martes, 20 de septiembre de 2011

Un maestro y sus historias, desde una escuela rural hasta el Consejo de Educación


 En la charla enfrente de los chicos de la escuela 200, con el actual personal docente, y tocando la vieja campana de bronce, tres momentos de la visita del Negro Flores al establecimiento donde fue director durante tantos años
Esta nota se publicó en Noticias de la Costa para el día del maestro. Con el objeto de rendir homenaje a tan noble y sacrificada profesión social, el cronista vuelca las vivencias de Miguel Angel Flores, un maestro sanjuanino que, muy joven, llegó a Río Negro en 1958 y se quedó para siempre, desarrollando una carrera que empezó como maestro rural en el paraje El Chaiful y culminó en una vocalía del Consejo Provincial de Educación, en 1987.


El relato de Miguel Angel “el Negro” Flores es colorido, adornado con ocurrencias y dichos, concreto y detallado. Uno cierra los ojos y puede reconstruir con claridad las imágenes del relato. Esta nota sólo rescata una parte de sus dichos, con breves acotaciones que enlazan situaciones y momentos. La larga y muy amena charla repasó desde el primer destino docente hasta sus últimas actuaciones, ya en cargos de responsabilidad institucional; abarcando también los tiempos fundacionales de la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro (UNTER) que lo tuvieron como protagonista, en 1974; la etapa de periodista en los diarios “Voz Rionegrina” y “El Provincial”; y la resistencia gremial en tiempos de la última dictadura cívico militar.
La llegada
“Había comenzado con la docencia en mi provincia, pero quería buscar otros horizontes. En 1958 mandé mis datos a la seccional Río Negro del Consejo Nacional de Educación y recibí la designación como director y maestro único en la escuela de El Chaiful.
Me mandaban el pasaje y una orden para transportar hasta 200 kilos de carga libres; busqué en los mapas de Río Negro y no encontraba nada, apenas supe que quedaba para el sur y que tenía que llegar primero a Ingeniero Jacobacci. Me tomé un tren desde mi pueblo en directo a Bahía Blanca (año 1959, cuando ese tipo de conexiones ferroviarias existían) y después el otro que iba para Bariloche. Preguntaba en el tren cómo podía llegar a El Chaiful y nadie me daba referencias. Acerté con un señor, muy atento, que se llamaba Gregorio Toro y era el juez de Paz de Jacobacci y me dio la total seguridad de que me iba a conseguir la forma de seguir viaje hasta el paraje. Llegué a Jacobacci y estuve esperando una semana hasta que apareció un transportista, con un camión marca Reo, que tenía que volver con una carga. Pero este hombre no tenía apuro por regresar y antes quería disfrutar del baile y un poco de diversión en el pueblo, así que yo me tuve que quedar otros tres días.”
Finalmente se inició la travesía, pero los comentarios del chofer durante el largo viaje no serían muy estimulantes. Lo sigue contando con gracia y detalles. “Cada 500 metros, más o menos, me decía: ¿vos estás seguro de que te vas a quedar allá en El Chaiful?. La escuela hace como dos años que está cerrada y se desmoronó el pozo del agua, y no sé cómo vas a hacer sin agua. Todos los comentarios eran para desmoralizarme, como por ejemplo me preguntaba: ¿llevás comida?; y yo le contestaba, inocentemente, sí llevo papas y fideos y yerba. ¿Para cuánto tiempo llevás? , no sé, para tres meses. ¿Estás seguro que te van alcanzar esas provisiones?; mirá que allá no hay ningún lugar para comprar… y así por el estilo, todo el tiempo”.
Con lujo de detalles describe después el panorama de la escuelita que lo estaba esperando. “Era una construcción de unos 5 metros de largo por tres de ancho, separada por una pared, adelante el aula y atrás la cocina y un depósito que el maestro usaba como dormitorio; todo poblado por arañas y telas de arañas de todo tamaño y en cantidad. Así que la primera tarea fue limpiar y acomodar para poderme acostarme a descansar. Cuando la gente de los alrededores vio movimiento empezó a acercarse para ver cómo era el maestro y, lo más importante, enterarse si se iba a quedar. Después empezaron las pruebas, y la primera fue con el mate, porque yo estaba acostumbrado al mate sanjuanino, con agua muy caliente, dulce y con yuyos mezclados con la yerba; y allá en el sur era con agua tibia y amargo, de pura yerba nomás. Se empezaron a presentar los problemas, yo tenía algunos víveres, pero no tenía pan ni mucho menos harina para prepararlo. Por suerte me traían pan con chicharrón, tortas fritas, tortas al rescoldo… así que al poco tiempo ya no me faltaba nada. La carne me la regalaban, y me hice carnicero porque en San Juan vivíamos a pura verdura, pero allá solamente con capón, chivo y yeguarizo. Con la carne de potro estaba el tema de que, según lo que dice la sabiduría popular, no se puede acompañar con agua, porque la grasa se te endurece en las tripas y terminás reventado. Pero yo nunca he tomado vino y comía siempre con agua, y los paisanos me tenían marcado: maestro, no vaya a tomar agua. Pero yo, cada vez que podía comía yeguarizo, y después me mandaba un taco de agua… ¡y acá estoy vivito y coleando!”.

Aprender a dominar el caballo
“Otra dificultad apareció con el tema del caballo, porque yo no sabía montar y tuve que aprender porque de lo contrario no podía manejarme para ir a ningún lugar. Estuve como dos años para aprender, pero al final lo logré y después tenía dos caballitos, pero antes me tuve que aguantar muchas cargadas de los pibes”.
“Un día vienen los chicos y me preguntan: ¿ maestro, nos da permiso para armar una cancha acá en la escuela?. Pero, sí, cómo no… les contesté yo, contento, pensando naturalmente en una canchita para fútbol, y tal es así que me puse a buscar unas medias y otras prendas para hacerles una pelota de trapo. Los pibes trajeron picos y palas y empezaron a sacar pasto y piedras, pero me llamaba la atención que la cancha que preparaban era finita y larga, y no rectangular. Entonces les pregunté ¿los arcos donde van?, y me explicaron que una cancha para con los caballos” Pasaron los meses, y ya acostumbrado a montar, aceptó el desafío de una carrera contra uno de sus alumnos “lo que no sabía era que el caballo era asustadizo y cuando un papel que traía el viento se le pegó en una pata se plantó y me sacó despedido, en medio de las risas de todos los pibes”.

Inesperado traslado
Un inspector de escuela, Juan Zenón, de Viedma, llegó un día por la escuela cuando ya llevaba un año y medio. “Me dijo que ya tenía muy buenas referencias mías, por la gente del pueblo, y se comprometió a que si yo tenía algún problema él personalmente se iba a ocuparse de resolverme la cuestión. Pasó un largo tiempo y una vez se me aparece un muchacho diciendo que venía para tomar posesión del cargo de director de la escuela 202 de El Chaiful. Ante ese problema me dije: me tengo que ir a Viedma para protestar. En Jacobacci me tomé el tren y justo viajaba también monseñor Borgatti, el obispo, que yo conocía porque había pasado por El Chaiful. Le conté el problema y me dijo que fuera de su parte a ver al inspector seccional, don Agustín de Jesús Ponce. Este hombre me recibió y me explicó que el inspector Zenón había pedido un traslado para mí, para la escuela de General Palacios, a 28 kilómetros de Viedma, lo que era un cambio muy importante y beneficioso. Así fue que en 1961 me vine para Palacios, una estación de ferrocarril muy activa por todo el movimiento de la zona, con una escuela de doble turno; estuve 7 años hasta 1968. En ese momento me vine para Viedma con el ofrecimiento de hacerme cargo del centro de educación para adultos, teniendo en cuenta que allá en Palacios había hecho experiencias en ese sentido”.

Otros destinos
“Pero en la entrevista con el profesor Ahumedes, del naciente Consejo Provincial de Educación, me ofrecieron el cargo de inspector de escuelas y acepté, porque me interesaba la propuesta y por supuesto me gustaba quedarme en Viedma. Pasaron más de 40 años y aquí estoy. ¡Por eso digo que yo llegué acá por bocón, por querer saber qué pasaba con ese sujeto que se me había aparecido en la escuelita de El Chaiful diciendo que era el nuevo director”.
En 1970 quedó sin efecto la designación de inspector, cuando llegó el general Roberto Requeijo y a cambio le otorgaron la dirección de la escuela número 200 “Aeronáutica Argentina” en el recién creado barrio IPPV, por entonces en las afueras de la ciudad, la primera de jornada completa. “Fue la época más importante de mi trayectoria, de 80 alumnos iniciales pasamos a 180 en solamente tres meses, los chicos comían a la carta, porque la cocinera le preguntaba a los chicos qué querían comer al día siguiente; iniciamos los talleres de formación de oficios, le dábamos el desayuno a los canillitas que a la tarde venían como escolares, hicimos huerta y jardín, fue un tiempo maravilloso. Estuve allí hasta 1984 y después, ya jubilado, pasé a ocupar cargos políticos”.

Un emotivo reencuentro
El cronista le propuso al antiguo director que posara, para algunas fotos, en la puerta de la escuela 200. Sorpresivamente, entrevistado y periodista, fueron invitados por el personal docente a ingresar al establecimiento y participar en el momento comunitario del comienzo de la jornada escolar. Una vez explicados los motivos de la visita le tocó al maestro Flores, muy emocionado, hablar con los chicos y trazar algunos recuerdos de aquellos 16 años inolvidables transcurridos entre esas paredes. En la dirección de la escuela se conserva, perfectamente restaurada, la vieja campana de bronce de los primeros tiempos y el Negro no pudo evitar la tentación de hacerla sonar, como antes. En el pasillo también se detuvo a contemplar un mural decorativo realizado hace más 30 años, mientras los recuerdos fluían intensos y cálidos.
Quedó espacio para breves referencias. La fundación de la UNTER, en 1974, con Wenceslao Arizcuren, Coco Serrano y otro grupo de docentes; y las luchas en tiempos de dictadura, con la conquista del descuento de cuota sindical por planilla. En tiempos del gobierno de Osvaldo Alvarez Guerrero y el ministro Nilo Fuvi, Flores fue delegado de Educación en la región sur, cuando pudo encarar la reconstrucción total del edificio de la escuela de El Chaiful; después ocupó una dirección general y finalmente accedió a una vocalía del Consejo de Educación.
Para el final. “Rescato la enorme cantidad de viajes que hicimos con Nilo, cuando él era ministro de Educación, recorriendo cada rincón de la región sur, y también la figura de quien ocupó después la cartera educativa, Mary Soldavini de Ruberti.”