domingo, 9 de enero de 2011

Nostalgias de los veranos de otros tiempos en la Boca del río Negro




Una interesante muestra fotográfica sobre los orígenes del balneario El Cóndor (antes Massini y por siempre La Boca) se presenta en la misma villa, en el salón del complejo UPCN. Las imágenes del ayer disparan los recuerdos y las nostalgias, como material para la crónica.


La poeta, narradora y docente María Cristina Casadei fue convocada por Perfiles y Postales para escribir sobre sus añoranzas de aquellos dorados veranos en la villa marítima local. De su encantador trabajo se tomaron los siguientes párrafos.


Recuerda Cristina
“Mi infancia y La Boca forman una unidad indisoluble ya que no puedo pensar la una sin la otra. Desde muy pequeña, mis días de vacaciones transcurrieron en el balneario. Como mis padres eran docentes, una vez terminado cada ciclo lectivo trataban de descansar alejados del bullicio infantil. ¿Y cómo hacerlo con niños a su alrededor? Ello motivaba que el primero, o segundo día de vacaciones, en el auto de mis abuelos maternos (Guido y Severina Bergandi), emprendiéramos el viaje hacia el balneario. No hubo, en mi infancia, felicidad mayor que esa.
El trayecto duraba un largo tiempo porque el camino era de tierra y había que atravesar tres guardaganados. Eran muy pocos los vehículos que se animaban a esta travesía y para que el tiempo pasara más de prisa nos entreteníamos buscando figuras en las nubes, cantábamos y, ya próximos al lugar de vacaciones, tratando de descubrir sobre la barda el puntito blanco que indicaba la presencia del faro.
Mi abuelo tenía una hermosa casa sobre la costa (mucho después supe que esa cercanía le jugaría tan en contra que, durante un temporal Sur, el mar se llevó la vivienda y con ella mis días de infancia) Una vez llegados a la casa había que ayudar a descargar la montaña de provisiones que llevaban, dado que no había en el balneario ningún lugar para adquirir ni aún lo más elemental. Sólo cuando crecí don Tripolati puso un mercadito, tan pequeño que sólo entraban en él los cajones con verduras mientras los clientes permanecían afuera. Mi nona no se hacía demasiado problema porque durante todo el verano mi abuelo viajaba diariamente entre el balneario y Patagones ya que nunca cerró su sastrería para tomarse unas vacaciones en serio. Alrededor de las 7.00 salía para “el pueblo” y a la tardecita regresaba al balneario. Era ese un ritual tan infaltable que uno de nuestros entretenimientos era caminar por la ruta hasta encontrarlo, treparnos al auto y volver con él hasta la casa frente al mar. Otra actividad que formaba parte de su ritual era llegar, ponerse la malla y darse un chapuzón aún cuando hubiera tormenta, hiciera frío, o el temido viento sur azotara la playa. Esa costumbre lo acompañó a lo largo de su vida.
Durante muchos años fuimos siempre los mismos vecinos, al lado de la casa de mis nonos estaba la casa de Don Felix Malaspina cuya esposa (la abuela Rosa) era una viejecita tan tierna y sufrida como mi propia nona. Recuerdo también a las familias Tassara, Malpeli, Gianni, López Kruuse, Balda, Baldisoni, De Rege, Zabaleta, Doddi. Castello, Lehner. Volponi,.
Por esa época la Boca carecía de luz, agua, gas, y cualquier otro adelanto que hoy se piensa imprescindible para disfrutar de unas buenas vacaciones; pero no recuerdo haberme aburrido nunca durante los casi tres meses que duraba mi tiempo de descanso. Todo nos entusiasmaba y era motivo de placer. Aún la siesta, en que permanecíamos en la casa por temor a los efectos del sol, era excusa para la diversión. La casa tenía una casilla construida especialmente para que los veraneantes cambiaran sus trajes de baño mojados sin ensuciar la casa con arena y agua de mar. Ese era nuestro refugio. Allí fabricábamos pulseras, collares y todo tipo de adornos con varillas de junco que habíamos recogido durante el paseo de la tarde anterior. También (cuando mamá nos traía material del pueblo) fabricábamos objetos con plastilina o, ya más grandes, tallábamos cuadros en yeso o armábamos títeres. Trascurrida la siesta y ya autorizados a salir, corríamos al mar. Vivíamos prácticamente en malla, sólo cubierta a la hora del almuerzo o merienda porque, “es indecoroso sentarse a la mesa en traje de baño” decía mi nono y todos acatábamos su sentencia. Tanto es así que aún hoy sigo respetando esa consigna. A la tardecita nos dábamos un chapuzón con agua dulce (y fría) para sacarnos la sal, nos cambiábamos y… a caminar. Lo hacíamos por el pueblo o, casi siempre, por la playa”
“Cuando llegaba el carnaval mi nona nos confeccionaba unos disfraces con papel de diario. Eran siempre iguales y tenían flecos por todos lados pero a nosotros siempre nos parecían diferentes y durante años creímos que nadie nos reconocía detrás de las viejas noticias.
Como siempre me gustó la actuación y el garaje estaba debajo de la casa y se accedía a él por una rampa en bajada, descubrí que era un excelente escenario para “hacer teatro” como decíamos en nuestro desconocimiento. Como imaginarán, yo dirigía la batuta, cantaba (en esa época no había grabadores, ni radios a transistores ni nada por el estilo) y mis pobres primas Susana y Gloria sufrían mis veleidades de “Directora”. Imagino que ellas no se divertían demasiado porque el arte les importaba un bledo pero yo la pasaba increíblemente bien.
Cuando tenía 9 ó 10 años el mar ya se había llevado las casas vecinas y mi nono había hecho construir un murallón de defensa para que el agua no tomara revancha con su refugio. Recuerdo que durante algunos veranos el mar llegaba hasta el murallón y las gotas salpicaban el techo. A los chicos nos divertía pero mi nono que ya conocía el destino de su casa llamó a un pintor y, como si fuera un familiar, hizo retratar aquel rincón antes de que la naturaleza cumpliera su designio. Un invierno todo acabó. Mi nono alcanzó a sacar muebles, aberturas, y todo aquello que pudiera ser de utilidad. Sólo se olvido de levantar mi infancia que quedó allí, debajo de algún escombro. Después de eso, el mar se retiró y no volvió a destruir los sueños de la gente.”


Miguel, otra voz
Miguel Osorio, poeta y artesano de la madera, también fue requerido por un texto evocativo y nostálgico; y de su escrito se tomaron los siguientes fragmentos, incluyendo un poema.
“La patria irrecuperable de la infancia me ve mirando el mar, muy cerca e interminable para caminar, porque en bajante se iba mucho y en subiente, para llegar a las olas caminabas tres cuadras. Es la imagen de las casas bonitas y con escalinatas que se aproximaban al mar. Se sabe que luego, no sé en que año, todo aquello fue destruido por el amo natural.
Los médanos circulaban diferentes con pocos tamariscos, donde jugábamos a los indios con arco y flechas de caña con el Chicho Baldizone, tirábamos cuetes en el Hotel Achavil y piedras como prolongación de los gritos”
“Lo mío es, esencialmente, la poesía; y algo me salió hace algún tiempo dedicado a ese lugar entrañable de mis recuerdos de infancia. Se llama “Los médanos del tiempo”
“Una vez vi casas paradas junto al mar / en otra ya eran pedazos enterrados / naufragio de tiempos del mostrarse / no sólo El Cóndor dejó sus pedazos en la playa. / El agua era placer, trabajo, vida y muerte / lo que mueve la vitalidad desde el principio / lo que mata lo efímero y hunde su marca / Simple vaivén como guiado por la luna / hermanado como mi horizonte vertical / ese visible, el otro es movimiento sutil / los dos se cruzan en un punto de eternidad.
Cuando la sal simula la presencia del llanto / cuando la arena quiere ser dueña del día /
cuando el viento la hace picotear la luz / envolviendo la carpa en acecho de piel / y si la espuma encrespa la suavidad volátil / el sueño de esa noche amamanta la bruma. / El solitario paso enlaza la amada soledad / o la ausencia camina sin cesar su caricia / o el doliente espacio que besa lo sagrado / corriendo hacia el desahuciado agotamiento / volvía creyendo ahuyentar el duro olvido / del amontonado camión de guijarros del dolor / cae la desbarrancada sombra de la tarde / también un balde inmiscible de nubes naranjas / un pareo de violáceos jirones de gris / Ahora viene todo el grito de vuelta / y gasta su energía juvenil en la sombra /
y el silencio ruge su rítmico espasmo. / Nadie es el mismo porque el espejo oscuro / no devuelve mirada ni saludo ni risa, pero / clava el momento de encontrar el latido / y sentir que ser aquel es mejor que ser éste”.


Las fotos cuentan
Bien cierto es el dicho popular de que “una imagen vale más que mil palabras”, y en ese caso se puede aplicar con propiedad a la muestra fotográfica “Los inicios de Balneario El Cóndor” que hasta el 17 de enero se puede visitar, de 19 a 22 en el salón de UPCN sobre la avenida costanera de la villa marítima. La idea fue de Roberto Tarifeño y Cecilia Palma, investigadores del Museo Eugenio Tello y contó con la entusiasta adhesión de la Junta Vecinal del Balneario El Cóndor. “En nuestro propio museo, en el de Patagones y en el Salesiano de Viedma, se hallaron la mayor parte de las fotos, pero también hubo aportes de familias fundadoras, como los Gianni; después se acercaron los López Kruuse y trajeron sus recuerdos; pudimos rescatar del VHS un video realizado hace 10 años (“El puerto inesperado”) que precisamente cuenta la historia del naufragio del barco Cóndor, de donde surge el nombre actual del pueblo” relató Roberto.
Para el joven historiador “lo más interesante de la experiencia es cuando la gente se acerca, mira las fotos y descubre lo rostros de los abuelos y otros parientes y entonces nos cuentan las historias familiares que esas imágenes tienen contenidas”. Tarifeño reconoce que “es una
primera contribución, sabemos que hay muchas otras fotos y muchos recuerdos dispersos, esto es sólo el arranque de lo que quizás pueda convertirse en un futuro museo de la Boca”.
(Las fotos que ilustran la nota corresponden a la muestra, cedidas especialmente por Roberto Tarifeño)