado de varias estaciones del ramal a Bariloche a lo largo de su dilatada carrera, recordó que “el tren salía de Viedma a las nueve y llegaba a la estación Bernal, donde estaba yo, a 60 kilómetros de distancia, en exactamente 32 minutos; era tan rápido que yo preparaba el aro de la vía libre cuando estaba pasando por la estación de Palacios, a 30 kiilómetros, para no llegar tarde....”.
El servicio se cumplió durante las temporadas de verano entre 1939 y 1950. Hubo un par de años de interrupción entre 1943 y 1945, cuando la guerra mundial europea complicaba el suministro de repuestos.
Después de la nacionalización de la totalidad de las líneas ferroviarias, dispuesta por el presidente Juan Domingo Perón en 1948, se afectaron aquellas dos formaciones al servicio entre Plaza Constitución, Pinamar y Miramar, sobre la costa atlántica. También se implementó un tren expreso entre Buenos Aires y Bahía Blanca, bajo la denominación de “Huemul”; pero lamentablemente las vías del sur rionegrino ya no volvieron a ser transitadas por la flecha de plata.
Perón y Evita en el Tren Blanco
Cuando el servicio regular de los coches motores diesel Ganz ya se había discontinuado, a principios de 1950 hubo un último viaje especial del “tren blanco” hacia San Carlos de Bariloche. En los últimos días de marzo de ese año la formación cubrió en forma completa todo el recorrido desde Plaza Constitución con dos pasajeros ilustres: el presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón, y su esposa, Eva Duarte de Perón.
“Yo me acuerdo muy bien, en ese tiempo estaba de jefe de la estación Clemente Onelli y recibimos precisas instrucciones de que todo el personal debía estar sobre el andén, de punta en blanco, para saludar el paso del convoy” recordó Leandro Inda.
El memorioso ferroviario agregó que “ese día el tren venía con un poco de atraso, justificado por supuesto, porque en cada pueblo el general y Evita salían a saludar por una de las puertas del coche motor y sus asistentes repartían paquetes con ropa”.
Ya nada quedó de todo aquello. Solamente esta colección de fotos que permiten la reconstrucción de una historia que parece de ficción, pero es totalmente real.