domingo, 22 de noviembre de 2009

El inolvidable viaje en barco de Homero Almirón, gerente de banco de Patagones


Los hechos y personajes que serán mencionados en el relato siguiente son de pura ficción; cualquier coincidencia con circunstancias y personas reales es casual. Las referencias de carácter histórico fueron tomadas un artículo del periódico “La Gaceta” de 1922, reproducido en la revista “La Galera”.

Estamos en setiembre de 1922 en Carmen de Patagones. Homero Almirón es el gerente de la sucursal local del Banco de la Nación Argentina. Es un hombre de 40 años que se radicó en la progresista localidad apenas un año antes, trasladado por las autoridades bancarias desde su destino anterior en la ciudad de La Plata, aunque tiene toda su familia en Buenos Aires. Homero Almirón es radical de todo corazón. Por eso se emociona cuando a mediados de ese mes de setiembre recibe una invitación formal, por intermedio de la gerencia de sucursales del Banco Nación, para asistir el día 12 de octubre a la ceremonia de asunción del nuevo presidente de la Nación, el doctor Marcelo Torcuato de Alvear que recibirá el bastón de manos del doctor Hipólito Yrigoyen en una histórica ocasión. Se trata de la primera vez que un presidente argentino elegido a través del voto universal, secreto y obligatorio le delega el mando a un sucesor que también fue elegido de la misma forma, en virtud de la ya famosa ley Sáenz Peña.
Homero se siente muy complacido, porque según se lee en la tarjeta “Usted ha sido elegido en representación de todos los gerentes de sucursales del Banco de la Nación Argentina del interior del país”.
Con varios días de anticipación el activo y simpático gerente organiza y prepara todo para el viaje. El funcionario bancario vive solo porque es un empedernido soltero y como tal su aspecto exterior y vestimenta son de una prolijidad y pulcritud sorprendentes. Doña Ismaela, una negra descendiente de aquellas morenos que poblaron el barrio de los negros libertos, es la encargada de lavar, almidonar y planchar sus diez mejores camisas blancas. Aquel traje azul que estrenó en las fiestas de marzo está necesitando un retoque porque el caballero le quitó algunos kilos a su silueta mientras padeció un cálculo de vesícula que finalmente le extirpó sabiamente el doctor Pietrafaccia. Así es que el traje va a parar a las manos expertas de don Guido Bergandi, para que le haga un entalle. Y también pasa por la tienda casa Los Vascos para comprarse un nuevo par de zapatos de Grimoldi.
Como ya dijimos Homero Almirón ha sido sometido un par de meses antes a una intervención quirúrgica de aquellas que dejaban una larga sutura en el vientre. Para cerciorarse que puede viajar a Buenos Aires sin inconvenientes consulta al buen médico Pietrafaccia y se encuentra con una advertencia inesperada: “Vea mi amigo Almirón esa herida está cerrada, pero los tejidos todavía no están fuertes, yo no le recomiendo viajar en tren, porque siempre hay movimientos que pueden traer consecuencias y molestias, así que yo le sugiero que viaje en barco, que es mucho más placentero y confortable, además el aire de mar le vendrá muy bien para darle un poco de color a su semblante”.
Así es que nuestro gerente de banco se dirige esa misma tarde al puerto, para averiguar cuál es el vapor que lo puede llevar hacia Buenos Aires para los primeros días de octubre, porque tampoco es cuestión de desembarcar en la gran ciudad con escasa anticipación al importantísimo hecho de la transmisión presidencial.
El agente marítimo don Luis Rial le anoticia que el 26 de setiembre entrará el barco Curitiba con maderas duras, tambores de alquitrán y materiales de construcción para obras de la gobernación en Viedma; y que el día 30 el mismo vapor levantará anclas con destino a Bahía Blanca y Buenos Aires con cueros, sal y cebada. Homero Almirón reserva allí mismo uno de los pocos pasajes disponibles, apenas 12 lugares junto a la tripulación.
Los días que faltan hasta el momento de la partida pasan rápido para Homero, debe dejar todo en orden en la sucursal Patagones del banco Nación, atiende personalmente como siempre a aquellos clientes más importantes, deja autorizados los créditos para la esquila y resuelve otros papeles.
El 30 de setiembre a las cuatro y media de la mañana Almirón está, de punta en blanco y puntual como siempre en el muelle Mihanovich dispuesto para embarcarse en el Curitiba. El comisario de a bordo recibe atentamente a los pasajeros: un matrimonio de italianos que estuvo de visita en casa de parientes y emprende el retorno a Europa, una pareja de recién casados en viaje de luna de miel a Buenos Aires, dos viajantes de comercio, un oficial de la Prefectura que cambia de destino, un mecánico de las máquinas de la usina que va a buscar repuestos, el propio Homero... y un señor extraño, envuelto en un largo impermeable y muy callado.
Almirón debe compartir el camarote con el oficial de Prefectura, un tal Ortiz de Zarate, a quien ya conoce de la vida social de Carmen de Patagones. Durante todo el trayecto entre el puerto maragato y la desembocadura, unas tres horas de navegación, los dos hombres fuman en silencio, acostumbrándose al habitáculo. Homero Almirón traza sus planes, según el derrotero, al día siguiente por la mañana estarán en el puerto de Bahía Blanca; allí el barco se aprovisionará de petróleo para su caldera y seguirá viaje un día más tarde, para arribar tres días más tarde a Buenos Aires.
Allá ya tiene reservas en el hotel España de la Avenida de Mayo, realizará una visita de cortesía a la casa matriz del Banco Nación, irá al teatro, tomará cafés y algunos copetines en el Tortoni, y el 12 de octubre estará en el Congreso de la Nación, con ese traje azul recién arreglado por Bergandi que guardó con tanto cuidado en el baúl que despachó en la bodega del Curitiba.
Mientras enlaza sus planes para el viaje se duerme profundamente, pues el trajín de las últimas horas fue intenso y el descanso escaso.
Cuando se despierta consulta su reloj de cadena y ¡oh sorpresa! ya son las 12 del mediodía; por el ojo de buey del camarote observa que está lloviendo y todo el estuario de la fusión del río con el mar está envuelto en una bruma gris espesa. El barco está fondeado a 500 metros de la barra de la desembocadura.
Escucha voces en el pasillo, su compañero de compartimiento conversa con un marinero... “Dice el capitán que la niebla no le permite al práctico llevarnos mar afuera... habrá que esperar hasta que aclare...”.
Homero se vuelve a meter entre las frazadas... dispuesto a aprovechar cada instante del viaje para descansar mucho, según la recomendación de su médico de cabecera.
Homero cree que la demora será de algunas pocas horas. Le comenta a su compañero de camarote, el oficial de Prefectura Ortiz de Zárate, que “seguramente cuando llegue la próxima marea, en la madrugada de mañana, ya podremos hacernos a la mar”. El hombre de uniforme no es tan optimista y, e n tanto, el propi capitán del barco que se pasa todo el día encerrado en su compartimiento no quiere aventurar ninguna hipótesis.
Para matar el aburrimiento aparecen de alguna parte varios mazos de naipes, un tablero de ajedrez y un juego de dominó. Nuestro gerente de banco se inclina por la última de estas alternativas, en abierto desafío con el mecánico de la usina eléctrica. Los italianos hacen interminables paseos por la húmeda cubierta del barco, los viajantes de comercio se la pasan todo el tiempo revisando sus minutas y libros de ventas, la pareja de recién casados.... bueno, es comprensible que no salgan del camarote en toda la tarde.
Y el pasajero misterioso, el del largo impermeable, se dedica con mucha concentración a escribir apuntes en un cuaderno de tapas de hule negras.
Al caer la noche bajan un bote y a remo tres marineros se llegan hasta la costa para buscar un costillar de vaca y algunos chorizos, que son estupendamente asados en el interior de un tambor de chapa. En la sobremesa se habla de todo un poco, uno de los viajantes asegura que el recién inaugurado servicio ferroviario entre Carmen de Patagones y Plaza Constitución terminará por matar a la flota de barcos que hace el mismo trayecto fluvial y marítimo. Se discute sobre el particular. Mientras se intercambian opiniones afuera el temporal arrecia, el capitán anuncia entonces: “señores pasajeros la marea de la mañana ya la tenemos perdida, habrá que esperar a la de la tarde”.
El segundo y tercer día con el Curitiba fondeado enfrente de la estación de prácticos del río Negro transcurren sin mayores novedades. Ya es dos de octubre y no hay seguridad acerca de cuándo se podrá salir a altamar.
El comisario de abordo informa que mediante sistema de señales con banderas se pidió a la estación de prácticos que venga desde Patagones el agente marítimo. Esa noche llega el señor Luis Rial y ofrece a los pasajeros que así lo deseen desembarcarlos y devolverles el pasaje. En una improvisada asamblea aceptan esa opción los italianos (que tomarán el tren del día siguiente, para no perder el vapor a Europa), el oficial de Prefectura y el mecánico de la usina.
A la mañana siguiente se hace el trasbordo al remolcador nacional “Corvina”. Los que se quedan en el Curitiba, en medio de la persistente sudestada, son los recién casados (a quienes casi no se les ve el pelo), los dos viajantes, Homero Almirón... y el señor extraño que no deja de hacer anotaciones.

Sigue el viaje de Homero Almirón


Esa tarde mientras todos descansan del aburrimiento se escucha una fuerte discusión, dos hombres hablan de dinero y uno le recrimina el faltante de una fuerte suma al otro, hay insultos y un grito apagado. Cuando el comisario del barco interviene uno de los viajantes yace sobre el pasillo con un fuerte puntazo en un pulmón... y el otro hombre del mismo oficio está encerrado en el camarote.
Hay conmoción general en el Curitiba. El herido respira, con dolor, pero respira... el agresor no quiere salir de su encierro. Se toca tres veces la sirena en señal de alarma y nuevamente las banderas de señales sirven para avisar a los prácticos de la emergencia, para que telegrafíen a Patagones.
Es medianoche cuando arriba una lancha de motor con el doctor Pietrafaccia que enseguida se ocupa del herido, “está delicado pero no se va a morir” informa. Solícito como siempre se preocupa también por la salud de Homero. “Desde ayer que no puedo dormir” le informa nuestro bancario amigo y el médico saca de su maletín un pastillero con píldoras rosadas: “Tómese una después de la cena y verá que bien descansa” le aconseja, “acuérdese que no le recomiendo el traqueteo del tren, así que tenga fe en que la tormenta pasará pronto y podrá seguir el viaje en este vapor”.
El alboroto en el barco sigue todo el día siguiente, viene la policía para llevarse detenido al agresor y en la misma lancha se hace con todo cuidado el traslado del herido hacia el hospital de Patagones. Todo en medio de una densa niebla y con rachas de fuerte viento sur. La barra del río sigue cerrada. Esa noche Homero Almirón da vueltas y vueltas en el camastro, ya están en la madrugada del día seis de octubre, se va a cumplir una semana de tiempo perdido a bordo de ese barco y él tiene que estar en Buenos Aires por lo menos el día diez. El insomnio lo domina. Se levanta, busca la jarra y el vaso del agua, tantea el frasco de las pastillas y se traga dos de un saque...
Muy pronto empieza a sentir que el peso de los párpados es insoportable y finalmente cae dormido en el estrecho camastro del reducido camarote del vapor Curitiba. El plácido sueño lo aleja de las fuertes emociones de las últimas horas, con aquel episodio de la discusión por una diferencia de pesos entre dos de los pasajeros, dos viajantes de comercio (proveedores de tradicionales firmas maragatas como Imperiale, Malaspina, Galantini y Abayú y Carmody), que terminará finalmente en la brutal agresión con un cuchillo de uno sobre el otro. Su mente repasa las alternativas posteriores, cuando una lancha a motor trajo al médico primero y a la policía después, el traslado de herido, la detención del agresor... finalmente Homero Almirón logra quedarse dormido.
Es tan profundo su descanso que no percibe la agitación del puente de mando, porque a las seis de la mañana del nuevo día la tormenta de una semana se disipó totalmente, la marea está en su punto más alto y las aguas planchadas. En menos de una hora la caldera del barco llega a su máxima presión y el capitán, bajo la asistencia del práctico Abel, pone proa hacia el mar abierto y supera sin ninguna dificultad la barra de la desembocadura.
La navegación en alta mar posterior es silenciosa y placentera, cumpliendo en un todo el itinerario previsto. Escala de apenas 18 horas en el puerto de Bahía Blanca para descargar cueros y reponer la carga de petróleo; y nuevamente al mar para seguir el derrotero hasta la dársena sur del puerto de Buenos Aires.
Finalmente Homero Almirón está allí, con sus dos valijas y su baúl de viaje, esperando que el mozo de cordel le acomode sus bultos en el auto de alquiler que lo llevará hacia el confort del hotel España de la avenida de Mayo.
Ya para entonces es nueve de octubre y los tres días que faltan para el acto de cambio de mando presidencial pasan muy rápido, como pasan las cosas en los sueños. El 12 de octubre el Palacio del Congreso está engalanado con muchísimas banderas argentinas, Almirón enfundado con su mejor traje, aquel que le cosió a medida don Guido Bergandi en Carmen de Patagones y le entalló especialmente antes del viaje. En una de las puertas del majestuoso edificio presenta su tarjeta de invitación especial y un portero de piel negra y reluciente librea lo conduce hasta uno de los palcos del recinto. Acaba de acomodarse cuando el mismo portero vuelve y le pregunta “¿Usted es el señor del sur, de Carmen de Patagones”. Antes que Homero le pueda contestar ya lo está tomando cordialmente del brazo y lo conduce entre pasillos repletos de gente hasta un salón reservado, mientras le explica que “El doctor Yrigoyen pidió hablar personalmente con usted”.
Homero Almirón, el gerente de la sucursal Patagones del Banco Nación, no puede reponerse de todas las emociones del caso cuando se abre la puerta del salón y allí, rodeado de otros caballeros muy bien vestidos, está la adusta figura de don Hipólito, el famoso “peludo” Yrigoyen. Uno de los hombres se acerca y le dice “el presidente quiere transmitirle un mensaje para la gente de su ciudad”. Homero está allí, con la boca abierta de sorpresa, porque el mismísimo Hipólito Yrigoyen, con ese gesto adusto pero cortés que lo caracteriza, le estrecha fuerte la m ano y le dice “quiero que le avise a la gente de Carmen de Patagones que no me olvido de ustedes...”.
“Gracias don Hipólito... muchas gracias don Hipólito...” contesta con apenas un hilo de voz el atribulado Homero Almirón, pensando qué apenas regrese va a reunir a todos sus amigos de Patagones en la confitería La Perla para contarles este suceso extraordinario. “Gracias don Hipólito...” repite. “Gracias don Hipólito...” insiste .
“Mire caballero, ni yo me llamo Hipólito, ni usted tiene nada que agradecerme...” le está diciendo ahora a Homero aquel misterioso pasajero del vapor Curitiba que se pasa todo el tiempo escribiendo en su cuaderno de tapas negras de hule... “escúcheme buen hombre, usted hace dos días que está durmiendo y el Capitán del barco me pidió que tratara de despertarlo porque ya estamos llegando al puerto de Bahía Blanca y quiere saber si usted desembarca o sigue viaje a Buenos Aires.
En ese momento Homero cae en la cuenta que ha estado soñando, que todavía no llegó a la Capital, ni tampoco está en el Congreso de la Nación, ni mucho menos frente al presidente saliente Hipólito Yrigoyen, que todavía está encerrado en el camarote del barco...
Nuestro amigo bancario termina de superar el largo sopor que le provocaron las dos pastillas rosadas que tomó hace ya no sabe cuánto tiempo y el pasajero misterioso, con el cual no había cruzado todavía ni una sola palabra. “Soy Manuel Pereda, escritor y periodista del diario La Nación de Buenos Aires, estoy escribiendo una serie de artículos sobre los viajes en el sur y todo lo que está ocurriendo en este viaje va a ser publicado en el diario”.
Homero Almirón se sacude la modorra con un chorro de agua de la jarra del camarote, mira por el ojo de buey del camarote y comprueba que están arribando al puerto de Bahía Blanca. El viaje a Buenos Aires todavía no terminó... pero sus sueños se adelantaron a la realidad.
Notas finales
Tal como se advirtió al principio este relato, que hemos ofrecido en dos entregas a los lectores de Noticias de la Costa, es ficticio en su mayor parte. Sólo son reales las circunstancias del enorme retraso que sufrió el vapor “Curitiba” en la salida al mar abierto –como consecuencia de la bajante del río, primero y de la fuerte sudestada después-; y el episodio sangriento que terminó con uno de los pasajeros herido.
En la actualidad resultan poco creíbles esas vicisitudes en un viaje de esas características, pero ocurrían con frecuencia en los viajes de ultramar que zarpaban desde el puerto maragato. Las fotos de archivo que ilustraron estas entregas de Perfiles y Postales son sólo ilustraciones sin relación directa con la narración, pues lamentablemente no pudo hallarse una imagen del ‘Curitiba’.
La historia portuaria de Carmen de Patagones todavía está por escribirse, con sus distintas etapas desde la época de la llegada de la misión española encabezada por don Francisco de Viedma y Narváez, y su piloto Basilio Villarino, pasando por los tiempos de los corsarios extranjeros; la experiencia de la flota que navegaba aguas arriba hacia los valles; y el apogeo de los cargamentos de lanas, cueros y trigo de las primeras décadas del siglo 20; hasta llegar a la explotación de la pesca del cazón, en las décadas del 40 y del 50.
Quizás sería igualmente interesante la instalación de un Museo del Puerto, con fotos y objetos que todavía muchas familias maragatas conservan como verdaderos tesoros del recuerdo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Un pasaje con historia propia y un nombre sobre hermanos maragatos




Uno de los sitios más pintorescos del casco histórico de Carmen de Patagones es el Pasaje San José de Mayo, también conocido popularmente como “la calle de las escalinatas”. Muy pocos saben de la explicación de su nombre, que le fue impuesto hace 17 años; y mucho menos conocido es un episodio trágico que tuvo este sitio como escenario, hace casi ocho décadas.

En los años ’60 era usado para “proezas” de los muchachos del centro y la Municipalidad tuvo que ponerle cadenas, para evitar accidentes. Es una magnífica atalaya para observar el río y la vecina ciudad de Viedma con el infinito paisaje del Valle Inferior perdiéndose en la cuchilla. Lugar de encuentro de miles de parejas de novios que han aprovecha de su recatada intimidad, como si los paredones laterales fueran ciegos y sordos. Los dos inolvidables pintores maragatos, Alcides Biagetti y Julián Mayo Llambí, lo usaron de inspiración para algunos de sus cuadros. Cuanto turista y fotógrafo aficionado circula por el territorio de la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires se detiene en su punto más alto, para captar imágenes que serán atesoradas. Ha sido (y sigue siendo) anfiteatro para la realización de espectáculos de las más diversas expresiones culturales, y fue en ese sentido, la cuna de la emblemática fiesta mayor de Patagones en cada mes de marzo.
Por todas y cada una de estas razones el Pasaje San José de Mayo se merece esta crónica, que se bifurca hacia historias muy antiguas y otras que no lo son tanto.
Orígenes de barro
En Carmen de Patagones siempre hubo una vía de comunicación importante para la conexión entre el barrio del puerto y la fortaleza, que constituyó desde el principio de los tiempos el asiento de las autoridades. La actual calle Bynon fue, seguramente, el camino más rápido pero también el más peligroso, por lo empinado, utilizado por todo tipo de carruajes pero accidentado para los caminantes.
Los peatones, en efecto, usaron senderos variados, cruzando por el medio de las viviendas en desordenado andar, según las alternativas escarpadas del terreno. La primitiva urbanización del pueblo se fue concretando en distintos pasos y en octubre de 1858 la municipalidad decidió cerrar uno de los callejones que bajaban desde el fuerte hacia el muelle. Según un antiguo documento “en reemplazo del referido callejón se ubicó un espacio de terreno que se halla situado frente al asta de la bandera de la fortaleza y entre medio de la casa de don Alejo Ibáñez y el rancho de don Lorenzo Mascarello”. El terreno fue adquirido y un año más tarde, en octubre de 1859, se habilitó este pasaje.
Durante muchos años esta callejuela llevó el nombre de Dr. Baraja por ser una continuación de la calle que ahora arranca en Olivera (en la esquina posterior de la escuela 2) y llega hasta la esquina del hospital.
Un accidente fatal
El pasaje era de tierra y por su fuerte pendiente, con unos 15 metros de diferencia de un extremo al otro, se convertía literalmente en un tobogán cuando se encontraba barroso como consecuencia de las lluvias. En mayo de 1930 la inclinación natural de la barranca y la imprudencia de dos muchachos que se desplazaban en un carro tirado por un caballo tuvieron un trágico corolario.
En esa oportunidad los jóvenes Felipe Badaracco y Carlos José Montero de Espinosa resultaron gravemente heridos cuando intentaron bajar la empinada pendiente con un carro de tipo jardinera. La crónica del periódico “La Nueva Era”, en su edición del 24 de mayo de ese año, dice “el hecho servirá de experiencia a las personas que circulan con sus vehículos por las calles del pueblo menos propensas para el tráfico (…) tirada por un caballo brioso la aguda pendiente lo asustó y desbocó calle abajo y al doblar en la calle Mitre para no chocar con la pared de enfrente el carruaje volcó en forma impresionante…” Felipe Badaracco murió algunos días más tarde por las lesiones sufridas y durante muchos años el triste recuerdo fue una advertencia permanente, sobre lo poco conveniente de usar el callejón para desplazarse en vehículos con ruedas.
Las escalinatas
Con el loable propósito de darle una mejor presentación y convertir al pasaje en una vía de comunicación exclusivamente peatonal la Municipalidad de Patagones realizó, en 1962, la construcción de escalones de hormigón en un número cercano al centenar. La obra se habilitó con comentarios favorables de los vecinos del sector; pero algunas semanas más tarde comenzaron a llegar las quejas. Ocurría que algunos muchachos de familias tradicionales patagonesas convertían a la callejuela de las escalinatas en el territorio de sus proezas nocturnas. Era habitual que en horas de la madrugada, tras la salida de los bailes o quizás de regreso de la expedición a la otra orilla (donde ya brillaba como “catedral de la noche de la Comarca” el célebre ‘Center’s Club’) los jóvenes trepaban y bajaban por los escalones con camionetas utilitarias, tipo “jeep”, o motocicletas de poderosa cilindrada.
Hubo que buscar una solución y se decidió colocar gruesas cadenas en los extremos, más dos antiguos cañones de hierro fundido, seguramente rezagos de la dotación del fuerte, apuntando hacia Viedma en actitud poco amistosa.
No hay registros sobre accidentes ocurridos en las últimas décadas, lo cual parece indicar que las cadenas fueron el recurso adecuado.
La cuestión del nombre
El callejón cambió de nombre a fines de 1992. Quizás no son muchos los vecinos maragatos y viedmenses que saben que, por ordenanza del 18 de diciembre de 1992, se le impuso la denominación de Pasaje San José de Mayo.
San José de Mayo es una elegante ciudad del interior de la República Oriental del Uruguay, 75 kilómetros al norte de Montevideo, la capital del país. Hace casi 17 años, en diciembre de 1992, las autoridades municipales de las ciudades d e Carmen de Patagones y San José de Mayo suscribieron un acta de hermanamiento institucional. Los actos se cumplieron aquí, en Carmen de Patagones, con la presencia del Intendente y el presidente del Concejo Municipal de aquella urbe uruguaya en calidad de invitados especiales.
Por Patagones firmaron quienes eran por entonces el intendente, Haroldo Lebed; y el titular del Honorable Concejo Deliberante, Juan Héctor Angos.
¿Cuál era la razón del hermanamiento?: sencillamente una curiosidad histórica. Allá por los últimos años del siglo 18 la corona española decidió enviar colonos agricultores para el establecimiento que debía fundar el enviado Francisco de Viedma y Narváez. Algunos de ellos provenían de la región de la Maragatería y llegaban a América con la esperanza de forjarse un nuevo porvenir. En Montevideo tuvieron que esperar varias semanas y un grupo de ellos se internó en territorio de lo que es hoy el Uruguay; en tanto los restantes arribaron finalmente a las costas del río de los Sauces, nuestro río Negro.
Ese conjunto de pocas familias constituyó el núcleo fundador de esa ciudad de San José de Mayo, cuyos habitantes son conocidos –allá en tierras uruguayas- como los “maragatos”. Por eso, entonces, se construyó el hermanamiento entre las dos poblaciones, la argentina y la uruguaya. La iniciativa arrancó de Patagones y este cronista recuerda que fue Jorge Irusta, en aquel año de 1992 secretario del Honorable Concejo Deliberante quien viajó especialmente a San José de Mayo para establecer los primeros vínculos. Después, durante varios meses, se intercambió la correspondencia y se ajustó el entendimiento.
El acto formal se realizó, como ya dijimos antes, el 18 de diciembre de 1992. Uno de los aspectos interesantes que se abrían a partir del acuerdo era el intercambio cultural entre las dos ciudades.
Los Carreteros
En aquellos años la fiesta anual de Carmen de Patagones, en cada mes de marzo, se llamaba “de la Soberanía y de la Tradición”, bajo la responsabilidad del club Fuerte del Carmen. Para la edición de 1993 llegaron especialmente a Patagones los integrantes del conjunto folclórico “Los Carreteros”, de San José de Mayo.
Esta agrupación, que registraba sus inicios en 1952, se había convertido en exponente tradicional de las expresiones folclóricas campestres uruguayas y animó una de las noches centrales de la celebración de Patagones.
En marzo de 1994 nuevamente actuaron “Los Carreteros” en Carmen de Patagones y uno de los integrantes de la misma delegación uruguaya anunció la realización de la “Primera Fiesta del Gaucho”, allá en tierras “maragatas” orientales para abril de aquel año, Surgió la idea de intercambiar visitas y fue este cronista, por entonces animador y maestro de ceremonias de aquella Fiesta de la Soberanía y de la Tradición, quien cruzó el Río de la Plata para conocer a la ciudad hermana.
San José de fiesta
La Primera Fiesta del Gaucho se realizó en San José de Mayo, Uruguay, entre el 16 y el 18 de abril de 1994, con un gran desfile de jinetes, un festival folclórico y demostraciones de habilidades gauchas en el Parque Rodó. Allá estuve, hablando por radio y con las delegaciones, contando de Patagones y estableciendo vínculos.
Para el año siguiente, 1995, el grupo “Los Carreteros” ya no pudo venir y las relaciones de hermandad entre ambos pueblos se fueron enfriando. En noviembre de ese año el escribano Magdaleno Ramos, que ya era intendente electo de Patagones pero todavía no había asumido, hizo a Uruguay un viaje particular y procuró entrevistarse con las autoridades municipales de San José de Mayo para reanudar los lazos de hermandad. No hubo respuesta a los llamados telefónicos. Transcurrieron ya 17 años y no hubo nunca más expresiones de mutuo interés.
Así, lamentablemente, quedó en desuso aquel hermanamiento de 1992 en cuyo marco de ceremonial se le impuso al pasaje de las escalinatas el nombre de la ilustre ciudad uruguaya. Quizás este artículo sirva para reactivar esta cuestión, en aras de un favorable intercambio de tipo social, cultural y deportivo. Para que la atalaya también nos permita mirar hacia un país hermano.