Mario Ceferino Gée (apellido de origen inglés que se afrancesó con los años) nació en el pueblo de Chepes, La Rioja, el 1 de septiembre de 1930, pocos días antes de la caída de Hipólito Yrigoyen. Con esfuerzo propio (su padre era ferroviario y el dinero en casa no sobraba) se recibió de médico el 1 de junio de 1959, al rendir su última materia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
El cincuentenario del desempeño de su profesión lo encuentra en Viedma, el sitio del mundo que eligió como suyo hace 44 años. “Estoy muy agradecido a la gente de la comarca, por el acompañamiento y el afecto de tantos pacientes y sus familias. Son muchos años de vida aquí, con el desempeño de importantes responsabilidades como la dirección del hospital Zatti que tuve a cargo durante casi 11 años, y un paso fugaz por el Consejo de Salud Pública, además de la jefatura del programa de Lucha Antituberculosa para Río Negro allá por 1965” sintetiza, cuando arranca la charla, en la intimidad de su prolijo consultorio de la calle Perito Moreno al 200 en la capital rionegrina.
Con su impecable guardapolvo blanco y sonrisa fácil, rodeado de los cuadros y diplomas que acreditan su infatigable vocación por el estudio, Mario Gée trazó el relato de su vida, en una tarde de mayo.
Ese compañero de adolescencia
“La escuela primaria la hice en Chepes, pero cuando terminé el sexto grado mi papá pidió traslado a La Rioja capital, para que pudiese hacer la secundaria. Allá lo tuve de compañero durante los cinco años a Carlos Menem, que era un muchacho más, nada especial, de buen humor, un poco vago y amigo de las farras. Fuimos compinches durante toda esa época y yo jamás me hubiera imaginado que iba a realizar una carrera política ni mucho menos que llegaría a la Presidencia”, recuerda.
Años más tarde el compañero de secundario, ya ungido gobernador de su provincia, lo llamaría para ofrecerle el ministerio de Salud de La Rioja. “Le dije que no, porque estaba muy bien aquí en Viedma, pero después cuando llegó a la Rosada me ofreció la cartera de salud nacional y nuevamente le rechacé el ofrecimiento, creo que esa vez se enojó conmigo”.
Estudios y farmacia
“Si bien todos mis compañeros de la secundaria se fueron a la universidad a Córdoba yo marché para Buenos Aires, porque allá tenía una tía, con la que finalmente no me pude quedar, porque me imponía horarios que no eran compatibles con los estudios. Por eso me fui a una pensión y para pagarle conseguí trabajo en una farmacia, del barrio de Primera Junta.”
“La última materia la rendí el 1 de junio de 1959, y era Partos. El profesor me preguntó: ¿cuántas materias le quedan? Esta es la última, le contesté. Bueno, embrómese, se le acabó la buena vida, porque ahora va a ingresar en la jungla, me dijo y no olvidé nunca de sus palabras”.
Plan Argentina 20
“Apenas recibido rendí examen para entrar en el programa Argentina 20, y en el año 1960 fui elegido como jefe del equipo de encuesta sobre tuberculosis, a través de un convenio muy importante entre el ministerio de Salud de la nación, la Organización Mundial de la Salud y UNICEF. Fuimos a trabajar en equipo a las provincias de Chaco y Corrientes con las técnicas y aparatos más modernos de la época, con los equipos de abreugrafia y vehículos Willys. Fue un trabajo muy interesante”.
“Del norte nos mandaron después a Neuquén y alto valle de Río Negro, y una parte de La Pampa, hasta que el golpe militar de 1962 interrumpió el programa y todas las campañas sanitarias. Me fui entonces a trabajar al Centro Nacional Epidemiológico de Recreo, Santa Fe, que era de avanzada; pero en 1964 volví a Buenos Aires y me pusieron como jefe del programa nacional de Tuberculosis de todo el país.”
Ya en Viedma
“Pero ya no quería quedarme en la Capital, yo quería volver al interior y en 1965 me ofrecieron radicarme en Río Negro, como jefe de lucha antituberculosa de la provincia, cuando era titular del Consejo de Salud Pública el doctor José Alberto Cibanal, de Río Colorado. Me radiqué en Viedma, donde en 1968 gané por concurso la dirección del hospital Zatti”.
Siempre aprender
La capacitación permanente fue una consigna que se impuso desde joven y la ha mantenido vigente siendo ya un hombre mayor, a costa del sacrificio de los viajes y las distancias. Recuerda que “durante todo el año 2001, ya con 70 años de edad, todos los martes a la noche viajaba en micro a Buenos Aires, asistía allá a un curso de especialización durante todo el día y a la noche volvía para Viedma, así que me pasaba dos noches seguidas arriba del colectivo, las conté y fueron un total de 68”.
Ese esfuerzo tenía un objetivo concreto “porque desde mucho tiempo antes había tenido ganas de especializarme en estética clínica, cosa que tuve que postergar por las múltiples ocupaciones que me fueron surgiendo”.
Antes, en los años 80, Gée se especializó en alergias y concurrió a la cátedra de Enrique Mathov (un alergista prominente, homónimo del ex ministro de De la Rúa) “que nos enseñó a trabajar en alergia holística, porque el cuerpo humano es toda una unidad y al paciente alérgico hay que revisarlo completo, de los pies a la cabeza”.
El dolor y la fundación
El capítulo más doloroso de la vida de Mario Gée se abrió un día de marzo de 1986.”La pérdida de una hija es algo de lo que uno jamás se puede reponer, para mí es como si hubiese ocurrido ayer” dice, y una profunda tristeza se adueña de su rostro, cuando recuerda aquella mañana lluviosa en Buenos Aires y un accidente de tránsito sobre la avenida Rafael Obligado, enfrente del aeropuerto metropolitano Jorge Newbery, del que resultó víctima fatal su hija Patricia, de apenas 22 años.
“Estaba llena de vida, entraba a su cuarto año de medicina, quería especializarse en nutrición; y al mismo tiempo estudiaba ballet en el teatro Colón” relata como apretada síntesis, mientras contempla el retrato que ilumina una de las paredes del consultorio.
Pero Mario y su esposa Teresa se repusieron al dolor y lo convirtieron en trabajo por la comunidad, porque el 16 de julio de 1994, fecha en que la muchacha hubiese cumplido 30 años, pusieron en marcha la Fundación Patricia Gée, con el doble objetivo de trabajar contra la adicción al tabaco y la prevención de accidentes de tránsito.
“Creo que nadie debiera fumar sobre el planeta, porque el cigarrillo es letal... y pienso, también, que se salvarían muchas vidas si la gente fuese más prudente a la hora de manejar un vehículo” señala Gée.
La entidad desarrolló intensa actividad durante sus 12 años de vida. Se dictaron conferencias y se realizaron en Viedma, con gran éxito, las Primeras Jornadas de Educación Vial: además de otras tareas como la difusión por medios de comunicación regionales y distribución gratuita de cintas refractarias a la luz para colocarlas en bicicletas.
Como resultado de este quehacer la Asociación Luchemos por la Vida (que establece las principales campañas nacionales, por radio y TV, en materia de educación vial) le otorgó a la Fundación Patricia Gée su premio anual de 1997, que Mario mostró con orgullo al cronista (ver foto). Se trata de una estatuilla, creada por la artista plástica Alicia Toscano, que simboliza el triunfo de la vida sobre la muerte, especialmente en aquellas tragedias absurdas y evitables que llegan sobre ruedas, es decir, las muertes por accidentes de tránsito.
En la lucha contra el tabaquismo, durante esa época, Mario Gée realizó un original (y audaz) estudio sobre el hábito de fumar en los médicos, que llevó a París, en 1994, a la 9º Conferencia Mundial sobre Tabaco o Salud; en donde cosechó aplausos y admiración. “Con nuestro francés improvisado, mezcla de inglés y español, nos hacían todo tipo de preguntas” recuerda.
Sobre ese tema apunta que “el 50 por ciento de los médicos fuma y yo también lo hice, entre los 18 y los 36, pero cuando me di cuenta que me hacía mal le dije chau al pucho”.
“También hice unos 2.000 tratamientos personalizados gratuitos, con aplicación de acupuntura a través del rayo Láser, que arrojaron resultados excelentes porque en el primer trimestre el 92,3 por ciento de los pacientes dejó de fumar, aunque después hubo algunas deserciones” puntualiza. Agrega que “fue la primera experiencia de ese tipo en el mundo, pero cuando quisimos publicar los resultados tuvimos un problema con la computadora y se perdió casi toda la información”.
Pero, por encima de estos méritos, la Fundación Patricia Gée dejó de funcionar en el 2006 “porque faltaba apoyo, mi señora y yo nos habíamos quedado prácticamente solos y yo no quería andar pidiendo favores a nadie, ni siquiera al presidente Menem”.
El mensaje para un estudiante
La noche viedmense ya estaba avanzada y llegó la última pregunta: hoy, con 50 años de experiencia profesional, ¿cuál es el consejo que le daría a un joven que manifiesta su interés por estudiar medicina?
La respuesta surgió sin dudar en los labios de Mario Gée. “Es una carrera difícil que hay que afrontarla con mucha vocación y dedicación, porque es un trabajo que tiene muchas aristas. También le digo que no se vuelque hacia lo material, eso lamentablemente genera problemas y causa equivocaciones en el camino. Un buen médico no siempre logra la riqueza y muchas veces para ser rico tiene que hacer cosas raras, y yo le aconsejo que si tiene ese objetivo mejor es que se dedique a otra profesión, porque la medicina tiene una connotación humanística muy profunda. Uno tiene que atender a todos los pacientes por igual, ricos, de clase media o ricos, dedicándole todo el tiempo que necesita, y no eso de atender uno cada 15 minutos, como hacen algunos colegas.”
En la puerta, el final: ¿Cuándo va a colgar definitivamente su guardapolvo? La risa y la afirmación: “Todavía no pienso en eso, porque me siento firme y tengo que ayudar a un hijo-nieto que está estudiando Derecho”.