Es un hombre enamorado de la pesca, pionero en el sitio de las playas del balneario El Cóndor, al sur del faro, que precisamente es conocido con su apelativo. Trabajó durante muchos años por el progreso de la villa marítima, que define como “un lugar maravilloso, para saber aprovechar en esos 10 minutos que se puso lindo”.
El porteño barrio de la Boca, sobre el Riachuelo, tiene su “Vuelta de Rocha”, que debe su nombre a don Antonio Rocha, antiguo propietario de esos terrenos. Aquí en el portal de la Patagonia tenemos nuestra propia Boca, la del río Negro, con su “Bajada de Picoto”, un sitio donde las playas son muy suaves y protegidas de los vientos, y el pique resulta muy favorable.
Todo el mundo lo conoce por Picoto, pero se llama José Luis y Fernández de apellido, lo que delata su origen de sangre española. “Todos mis hermanos y yo recibimos distintos apelativos desde chicos, a mí me pusieron Picoto, no sé si por la nariz, y quedó; tan incorporado en mi vida que alguna vez hubo un documento que lo pusieron a nombre de José Luis Picoto.”
Nació en Viedma el 6 de marzo de 1942, en el seno de una familia trabajadora, cuyo padre desempeñó diversas tareas y oficios: quintero, guardiacárcel y zapatero remendón.
La actividad comercial la empezó ya de joven con algunas experiencias “en las que no me fue muy bien”, como una despensa, una rotisería y un comedor. Pero el resultado favorable de un juicio, y el consecuente cobro posterior de una suma interesante de dinero, le abrieron las puertas para una oportunidad distinta en la vida. En 1976 compró una construcción en el centro de El Cóndor, montó un negocio y se instaló en forma permanente.
“ Los primeros años fueron difíciles, en el balneario vivía poca gente y se había cerrado la escuela hogar, yo estaba solo, porque mi señora se quedó con los chicos en Viedma por la escuela, pero se venían todos para los fines de semana; no me arrepiento, fue el cambio de mi vida” dijo, en el inicio de la entrevista.
Un descuido y una solución
La charla con Picoto Fernández se concretó en el transcurso de una recorrida por distintos escenarios del balneario El Cóndor. El más importante, la bajada al sur del faro. “La pesca ha sido mi gran pasión de toda la vida, en cualquier forma que sea, embarcado, desde la costa, tirando la red. Más que nada me gusta la pesca con caña, porque tiene más emoción. Esa pasión me llevó a empezar la construcción de la bajada y después de la escalera de hierro, que fue toda una aventura hacerla”.
“Todo el esfuerzo valía la pena, porque justo acá enfrente la marea todos los años hace un zanjón, y en ese lugar se concentra mucho pique, porque los peces se quedan encerrados en la punta de la canaleta y allí estamos nosotros con la caña.”
Este es su relato sobre el origen de la fantástica escalera. “Eran los tiempos en que salíamos de pesca con un gran amigo, que era delegado municipal y se llamaba Edgardo Roberti. Una tarde, apenas yo había cerrado el negocio y cuando él se desocupó de la delegación, salimos por la playa caminando hacia la zona del zanjón. Nos entusiasmamos con la pesca y cuando miramos para el lado del faro nos dimos cuenta que el mar, que venía creciendo, ya nos había encerrado; porque había viento sur y una marea más alta de lo normal. Fue un descuido y tuvimos que asumir que no había manera de salir. Así que allí, parados arriba de una roca como teros, aguantamos toda la marea y estuvimos charlando largo rato. Pensamos entonces en hacer una escalera para poder salir de la playa cuando sube el mar. Al mismo día siguiente pusimos en marcha la idea, que consistía en excavar la roca a pico y pala para hacer una bajada, una especie de zanja para bajar y subir.”
Después de unas primeras jornadas de trabajo el peón, que Picoto había puesto a trabajar, se encontró con unas placas de piedra muy dura, en donde era imposible avanzar. “Allí fue donde surgió la idea de la escalera metálica. Cirillo, el de la casa de materiales, me regaló unos caños largos y empezamos a trabajar, en un taller aquí mismo en la Boca. Muchas tardes en lugar de irnos a pescar nos metíamos con Roberti a soldar las piezas de la escalera, de 26 metros de largo. Cuando la paramos por primera vez, recostada sobre la pared de una casa, notamos que se bamboleaba y le hicimos una serie de refuerzos. Con los dos acoplados de la Municipalidad y uno mío la trajimos hasta la playa; fue una verdadera odisea, y la dejamos allí. Después, otro día, fuimos con un grupo de amigos, con unos aparejos y la levantamos a pulmón, hasta apoyarla sobre el acantilado. En ese momento descubrimos que habíamos calculado mal y, como los travesaños estaban muy tirados para adelante, más que una escalera era un tobogán. Debo reconocer que en ese momento me desgané, pensé que todo el esfuerzo no había servido para nada. Pero seguí pensando en cómo resolver el problema y la fuimos arreglando. Pero había otro inconveniente, porque no alcanzaba el largo para apoyarse bien en la base sobre la playa, sobre una roca. Entonces le agregamos tres metros más, con una bisagra que permitía levantar ese tramo según la marea.”
El éxito del nuevo balneario
Sigue contando José Luis Fernández. “Al fin estuvo terminada y la empezó a usar la gente. Con miedo o sin miedo la usaron muchas personas y se hizo popular, este lugar que hasta ese momento estaba desierto se convirtió en un balneario muy concurrido. Yo había logrado el objetivo de no quedarme nunca más encerrado por el mar. La verdad es que yo creía que la íbamos a usar sólo tres o cuatro fanáticos de la pesca, pero fue un éxito extraordinario, la cantidad de autos que se veían arriba del acantilado nos sorprendía. En ese tiempo hasta teníamos miedo de que la cantidad de gente fuera a espantar la pesca, pero comprobamos que mientras el mar haga el zanjón el buen pique no faltará nunca.”
“Cuando colocamos la escalera observamos que arriba, en el borde del acantilado, habían quedado una punta de piedra y una grieta, una ranura por la que podía producirse el desmoronamiento de la barranca; pero intentamos sacarla y no pudimos. Esa fue la desgracia de la escalera, porque unos años después con una tormenta del sur muy fuerte el agua entró y socavo el acantilado. La roca se cayó, justo arriba de la escalera, y la destrozó. Cuando la fui a ver no podía contener las lágrimas, era un sueño hecho pedazos y además me sentía responsable ante los muchos amigos que me habían ayudado a construirla y levantarla, cuyos nombres tengo todos anotados en un cuaderno, con el detalle de cada colaboración.”
Durante un par de temporadas se interrumpió la bajada al mar en ese sitio. Después la decisión del gobierno provincial hizo realidad el acceso actual, con una rampa para vehículos, un balcón mirador y defensa contra las mareas altas.
Dice Picoto que “su” bajada es “la foto para el turista, en la Boca hay muchos lugares para la foto, pero éste es uno de los más interesantes.”
La lucha contra la arena
La charla con este hombre, entusiasta sin límite acerca del futuro del balneario marítimo de Viedma, no puede soslayar un rápido balance de los muchos años en ocupó el cargo de delegado municipal, hasta su reciente alejamiento por problemas de salud. “Trabajé con todas mis fuerzas, y una de mis mayores preocupaciones fue la arena que se levanta y tapa la avenida Costanera” dice y agrega, con humor: “intenté una campaña de publicidad sobre las propiedades curativas de la arena, para que la gente se la llevara, pero no tuve suerte”.
El balneario tiene una plaza. En la actualidad está cubierta por mucha arboleda, tiene algunos sectores parquizados, un sector de juegos infantiles y veredas que conducen al centro del paseo, en donde una placa nos señala el nombre que le fue impuesto: Rubén “Tocho” Pérez Entraigas, en homenaje al ya fallecido propietario de la estancia El Cóndor y gran promotor de la villa marítima.
“Al principio, cuando arrancó la idea de la plaza con el finado Matio Cailotto (que también fue delegado municipal) esto era un salitral y muchos nos decían que acá no crecería nunca nada verde, pero le pusimos esfuerzo y agua y acá está” explicó, mientras le mostraba al cronista las generosas dimensiones de la cisterna subterránea que, una vez terminada la instalación de cañerías y aspersores, habrá de asegurar el riego al sector. La forestación ha sido y sigue siendo una de las constantes preocupaciones de José Luis Fernández.
Más allá, camino al Pescadero, la siguiente detención fue en la cancha de fútbol municipal, otra de las obras que se concretaron durante la gestión de Picoto al frente de la delegación. “Todavía faltan las tribunas y los baños, pero ya tiene piso y césped, y una buena iluminación para usarla de noche, tal vez no parece pero es realmente mucho para nuestro balneario” acota, con legítimo orgullo.
El tipo caliente y su consejo
Asegura “que hay historias como para escribir un libro” sobre las experiencias vividas durante más de tres décadas atrás del mostrador, en un lugar de veraneo donde la gente siempre tiene exigencias. “Pagué el derecho de piso porque al principio intenté tener una rotisería, pero después tuve que incorporar otros ramos, palas y herramientas para los albañiles, un poco de farmacia, rollos fotográficos, de todo un poco… y con la gente, bueno reconozco que tengo un carácter, que siempre fue el mismo. Soy un tipo caliente, que más de una vez tuvo que pedir disculpas por alguna contestación fuera de lugar”.
Desde la costanera Picoto observa su querido balneario: cae la tarde y el cielo es una fiesta de colores; entonces revela su fórmula secreta para disfrutar mejor las estadas en el lugar. “Hay que aprovechar los 10 minutos buenos. Cuando se pone lindo no hay que dudar ni quedarse dormido, hay que salir para la playa en ese momento, ya sea a la mañana, al mediodía o a la tarde. Sigan mi consejo y no se van a arrepentir”.