Arriba: la sala del teatro Garibaldi de Patagones, escenario que administró durante varios años; abajo: el programa de una función patriótica en el teatro Argentino de Viedma, en donde hoy actualmente se encuentra la Legislatura de la provincia de Río Negro.
Hace pocos días, con motivo de la apertura del denominado “Espacio INCAA”, en el casi centenario teatro Garibaldi de Carmen de Patagones, fue recordada la figura de Eduardo Vázquez, pionero de la actividad teatral en la Comarca. Aquel actor y director de “cuadros filodramáticos” (como se los daba en llamar) tuvo a cargo la representación de la obra “La cuerda floja” en la inauguración de esa sala, en la velada del 24 de mayo de 1910.
Sobre aspectos de la intensa vida artística de Vázquez se trata esta crónica. Una serie de datos fueron tomados de un apunte escrito por Jorge “Coco” Linares, también músico de larga trayectoria en escenarios locales, hijo de María Esther Vázquez y nieto del precursor que nos ocupa.
Un gallego talentoso
Eduardo Vázquez nació en La Coruña, España, el 24 de agosto de 1877, llegó a la Argentina en los últimos años del siglo 19 y en Buenos Aires desarrolló sus primeras experiencias escénicas. Hacia 1900 se radicó en Carmen de Patagones, en donde casó con Carmen Guerrero, joven maragata hija de una familia de esta población; y del matrimonio nacieron 11 hijos. Para mantener a la prole desarrolló tareas de martillero público, y fue secretario del Consejo Escolar de Patagones entre 1908 y 1925.
Las dotes artísticas de este gallego talentoso era múltiples: como actor representaba con idoneidad papeles cómicos y dramáticos, cantaba con atiplado registro y podía tanto interpretar canciones melódicas como rítmicas zarzuelas. Esa voz de tenor alto le permitía componer sobre el escenario los roles de personajes femeninos, generalmente en situaciones humorísticas, y lograba cautivar al público con sus imitaciones.
Veamos lo que dice un suelto del 28 de abril de 1904, de La Nueva Era: “el segundo número del programa fue el pasacalle de la zarzuela ‘Niña pancha’, en la cual nuestro aplaudido Eduardo Vázquez nos demostró imitar a la perfección a una de esas hermosas y pícaras andaluzas, que con su característica gracia hacen que sean admiradas en todo el mundo”.
El prolijo registro efectuado por Coco Linares permite ubicar los antecedentes del primer elenco dirigido por su abuelo y, también, la identificación de otros de los actores (¡todos varones!) y el dúo cantable que se lucía en aquellas funciones.
Entre los nombres de los integrantes del cuadro filodramático llamado ‘Cosmopolita’ encontramos los de Julio Brocca, Juan Ferri, José Navarretti, Carlos Luca, Domingo Barilá, Jacinto Pizzorno y Miguel Calabró. En la representación de la zarzuela “El dúo de La africana” la canción central, un contrapunto entre tiple y tenor, se lucían Vázquez, en la primera de esas voces, correspondiente a una dama, y Dimas Aban. Esta pieza la cantaron en escenarios de las dos orillas, pero se destaca en las antiguas crónicas que fue ovacionada en los actos conmemorativos del 7 de marzo, en 1904, en el salón de la Asociación Española de Socorros Mutuos, a los fondos del actual teatro España que recién se construyó para 1922.
Empresario y productor
Eduardo Vázquez no se limitó a conformar y dirigir elencos teatrales, en los que también actuaba, sino que encaró con audacia el difícil rol de empresario de espectáculos. La Asociación Española refaccionó su salón de actos, hacia 1913, y se lo entrega en concesión, para la explotación de una sala cinematográfica que se dio en llamar “Cinema Vázquez”.
En 1922 la Sociedad Italiana llama a licitación para el manejo del teatro Garibaldi y lo adjudica a Eduardo Vázquez asociado con Justo Rica, por el término de tres años con opción por un lapso similar. Consigna Jorge Linares que “la nueva sociedad intercala las funciones de teatro, ya sean líricas o musicales, con proyección de películas, estas últimas tres veces a la semana”.
El recuerdo de su hija
Sobre aquellos tiempos es indispensable sumar el testimonio de María Esther Vázquez de Linares ( hija de Eduardo, el actor y cantante; madre de Jorge, el trompetista) muy conocida en Viedma por la tarea docente desarrollada como profesora de piano durante varias décadas. El material que se cita seguidamente es la trascripción de la entrevista efectuada, en abril de 1996, por la profesora Nancy Pague.
“En el Patagones de la década del 20 había dos teatros: el Garibaldi, que tenía palcos, y el España. En Viedma, en esa década, se inauguró el teatro Argentino. Mi padre, Eduardo Vázquez, que como buen hijo de español tenía mucha chispa y le gustaba lo artístico, era el empresario del Garibaldi, así que desde muy chica conocí el ambiente teatral. Siendo yo adolescente mi padre dirigía lo que se conocía como los ‘cuadros filodramáticos’, interpretados en su mayoría por chicos de entre 12 y 16 años, que no faltábamos a los ensayos e íbamos con nuestra parte bien estudiada.
Algunas obras estaban escritas en verso, como ‘El rosal de las ruinas’ y ‘Espinas de una flor’. En prosa o en verso, lo cierto es que los papeles de cada uno eran extensos y exigían horas de estudio. Mi padre nos enseñaba a interpretarlos y nosotros poníamos mucha voluntad para que todo saliera bien. Hay que tener en cuenta que la mayoría de esos chicos, que no siempre habían terminado la escuela primaria, trabajaban; y los ensayos se hacía después del horario de trabajo” recordaba doña María Esther.
Es muy simpática la situación que sigue a continuación. “También tengo que decir que entonces era mal visto que las mujeres trabajáramos en el teatro. Ahora recuerdo con una sonrisa que algunas compañeras de María Auxiliadora llevaban al colegio los programas de las funciones para que las monjas supieran que yo era artista. ¡Y eso que durante la interpretación todo era casto! En una obra los protagonistas teníamos que darnos un beso, papá me hizo poner los dedos pulgares cruzados frente a la cara, parada de espaldas al público, y el varón, tomándome la cara, besaba esos dedos. ¡El público creía que nos besábamos!”.
Las puestas en escenas tenían contenidos variados, con toques efectistas que sorprendían al público, por el realismo de los vestuarios y las caracterizaciones. Así lo relataba la hija del polifacético teatrista. “Interpretábamos comedias, sainetes, dramas, y zarzuelas. Los autores que más recuerdo son Vacarezza, Benavente y Méndez Caldeira. La mayoría de las obras tenían muchos personajes. Recuerdo una que representaba una fiesta campestre: había guitarreada, llegaban muchos invitados y hasta un Ford T subía al escenario. En la obra ‘Melgarejo’ subía también un caballo.”
Agregaba María Esther Vázquez que “el programa constaba siempre de dos partes; en la primera podía representarse una obra corta o varios números de baile, recitado, coro, monólogos, y escenificación de canciones. De éstas una que me conmovió mucho fue ‘Perdón viejito’. Mi papá hacía de viejito y lloraba, y yo, que llegaba arrepentida con una bolsita colgada de un palito, pensaba ‘¿qué hago?’ ‘¿me voy?’. El vio que titubeaba, me tocó la cabeza y me dio fuerzas para seguir. Todo era muy sencillo, pero muy emotivo”.
“En la segunda parte siempre se representaba una obra larga –continuaban los recuerdos de la hija del notable artista- que se componía de varios cuadros. Muchas de esas obras daban lugar para que participaran los músicos y cantantes locales. Creo que no se concebía el teatro sin participación de los músicos. Pero, además, los entreactos eran amenizados por orquestas que tocaban los tangos, polcas, paso dobles, marchas y valses, de moda en ese momento. En el escenario siempre había algo que entretenía a los concurrentes a la función”.
En particular sobre los intérpretes añadía que “los músicos que tienen mayor relieve en mi memoria son los hermanos Proserpi: Alejandro en guitarra, Eugenio en violín y Alberto en piano, junto a Justo Rica, que tenía a su cargo la música de los espectáculos.”
Otras precisiones de este interesante relato se refieren a los montajes escenográficos y de vestuario, en donde primaban el ingenio y la inventiva. “Para cada obra el escenario se armaba con muebles prestados, y en el caso de las que dirigía mi padre con los muebles de mi casa, que a veces quedaba desmantelada. Los trajes los hacía mi madre, casi siempre transformando los de obras anteriores. Era una época de recursos escasos y se necesitaban mucho ingenio y creatividad para confeccionar la ropa para cada personaje. A veces, para números especiales, se pedían prestados. Por ejemplo: cuando canté el fox trot ‘Y tenía un lunar’ el conductor del coche fúnebre de la empresa Melluso me prestó el frac y la galera”.
El teatro en las fiestas cívicas
Las representaciones protagonizadas y dirigidas por Eduardo Vázquez eran, casi siempre, la parte central de las actividades de conmemoración de las principales fiestas cívicas de Viedma y Carmen de Patagones, en los teatros ya mencionados.
María Esther Vazquez de Linares reflexionaba, sobre el final de la charla, allá por 1996, que “han pasado sesenta años desde la época en que anunciábamos Gran Función Teatral para presentar obras sencillas, que exaltaban valores humanos y entretenían, produciendo emoción. Al recordar vuelvo a aquellos escenarios y siento la alegría de entonces. Creo que cumplimos una función social necesaria, en esa década en la que había muy pocos motivos de distracción para la población”.
Eduardo Vázquez se alejó de la comarca en 1932, acosado por las autoridades surgidas del golpe militar de 1930. Buscó nuevos rumbos en Punta Alta, en donde ocupó varios cargos y llegó a una defensoría de menores en el partido de Coronel Rosales. Falleció en la década del 40, pero ya nunca volvió a caminar por las calles de estos dos pueblos que tantas veces hizo emocionar con comedias, dramas y zarzuelas.
(Se agradece la colaboración de Dora Vázquez y Jorge Linares, nietos del actor, y de Nancy Pague, que rescató el testimonio de María Esther Vázquez)
Un gallego talentoso
Eduardo Vázquez nació en La Coruña, España, el 24 de agosto de 1877, llegó a la Argentina en los últimos años del siglo 19 y en Buenos Aires desarrolló sus primeras experiencias escénicas. Hacia 1900 se radicó en Carmen de Patagones, en donde casó con Carmen Guerrero, joven maragata hija de una familia de esta población; y del matrimonio nacieron 11 hijos. Para mantener a la prole desarrolló tareas de martillero público, y fue secretario del Consejo Escolar de Patagones entre 1908 y 1925.
Las dotes artísticas de este gallego talentoso era múltiples: como actor representaba con idoneidad papeles cómicos y dramáticos, cantaba con atiplado registro y podía tanto interpretar canciones melódicas como rítmicas zarzuelas. Esa voz de tenor alto le permitía componer sobre el escenario los roles de personajes femeninos, generalmente en situaciones humorísticas, y lograba cautivar al público con sus imitaciones.
Veamos lo que dice un suelto del 28 de abril de 1904, de La Nueva Era: “el segundo número del programa fue el pasacalle de la zarzuela ‘Niña pancha’, en la cual nuestro aplaudido Eduardo Vázquez nos demostró imitar a la perfección a una de esas hermosas y pícaras andaluzas, que con su característica gracia hacen que sean admiradas en todo el mundo”.
El prolijo registro efectuado por Coco Linares permite ubicar los antecedentes del primer elenco dirigido por su abuelo y, también, la identificación de otros de los actores (¡todos varones!) y el dúo cantable que se lucía en aquellas funciones.
Entre los nombres de los integrantes del cuadro filodramático llamado ‘Cosmopolita’ encontramos los de Julio Brocca, Juan Ferri, José Navarretti, Carlos Luca, Domingo Barilá, Jacinto Pizzorno y Miguel Calabró. En la representación de la zarzuela “El dúo de La africana” la canción central, un contrapunto entre tiple y tenor, se lucían Vázquez, en la primera de esas voces, correspondiente a una dama, y Dimas Aban. Esta pieza la cantaron en escenarios de las dos orillas, pero se destaca en las antiguas crónicas que fue ovacionada en los actos conmemorativos del 7 de marzo, en 1904, en el salón de la Asociación Española de Socorros Mutuos, a los fondos del actual teatro España que recién se construyó para 1922.
Empresario y productor
Eduardo Vázquez no se limitó a conformar y dirigir elencos teatrales, en los que también actuaba, sino que encaró con audacia el difícil rol de empresario de espectáculos. La Asociación Española refaccionó su salón de actos, hacia 1913, y se lo entrega en concesión, para la explotación de una sala cinematográfica que se dio en llamar “Cinema Vázquez”.
En 1922 la Sociedad Italiana llama a licitación para el manejo del teatro Garibaldi y lo adjudica a Eduardo Vázquez asociado con Justo Rica, por el término de tres años con opción por un lapso similar. Consigna Jorge Linares que “la nueva sociedad intercala las funciones de teatro, ya sean líricas o musicales, con proyección de películas, estas últimas tres veces a la semana”.
El recuerdo de su hija
Sobre aquellos tiempos es indispensable sumar el testimonio de María Esther Vázquez de Linares ( hija de Eduardo, el actor y cantante; madre de Jorge, el trompetista) muy conocida en Viedma por la tarea docente desarrollada como profesora de piano durante varias décadas. El material que se cita seguidamente es la trascripción de la entrevista efectuada, en abril de 1996, por la profesora Nancy Pague.
“En el Patagones de la década del 20 había dos teatros: el Garibaldi, que tenía palcos, y el España. En Viedma, en esa década, se inauguró el teatro Argentino. Mi padre, Eduardo Vázquez, que como buen hijo de español tenía mucha chispa y le gustaba lo artístico, era el empresario del Garibaldi, así que desde muy chica conocí el ambiente teatral. Siendo yo adolescente mi padre dirigía lo que se conocía como los ‘cuadros filodramáticos’, interpretados en su mayoría por chicos de entre 12 y 16 años, que no faltábamos a los ensayos e íbamos con nuestra parte bien estudiada.
Algunas obras estaban escritas en verso, como ‘El rosal de las ruinas’ y ‘Espinas de una flor’. En prosa o en verso, lo cierto es que los papeles de cada uno eran extensos y exigían horas de estudio. Mi padre nos enseñaba a interpretarlos y nosotros poníamos mucha voluntad para que todo saliera bien. Hay que tener en cuenta que la mayoría de esos chicos, que no siempre habían terminado la escuela primaria, trabajaban; y los ensayos se hacía después del horario de trabajo” recordaba doña María Esther.
Es muy simpática la situación que sigue a continuación. “También tengo que decir que entonces era mal visto que las mujeres trabajáramos en el teatro. Ahora recuerdo con una sonrisa que algunas compañeras de María Auxiliadora llevaban al colegio los programas de las funciones para que las monjas supieran que yo era artista. ¡Y eso que durante la interpretación todo era casto! En una obra los protagonistas teníamos que darnos un beso, papá me hizo poner los dedos pulgares cruzados frente a la cara, parada de espaldas al público, y el varón, tomándome la cara, besaba esos dedos. ¡El público creía que nos besábamos!”.
Las puestas en escenas tenían contenidos variados, con toques efectistas que sorprendían al público, por el realismo de los vestuarios y las caracterizaciones. Así lo relataba la hija del polifacético teatrista. “Interpretábamos comedias, sainetes, dramas, y zarzuelas. Los autores que más recuerdo son Vacarezza, Benavente y Méndez Caldeira. La mayoría de las obras tenían muchos personajes. Recuerdo una que representaba una fiesta campestre: había guitarreada, llegaban muchos invitados y hasta un Ford T subía al escenario. En la obra ‘Melgarejo’ subía también un caballo.”
Agregaba María Esther Vázquez que “el programa constaba siempre de dos partes; en la primera podía representarse una obra corta o varios números de baile, recitado, coro, monólogos, y escenificación de canciones. De éstas una que me conmovió mucho fue ‘Perdón viejito’. Mi papá hacía de viejito y lloraba, y yo, que llegaba arrepentida con una bolsita colgada de un palito, pensaba ‘¿qué hago?’ ‘¿me voy?’. El vio que titubeaba, me tocó la cabeza y me dio fuerzas para seguir. Todo era muy sencillo, pero muy emotivo”.
“En la segunda parte siempre se representaba una obra larga –continuaban los recuerdos de la hija del notable artista- que se componía de varios cuadros. Muchas de esas obras daban lugar para que participaran los músicos y cantantes locales. Creo que no se concebía el teatro sin participación de los músicos. Pero, además, los entreactos eran amenizados por orquestas que tocaban los tangos, polcas, paso dobles, marchas y valses, de moda en ese momento. En el escenario siempre había algo que entretenía a los concurrentes a la función”.
En particular sobre los intérpretes añadía que “los músicos que tienen mayor relieve en mi memoria son los hermanos Proserpi: Alejandro en guitarra, Eugenio en violín y Alberto en piano, junto a Justo Rica, que tenía a su cargo la música de los espectáculos.”
Otras precisiones de este interesante relato se refieren a los montajes escenográficos y de vestuario, en donde primaban el ingenio y la inventiva. “Para cada obra el escenario se armaba con muebles prestados, y en el caso de las que dirigía mi padre con los muebles de mi casa, que a veces quedaba desmantelada. Los trajes los hacía mi madre, casi siempre transformando los de obras anteriores. Era una época de recursos escasos y se necesitaban mucho ingenio y creatividad para confeccionar la ropa para cada personaje. A veces, para números especiales, se pedían prestados. Por ejemplo: cuando canté el fox trot ‘Y tenía un lunar’ el conductor del coche fúnebre de la empresa Melluso me prestó el frac y la galera”.
El teatro en las fiestas cívicas
Las representaciones protagonizadas y dirigidas por Eduardo Vázquez eran, casi siempre, la parte central de las actividades de conmemoración de las principales fiestas cívicas de Viedma y Carmen de Patagones, en los teatros ya mencionados.
María Esther Vazquez de Linares reflexionaba, sobre el final de la charla, allá por 1996, que “han pasado sesenta años desde la época en que anunciábamos Gran Función Teatral para presentar obras sencillas, que exaltaban valores humanos y entretenían, produciendo emoción. Al recordar vuelvo a aquellos escenarios y siento la alegría de entonces. Creo que cumplimos una función social necesaria, en esa década en la que había muy pocos motivos de distracción para la población”.
Eduardo Vázquez se alejó de la comarca en 1932, acosado por las autoridades surgidas del golpe militar de 1930. Buscó nuevos rumbos en Punta Alta, en donde ocupó varios cargos y llegó a una defensoría de menores en el partido de Coronel Rosales. Falleció en la década del 40, pero ya nunca volvió a caminar por las calles de estos dos pueblos que tantas veces hizo emocionar con comedias, dramas y zarzuelas.
(Se agradece la colaboración de Dora Vázquez y Jorge Linares, nietos del actor, y de Nancy Pague, que rescató el testimonio de María Esther Vázquez)