sábado, 11 de agosto de 2012

Cuatro escritores, cuatro amigos, cuatro nuevos libros


Cuatro escritores, cuatro amigos, cuatro nuevos libros. Elías Chucair, patriarca de las letras de la Patagonia norte, acaba de presentar una selección retrospectiva de su obra poética en "Vivencias de Patagonia en un poema"; José Juan "Pepe" Sánchez cumplió con un antiguo compromiso y publicó "Aires solidarios" sobre la historia fundacional de la cooperativa de los talleres ferroviarios de San Antonio Oeste; Ramón Minieri recopiló en papel una serie de postales costumbristas ya editadas en la web, con el título de "Casos de Villa Intranquila"; y Juan Matamala reunió en un volumen "Mitos y leyendas de El Bolsón". Ingeniero Jacobacci y la línea sur, la costa atlántica con epicentro en San Antonio, Río Colorado y el Valle Medio, El Bolsón y la Comarca Andina, representados literariamente con talento y pasión. He aquí mis comentarios, sin pretendida objetividad. El amigo comentando a los amigos, sencillamente.


Elías Chucair, padentrano, nombrador y popular




Elías Chucair es padentrano, y eso es una virtud, que ejerce con autoridad.

Permítanme que les explique un poco de dónde viene esa palabreja. Don Arturo Jauretche la usaba y la había tomado de un texto del poeta Osvaldo Guglielmino, que a su vez la inventó para contraponerla a esa expresión grosera de “pajuerano” con la que los habitantes de la Capital designan (o designaban) a los recién llegados del país interior. Ser padentrano es, entonces, pertenecer, ser y estar en el adentro de la Patria; conocer, amar y odiar (todo al mismo tiempo) este interior maravilloso y sorprendente, defenderlo y hacerlo conocer.

Por eso afirmo y reitero: Elías Chucair es padentrano. Tiene sangre inmigrante en sus venas, y además a lo largo de toda su vida ha fertilizado una fraternal relación con los criollos y los indios. Esta actitud potencia su condición de padentrano, precisamente, porque el país de adentro está mayormente poblado por esos seres, invisibles a los ojos de la metrópoli. Este poeta amigo, rionegrino y padentrano, dedica muchos de sus versos a poner en el foco de la luz esos rostros del trabajo y el desarraigo. Los coloca en el centro del escenario.

Además, Elías Chucair es nombrador, y esa calidad lo distingue junto a otros poetas de su misma generación, Jaime Dávalos, Armando Tejada Gómez, Antonio Esteban Agüero, Edgar Morisoli, Pepe Sánchez y tantos.

Los nombradores son los poetas, narradores y cronistas que llaman a los personajes de sus escritos por sus nombres, como un pequeño homenaje, manifestación de respeto y sincero manejo de la información referencial. Pero, también, son quienes al nombrar a las cosas luchan contra el atroz destierro del olvido; porque el nombre se convierte en proclama invencible en el tiempo. Porque lo que se nombra queda en la memoria, como material que construye el imaginario colectivo de los pueblos.

Debo decir, para completar la descripción, que Elías Chucair es popular; lo son los temas que ocupan su literatura y goza su obra del reconocimiento del pueblo, que repite sus historias y poemas, apropiándose de ellos.

Lo popular es, en el arte, una categoría que se puede definir con pocas palabras: es lo que le gusta a la gente. Las imágenes y relatos que transmiten los escritores populares no necesitan explicaciones para llegar al corazón de sus lectores y provocar el cosquilleo de la emoción. Dicen, los detractores de lo sencillo, que escribir de esa manera no requiere talento. Ignoran que la capacidad de emocionar está reservada a quienes tienen leal sensibilidad por las cosas simples, un privilegio de los espíritus mansos.

Elías Chucair es padentrano, nombrador y popular. Estas condiciones se muestran en esta selección retrospectiva de su obra poética. Transitar por las páginas de este libro es como dejarse envolver por un poncho de nostalgias sureñas, que acaricia y hace soñar; para andar caminos ásperos y dolientes, cálidos y afectivos, y finalmente arribar al alto mollal donde el viento alguna vez perdió una copla.



Carlos Espinosa

(Prólogo para “Vivencias de Patagonia en un poema” de Elías Chucair, Ediciones del Cedro, 2012, presentado el sábado 16 de junio en Ingeniero Jacobacci)



Respiración, pulso, memoria y nombres,
en un libro de Pepe Sánchez






Un libro es un conjunto de hojas de papel con letras impresas, una formidable máquina de disparar pensamientos. Leemos y pensamos, y cuando pensamos adquirimos conocimientos y recibimos sentimientos.

Pero un libro es valioso, sobre todo, cuando a través del código de sus letras impresas se perciben la respiración y el pulso vital del autor. No todos los libros tienen esta virtud, debe advertirse.

El caso que nos ocupa –“Aires solidarios” de Pepe Sánchez, alias José Juan- es un libro que respira y palpita. En esta obra el autor se nutre de sus propios recuerdos para construir dos relatos casi simultáneos, como ensamblados en un mismo objetivo.

Por un lado está la crónica precisa, con la fuerza del testimonio autobiográfico, sobre la génesis y parición de la Cooperativa Obrera Metalúrgica de San Antonio Limitada (Comsal), que se conformó hace 50 años como respuesta orgánica y solidaria ante el intento de desguace de los talleres ferroviarios de aquella localidad.

Por el otro aparece una sucesión de estampas narrativas, con enorme riqueza en la descripción de los escenarios y ambientes, construidas esencialmente a partir de la nostalgia infantil. En estas páginas todo gira, por cierto, alrededor del ferrocarril, las estaciones y los pueblos surgidos a la vera del ramal que atraviesa la estepa.

La crónica es esencial, está abonada con referencias históricas y sobre personalidades que marcaron toda una época, como el primer gobernador de la provincia de Río Negro, Edgardo Castello; y el inolvidable intendente Celso Rubén Bresciano. Nadie podrá ahora dejar de consultarla a la hora de documentarse sobre ese lapso del devenir de San Antonio Oeste y su región, en el comienzo de la paradigmática década de los 60, en el siglo pasado.

Los textos de mayor entraña argumental destilan un cálido costumbrismo, alternando pinceladas suaves y matices realistas. Sorprenden las historias en torno al fogón donde “la palabra adquiría, entonces, la categoría de majestad suprema”(1), y se agregan después los campamentos, los vientos patagónicos y los ojos de Pericles en el punto más alto de la calidad literaria de la obra.

Vivimos los tiempos de la memoria, nos hace bien recordar, porque nos permite situarnos con firmeza en el presente. Necesitamos de los memoriosos, porque nos guían en los laberintos del pasado y al conducirnos entre pasadizos ocultos nos alivian la fatiga de la búsqueda de tal o cual cuestión.

Pepe Sánchez es memorioso, y al mismo tiempo es memorable. Nos lleva hacia atrás, pero es también es protagonista de ese pasado en el que nos inserta. De allí que sus crónicas autorreferenciales tienen valor documental.

Pepe Sánchez es, por otra parte, miembro conspicuo del selecto clan de los nombradotes –como su amigo Elías Chucair- “los poetas, narradores y cronista que llaman a los personajes de sus escritos por sus nombres, como un pequeño homenaje, manifestación de respeto y sincero manejo de información referencial. Pero, también, son quienes al nombrar a las cosas luchan contra el atroz destierro del olvido; porque el nombre se convierte en proclama invencible en el tiempo” (2)



Démosle las gracias a Pepe Sánchez, por obsequiarnos este libro que respira y palpita, y por ser memorioso, memorable y nombrador.



(1) ver página 30, de la obra comentada.

(2) Me permito citarme a mi mismo, del prólogo para “Vivencias de Patagonia, en un poema” de Elías Chucair. Ediciones del Cerro, 2012.



Carlos Espinosa

(Comentario para la presentación del libro de Pepe Sánchez, en San Antonio Oeste, 10 de julio de 2012)







Los casos de Villa Intranquila, de Ramón Minieri, una especie de manual del comportamiento humano



En el mismo estilo de narración costumbrista al que nos tiene acostumbrados Elías Chucair, y por el que también transitara el recordado Nicasio Soria, acaba de aparecer el libro “Casos de Villa Intranquila” de Ramón Minieri. El teritorio de las anécdotas y relatos es un pueblo imaginario llamado Villa Intranquila, pero abundan las pistas que permiten identificar fácilmente a la ciudad de Río Colorado, en el norte de la provincia de Río Negro, en donde Minieri está radicado desde hace muchos años y practica con esmero la convivencia y la amistad.

En esas artes abreva el conocimiento que le permite al talentoso cronista la recopilación de valioso material de narrativa oral; para transformarlo después, a través de prosa sencilla con trazos inteligentes, en los textos escritos bajo la forma de glóbulos que conforman este entretenido volumen. Los relatos tienen, en general, un tono humorístico, algunos sólo hacen sonreir; pero otros estimulan la carcajada.

Minieri se presenta , modestamente, como el mero compilador de los dichos, hechos y sucedidos, y señala, desde el principio que “verlos en letra escrita no les hace justicia. Les está faltando la mímica, el énfasis, la tonada de quienes los relatan”. Por eso mismo pone énfasis en su agradecimiento a todos quienes constribuyeron con su aportes e inserta la nómina completa de los “intranquilenses” que le contaron sus historias. “Lo hicieron por generosidad, pero también, supongo, para disfrutar un poco del aplauso, del reconocimiento, como cualquier artista; y por cierto lo merecen” apunta, sobre ellos.

Minieri, intenso polígrafo que se dedica a la elevada poesía y el ensayo enjundioso con la misma pasión que pone en estos casos cotidianos, le advierte al lector que “cuando se esté riendo del tonto o del tipo raro del cuento, sepa que en realidad se está riendo de usted mismo”; y añade “reirse de uno mismo es sacudirse un poco al tonto que todos llevamos dentro”.

Acerca de la naturaleza psicológica de la risa se permite, hacia el final, una serie de citas citables que arrancan con Sigmund Freud y la relación entre el chiste y la afloración de lo inconsciente, para pasar por Henri Bergson y otros, concluyendo de su propia cosecha que lo que produce risa es la interrupción imprevista, la ruptura, de una continuidad previsible de ideas y acontecimientos. “Nuestros esquemas mentales nos traicionan. Esta es una reiterada lección de los relatos pueblerinos. Nos comportamos de una determinada manera, porque partimos de determinados supuestos, de ciertas expectativas acerca del desenvolvimiento de las cosas. Pero hete aquí que nuestro supuesto era inadecuado” reflexiona, con fundamento.

Por la validez de esta mirada es que “Casos de Villa Intranquila” constituye un divertido libro de historias populares y, además, es una especie de catálogo de conductas humanas, de acciones y dichos que reflejan las reacciones de sus protagonistas ante circustancias cotidianas y otras que no lo son tanto. Como un manual de comportamientos.

Pero fundamentalmente, reitero, se trata de un divertido libro, y para que se me entienda transcribo de la página 13, el caso de Ustáriz y una de las frases celebres en Villa Intranquila.

Minieri cuenta. “Ramón Ustáriz, propietario de un mercadito con carnicería, es protagonista de varios relatos locales. Le han atribuido el papel de ingenuo de los relatos tradicionales. Esta vez cuentan que había ido después del almuerzo a la cancha de pelota a departir con los amigos, quizás jugar una manito de más y menos, tomarse un anís. En eso estaba cuando apareció un pibe, corriendo desalado para avisarle, con la respiracion entrecortada: -Don Ramón, se le está prendiendo fuego la carnicería. A lo que don Ramón, con aire de suficiencia, respondió: -Ja, me dijiste… tengo la llave en el bolsillo.”



Carlos Espinosa



(Comentario para Agencia Periodística Patagónica APP)






Un valiente Juan Matamala se interna en el territorio de los mitos y leyendas de El Bolsón



Un sheriff norteamericano que denuncia el descubrimiento de un supuesto animal prehistórico todavía vivo y coleando en las aguas de una laguna; una especie de gnomo dicharachero que llegó al pueblo como representante personal del presidente Juan Domingo Perón repartiendo zapatos y colchones; y, como si esto fuera poco, los hippies fumando hierbas estimulantes en estado de meditación permanente en sus cabañas montañesas y artesanales lejos del mundanal ruido.

Estas y otras historias se recortan sobre el espléndido escenario natural de la localidad andina de El Bolsón, en el extremo sudoeste de la provincia de Río Negro, (vale situar para lectores de tierras lejanas), a veces originadas en las tradiciones tehuelches y mapuches, y también en tiempos más cercanos, como las que están afincadas en los años 70 del siglo pasado.

Por ese territorio se internó Juan Matamala, -escritor, docente, periodista y por sobre todas las cosas: andariego- para recolectar el material que compone su reciente obra “Mitos y leyendas de El Bolsón”, en un volumen de147 páginas.

El autor nos revela que las primeras narraciones las escuchó de labios de su madre, y luego de sus abuelos, tíos y vecinos, y que “con el tiempo me fui haciendo de una voluminosa carpeta de aquellas narraciones y de los cambios que se producían de una leyenda a otra, guardando celosamente sus caracteres originales para no traicionar la memoria y la conciencia”.

Matamala cumple con este compromiso que se autoimpuso y así ofrece un variado catálogo sobre los contenidos del imaginario popular de los habitantes de El Bolsón y la denominada Comarca Andina del Paralelo 42.

El libro arranca con varios capítulos referidos a leyendas fundacionales sobre árboles, flores, pájaros, creencias ancestrales, supersticiones, comidas y rituales típicos. Después pasa por un poco conocido episodio político de 1911 –cuando un grupo de comerciantes y colonos extranjeros pretendió institucionalizar un gobierno local autónomo- y arremete contra uno de los mitos contemporáneos más difundidos, el de las comunidades hippies instaladas en El Bolsón a partir de fines de la década de los 60. En este punto la advertencia es clara: “si bien es cierto que los hippies se instalaron en El Bolsón y han dejado su huella innegable, no todo lo que se comenta es exactamente así y las proyecciones de aquellas experiencias, lejos de acercar a la verdad, le han permitido tomar un vuelo de insospechadas derivaciones”. Sobre la base de estas premisas Juan Matamala aporta documentación incuestionable, desmenuza situaciones y concluye, tal vez para desilusión de muchos, que el fenómeno del hippismo bolsonés “fue parte de unos segundos de eternidad que rápidamente pasaron”, y que el derrumbe de la utopía dejó algunos huérfanos, a quienes bastante les costó recuperarse.

Hay un segmento de la obra dedicado a una historia bastante divulgada, la del sheriff Martín Sheffield y el plesiosuario, sobre la cual aporta elementos originales como lo son las publicaciones en periódicos norteamericanos de aquella época dándole crédito al supuesto descubrimiento y el testimonio de Juana Sheffield, hija del pintoresco yanqui, que fue quien observó el rastro del animal de extraña apariencia entre unos pastizales que rodean un ojo de agua en el paraje Epuyén. Este relato en primera persona, que se ofrece en una abreviada síntesis escrita y también en forma completa a través de la voz de la mujer en una entrevista del año 1989 (contenida junto con otros documentos en un disco digital para computadora), aporta valiosa información en torno al episodio que dio lugar a una equívoca intervención del mismísimo director del Zoológico de Buenos Aires, el científico Clemente Onelli.

Un capítulo curioso y revelador es el que está dedicado a Coquito, un extraño hombrecito llamado Omar Hernán Villalba, que apareció por El Bolsón en 1950 con el supuesto mandato y representación del entonces presidente Perón y su esposa Eva Perón para coordinar y responder a las demandas sociales, aunque un tiempo más tarde se supo que había sido engañado y abusado en sus pocas entendederas por un familiar, con el perverso propósito de condenarlo por insano y escamotearle una herencia paterna. Lo singular de la historia es que después de la misión apócrifa este personaje se ganó la simpatía de los habitantes del pueblo y allá se quedó, desempeñando diversas tareas para su módica subsistencia.

La vigorosa reconstrucción del novelesco suceso y sus consecuencias fue realizada con el invalorable auxilio de los dichos del propio Coquito, entrevistado por Matamala en radio Nacional de El Bolsón (también incorporada en el disco digital anexo), y el artículo adquiere perfiles emotivos cuando el autor sostiene que “Coquito en la recta final de su vida fue amado y cuidado por los turistas, los mochileros y el pueblo en general. Recibía el amor de las chicas más lindas con quienes se paseaba orgulloso y era la envidia de quienes sólo podían mirarlas de lejos”.

El libro contiene el detalle de otros mitos y leyendas, pero bastan estos tres aquí mencionados para valorar y aplaudir el esfuerzo del autor. Aquella máxima de Tolstoi acerca de pintores, aldeas y mundos, que suele invocarse para la exaltación de la literatura costumbrista, pasa por alto una de las exigencias elementales del oficio de escritor de lo cotidiano. Esta es la valentía, la valentía necesaria para el abordaje de las historias simples que han transcurrido a la vuelta de nuestra casa, cuyos protagonistas directos o sus descendientes están demasiado cerca y es muy posible que no duden en hacer conocer su opinión sobre nuestras narices, si tal o cual párrafo no ha sido de su agrado. Por eso es justo destacar la valentía demostrada por Juan Matamala, a la hora de internarse en el territorio de los mitos y leyendas de El Bolsón, para dejarnos un libro útil y ameno.



Carlos Espinosa



(Comentario para Agencia Periodística Patagónica APP)