Elsa en su infancia de chacra y sol, la primera de la derecha, con sus hermanas
Al final del ciclo secundario, la primera de la izquierda en la fila de las muchachas
Se llama Elsa Adela Mulhall de Torno, y fue la primera mujer médica en incorporarse al hospital de Viedma, al principio de la década del 60. Nació y pasó los primeros años de su infancia en Guardia Mitre, en la isla colonizada por su abuelo, Eduardo Mulhall, el mismo que fundó la Compañía Salinera Anglo Argentina y la estancia de San Blas.
Quizás sea por la sangre irlandesa que corre en sus venas, tal vez porque ha llevado una vida ordenada y saludable, lo cierto es que Elsa (76 años cumplidos en el pasado mes de febrero) tiene contagiosa vitalidad y perfecta memoria. La charla con este cronista se deslizó, con exquisita amabilidad, por los recuerdos de su niñez, las referencias a su padre (don Jaime Mulhall, quien merece un abordaje más intenso) y el rico anecdotario de su larga experiencia profesional, compartida con recordados médicos como Emilio Nazario, Fernando Molinari, Antonio Sussini y Osvaldo Gianni.
Nacida bajo la mirada de Yrigoyen
Elsa Adela Margarita Mulhall nació en la misma isla de los Mulhall, muy cerca de Guardia Mitre, rodeada por las aguas del río Negro. “Era la época de los partos en las casas, a mi mamá la asistió doña Virginia Müller, que era la partera del pueblo. En la habitación donde nací había un enorme retrato de don Hipólito Yrigoyen, lo que me marcó desde un principio para toda la vida, porque siempre he sido y seré radical”, recordó.
Su padre Jaime Estanislao Mulhall era argentino, nacido hacia 1875 en Buenos Aires, uno de los 11 hijos del inmigrante irlandés Edward Mulhall, cofundador con su hermano Michael del diario en inglés “The Standard”, hacendado, impulsor de Bahía San Blas a fines del siglo 19 y principios del 20.
Jaime fue cadete de la escuela naval, después estudió matemáticas y fue el
autor de un importante tratado sobre densificación infinitesimal. Trabó relación con el sabio Albert Einstein, en Buenos Aires, y establecieron intercambio de correspondencia. “Murió cuando yo tenía 10 años y lamentablemente no pude aprender mucho de él, recuerdo que tenía un telescopio y yo me sentaba arriba de una banqueta y me hacía observar los astros. A la luna la pude ver en detalle cuando tendría 7 años, y me paseaba por todo el universo, por lo que es el día de hoy que cuando me pongo a observar el cielo nocturno le puedo reconocer todos los astros. Papá se levantaba a las 5 de la mañana, tomaba café y se encerraba en su biblioteca a leer y escribir, era un hombre muy especial” apuntó Elsa.
Don Jaime Mulhall era, en efecto, tan especial y liberal para su época como que estaba separado de su primera esposa, Laura Girondo Uriburu, con quien tuvo tres hijos en Buenos Aires; y se vino al sur a rehacer su vida con Margarita Jenkins, la madre de Elsa y otras tres mujeres, todas nacidas en Guardia Mitre.
“En ese tiempo no había divorcio pero cuando falleció su primera esposa y quedó viudo, ya libre, no dudó en casarse con mi mamá, en una ceremonia ante el señor Ricardo Quinteros, que en ese tiempo era juez de Paz de Guardia Mitre” reforzó el dato, nuestra entrevistada.
La muerte del padre
Como ya se dijo Elsa tenía sólo diez años cuando se produjo la muerte de su padre, a consecuencia de una insuficiencia cardíaca (“lo llamaban asma cardíaco en ese tiempo, sufrió mucho, pasó sus últimos meses en cama porque no se podía mover” apunto Elsa) y terminó su vida internado en el hospital de Patagones, bajo los cuidados del doctor Carlos Tessari, que en esa época viajaba a Guardia Mitre para atender la sala de primeros auxilios. Ese episodio marcó mucho a la niña Elsa, quien ahora más de 6 décadas después rememora detalles como que “cuando hubo que internarlo lo llevaron en una carretilla hasta el bote, para cruzar el río y del otro lado subirlo al auto”. El fallecimiento de don Jaime fue el 25 de abril de 1943 “en la cama del hospital dormía tomado de la mano de mi mamá, pero en el sueño la soltó y allí, seguramente, murió”. Poco después fue cremado en Buenos Aires y, años más tarde, en cumplimiento de su voluntad, sus cenizas fueron arrojadas al viento en la playa de San Blas.
De Guardia Mitre a Córdoba
Los primeros años de la escuela primaria Elsa los cursó en la escuelita de Guardia Mitre. Su memoria exacta le permite precisar que “ mi primera maestra fue Alba Laría, que era soltera y paraba en el hotel de Vernengo, en donde conoció al hijo del dueño, que se convirtió en su esposo; otras maestras fueron la señora Aurelia Alcaraz de Palma, Cecilia Truquín, e Isabel Agostino Andrea“ Ya tenía 12 años y su madre temía que en el largo recorrido de 4 kilómetros entre la isla y la escuela corriera algún peligro, por la proliferación de changarines y peones foráneos entre las chacras. “Entonces con mi hermana mayor nos vinimos a vivir a Patagones y terminé la escuela en la 2, enfrente de la plaza, donde era director era el señor Negri, y su esposa Livia era maestra, otra docente mía fue Dorita Ghiraldi, que después falleció en mis brazos cuando yo ya era médica, en el hospital sin llegar a tiempo a la guardia”
El secundario lo hizo en el colegio Nacional de Viedma, enfrente de la plaza, en una época de la que guarda bellos recuerdos “por los profesores inolvidables y los buenos compañeros”. Se recibió a fines de 1951 y al año siguiente inició su etapa universitaria, en Córdoba.
De esa etapa sus remembranzas no son las mejores “me fui tan lejos porque quería evitar el examen de ingreso pero fue muy duro, un transplante a un lugar en donde no conocía a nadie, y solamente tenía la compañía de una hermana mayor, que estaba conmigo”.
Médica joven en Viedma
Ya recibida de médica, ya casada con Néstor Torno, se instaló en Viedma. Un día de 1964 concurrió al consultorio del doctor Nazario para hacerse ver por una reacción alérgica “y en la charla me preguntó si no quería entrar al hospital de Viedma, me llevó a ver al director, que era el doctor Fernando Molinari y entré como concurrente, sin sueldo. También estaban los doctores Orofino, Iturburu, Tessari que venía de Patagones; y yo, que era la única mujer médica en ese ambiente, que era muy machista”.
Afirmó que “lentamente me fueron haciendo lugar y me gané un espacio, hasta que gane un concurso a fines de 1965 y empecé a cobrar un sueldo, pero ya estaba haciendo guardias y sabía que no tenía horarios, que el paciente siempre tiene que ser atendido; y nunca hice discriminaciones de ningún tipo, siempre atendí a todos por igual”.
Ocupó la jefatura de guardias del hospital de Viedma, tras la renuncia de García Díaz, y siguió en esa tarea hasta 1974. En ese momento dejó las guardias y pasó al periférico de Santa Clara, en donde siguió hasta 1981, cuando se incorporó al sistema de contralor médico al personal público. “¿Sabe cuánta gente mandé a trabajar, porque tenían licencias de tratamiento prolongado que no correspondían?” señaló en ese punto.
De la actividad hospitalaria pasó a la administración de políticas de salud. “Llegó el año 1982 y estaba el doctor Brukstein como presidente de zona sanitaria y como el doctor Alberto López se había tomado licencia por unos meses, me mandó a buscar para que ocupara durante un tiempo la dirección del hospital Zatti, en donde pude trabajar muy cómodamente, con la colaboración de toda la gente”. En marzo de 1984, ya con el gobierno democrático y cuando Remigio Romera era ministro de Salud, le ofrecieron la presidencia de la Zona Sanitaria, cargo que aceptó con la plena convicción de que “el funcionario tiene una silla con patas de cristal”; mientras mantenía ‘ad honorem’ el cargo de contralor de la Caja de Previsión Social.
En la presidencia de zona logró organizar tareas con su colega Beba Sapin, como vicepresidente, la administradora Angela Jorajuria, el veterinario Ricardo Bigatti y otros colaboradores. “Trabajábamos en equipo, en plena armonía” recordó. Hubo cambio de autoridades y pasó a la secretaría ejecutiva del Consejo de Salud, hasta que hacia fines de 1987 renunció a los cargos, para jubilarse y dedicarse con más tiempo a su familia.
Siempre con la salud
Pero Elsa Mulhall de Torno no pudo dejar la medicina del todo. La vinieron a buscar del hospital de Patagones y allá fue, para hacer guardias, que mantuvo hasta unos siete años atrás, alternando con relevos del doctor Luis Urizar en el hospital de Stroeder; y también en la sala de San Blas, donde una vez pasó un mes de enero completo. “Yo no podría haber sido otra cosa que médica, si volviese a nacer volvería a elegir esa profesión “ aseguró.
De la suma de experiencias de tantos años rescata aquella tarde de domingo en la que le trajeron un chiquito del Idevi, ahogado en una acequía. “La mamá por suerte le había hecho respiración boca a boca durante todo el trayecto, acá le sacamos agua del estómago y los pulmones, le inyectamos cafeína y recuperó el pulso, después hubo que devolverle calor al cuerpito y finalmente lo hicimos revivir. Creo que por el disgusto los padres se fueron de la zona y nunca supe nada del nene, que ya debe ser un hombre”.
Otro caso, en Patagones, cuando llegó a la guardia un muchacho joven que había intentado suicidarse colgándose con una soga en un galpón. “Estaba totalmente azul, sin aire, tenía la garganta tan aplastada por la soga que no le pasaban los tubos de oxigeno, nos costó pero lo reanimamos. Pasaron unos años y volvió a verme, para agradecerme que había vuelto a vivir”.
La otra cara, el dolor que todavía la conmueve, de aquella vez que un camión aplastó un nene de pocos años en un barrio maragato. “Llegó muerto, era irreversible, no podré olvidarme nunca del dolor de esa madre”. Para Elsa “aunque se sumen años en la profesión los sentimientos nunca se deben perder, el médico no se debe endurecer”.
Se hizo de noche, llega la despedida y en la puerta revive los cielos de la infancia, allá en la isla de Guardia Mitre, “mire como están bajas las nubes, traen agua seguro”. Tiene razón, poco después empieza a llover.
Al final del ciclo secundario, la primera de la izquierda en la fila de las muchachas
Se llama Elsa Adela Mulhall de Torno, y fue la primera mujer médica en incorporarse al hospital de Viedma, al principio de la década del 60. Nació y pasó los primeros años de su infancia en Guardia Mitre, en la isla colonizada por su abuelo, Eduardo Mulhall, el mismo que fundó la Compañía Salinera Anglo Argentina y la estancia de San Blas.
Quizás sea por la sangre irlandesa que corre en sus venas, tal vez porque ha llevado una vida ordenada y saludable, lo cierto es que Elsa (76 años cumplidos en el pasado mes de febrero) tiene contagiosa vitalidad y perfecta memoria. La charla con este cronista se deslizó, con exquisita amabilidad, por los recuerdos de su niñez, las referencias a su padre (don Jaime Mulhall, quien merece un abordaje más intenso) y el rico anecdotario de su larga experiencia profesional, compartida con recordados médicos como Emilio Nazario, Fernando Molinari, Antonio Sussini y Osvaldo Gianni.
Nacida bajo la mirada de Yrigoyen
Elsa Adela Margarita Mulhall nació en la misma isla de los Mulhall, muy cerca de Guardia Mitre, rodeada por las aguas del río Negro. “Era la época de los partos en las casas, a mi mamá la asistió doña Virginia Müller, que era la partera del pueblo. En la habitación donde nací había un enorme retrato de don Hipólito Yrigoyen, lo que me marcó desde un principio para toda la vida, porque siempre he sido y seré radical”, recordó.
Su padre Jaime Estanislao Mulhall era argentino, nacido hacia 1875 en Buenos Aires, uno de los 11 hijos del inmigrante irlandés Edward Mulhall, cofundador con su hermano Michael del diario en inglés “The Standard”, hacendado, impulsor de Bahía San Blas a fines del siglo 19 y principios del 20.
Jaime fue cadete de la escuela naval, después estudió matemáticas y fue el
autor de un importante tratado sobre densificación infinitesimal. Trabó relación con el sabio Albert Einstein, en Buenos Aires, y establecieron intercambio de correspondencia. “Murió cuando yo tenía 10 años y lamentablemente no pude aprender mucho de él, recuerdo que tenía un telescopio y yo me sentaba arriba de una banqueta y me hacía observar los astros. A la luna la pude ver en detalle cuando tendría 7 años, y me paseaba por todo el universo, por lo que es el día de hoy que cuando me pongo a observar el cielo nocturno le puedo reconocer todos los astros. Papá se levantaba a las 5 de la mañana, tomaba café y se encerraba en su biblioteca a leer y escribir, era un hombre muy especial” apuntó Elsa.
Don Jaime Mulhall era, en efecto, tan especial y liberal para su época como que estaba separado de su primera esposa, Laura Girondo Uriburu, con quien tuvo tres hijos en Buenos Aires; y se vino al sur a rehacer su vida con Margarita Jenkins, la madre de Elsa y otras tres mujeres, todas nacidas en Guardia Mitre.
“En ese tiempo no había divorcio pero cuando falleció su primera esposa y quedó viudo, ya libre, no dudó en casarse con mi mamá, en una ceremonia ante el señor Ricardo Quinteros, que en ese tiempo era juez de Paz de Guardia Mitre” reforzó el dato, nuestra entrevistada.
La muerte del padre
Como ya se dijo Elsa tenía sólo diez años cuando se produjo la muerte de su padre, a consecuencia de una insuficiencia cardíaca (“lo llamaban asma cardíaco en ese tiempo, sufrió mucho, pasó sus últimos meses en cama porque no se podía mover” apunto Elsa) y terminó su vida internado en el hospital de Patagones, bajo los cuidados del doctor Carlos Tessari, que en esa época viajaba a Guardia Mitre para atender la sala de primeros auxilios. Ese episodio marcó mucho a la niña Elsa, quien ahora más de 6 décadas después rememora detalles como que “cuando hubo que internarlo lo llevaron en una carretilla hasta el bote, para cruzar el río y del otro lado subirlo al auto”. El fallecimiento de don Jaime fue el 25 de abril de 1943 “en la cama del hospital dormía tomado de la mano de mi mamá, pero en el sueño la soltó y allí, seguramente, murió”. Poco después fue cremado en Buenos Aires y, años más tarde, en cumplimiento de su voluntad, sus cenizas fueron arrojadas al viento en la playa de San Blas.
De Guardia Mitre a Córdoba
Los primeros años de la escuela primaria Elsa los cursó en la escuelita de Guardia Mitre. Su memoria exacta le permite precisar que “ mi primera maestra fue Alba Laría, que era soltera y paraba en el hotel de Vernengo, en donde conoció al hijo del dueño, que se convirtió en su esposo; otras maestras fueron la señora Aurelia Alcaraz de Palma, Cecilia Truquín, e Isabel Agostino Andrea“ Ya tenía 12 años y su madre temía que en el largo recorrido de 4 kilómetros entre la isla y la escuela corriera algún peligro, por la proliferación de changarines y peones foráneos entre las chacras. “Entonces con mi hermana mayor nos vinimos a vivir a Patagones y terminé la escuela en la 2, enfrente de la plaza, donde era director era el señor Negri, y su esposa Livia era maestra, otra docente mía fue Dorita Ghiraldi, que después falleció en mis brazos cuando yo ya era médica, en el hospital sin llegar a tiempo a la guardia”
El secundario lo hizo en el colegio Nacional de Viedma, enfrente de la plaza, en una época de la que guarda bellos recuerdos “por los profesores inolvidables y los buenos compañeros”. Se recibió a fines de 1951 y al año siguiente inició su etapa universitaria, en Córdoba.
De esa etapa sus remembranzas no son las mejores “me fui tan lejos porque quería evitar el examen de ingreso pero fue muy duro, un transplante a un lugar en donde no conocía a nadie, y solamente tenía la compañía de una hermana mayor, que estaba conmigo”.
Médica joven en Viedma
Ya recibida de médica, ya casada con Néstor Torno, se instaló en Viedma. Un día de 1964 concurrió al consultorio del doctor Nazario para hacerse ver por una reacción alérgica “y en la charla me preguntó si no quería entrar al hospital de Viedma, me llevó a ver al director, que era el doctor Fernando Molinari y entré como concurrente, sin sueldo. También estaban los doctores Orofino, Iturburu, Tessari que venía de Patagones; y yo, que era la única mujer médica en ese ambiente, que era muy machista”.
Afirmó que “lentamente me fueron haciendo lugar y me gané un espacio, hasta que gane un concurso a fines de 1965 y empecé a cobrar un sueldo, pero ya estaba haciendo guardias y sabía que no tenía horarios, que el paciente siempre tiene que ser atendido; y nunca hice discriminaciones de ningún tipo, siempre atendí a todos por igual”.
Ocupó la jefatura de guardias del hospital de Viedma, tras la renuncia de García Díaz, y siguió en esa tarea hasta 1974. En ese momento dejó las guardias y pasó al periférico de Santa Clara, en donde siguió hasta 1981, cuando se incorporó al sistema de contralor médico al personal público. “¿Sabe cuánta gente mandé a trabajar, porque tenían licencias de tratamiento prolongado que no correspondían?” señaló en ese punto.
De la actividad hospitalaria pasó a la administración de políticas de salud. “Llegó el año 1982 y estaba el doctor Brukstein como presidente de zona sanitaria y como el doctor Alberto López se había tomado licencia por unos meses, me mandó a buscar para que ocupara durante un tiempo la dirección del hospital Zatti, en donde pude trabajar muy cómodamente, con la colaboración de toda la gente”. En marzo de 1984, ya con el gobierno democrático y cuando Remigio Romera era ministro de Salud, le ofrecieron la presidencia de la Zona Sanitaria, cargo que aceptó con la plena convicción de que “el funcionario tiene una silla con patas de cristal”; mientras mantenía ‘ad honorem’ el cargo de contralor de la Caja de Previsión Social.
En la presidencia de zona logró organizar tareas con su colega Beba Sapin, como vicepresidente, la administradora Angela Jorajuria, el veterinario Ricardo Bigatti y otros colaboradores. “Trabajábamos en equipo, en plena armonía” recordó. Hubo cambio de autoridades y pasó a la secretaría ejecutiva del Consejo de Salud, hasta que hacia fines de 1987 renunció a los cargos, para jubilarse y dedicarse con más tiempo a su familia.
Siempre con la salud
Pero Elsa Mulhall de Torno no pudo dejar la medicina del todo. La vinieron a buscar del hospital de Patagones y allá fue, para hacer guardias, que mantuvo hasta unos siete años atrás, alternando con relevos del doctor Luis Urizar en el hospital de Stroeder; y también en la sala de San Blas, donde una vez pasó un mes de enero completo. “Yo no podría haber sido otra cosa que médica, si volviese a nacer volvería a elegir esa profesión “ aseguró.
De la suma de experiencias de tantos años rescata aquella tarde de domingo en la que le trajeron un chiquito del Idevi, ahogado en una acequía. “La mamá por suerte le había hecho respiración boca a boca durante todo el trayecto, acá le sacamos agua del estómago y los pulmones, le inyectamos cafeína y recuperó el pulso, después hubo que devolverle calor al cuerpito y finalmente lo hicimos revivir. Creo que por el disgusto los padres se fueron de la zona y nunca supe nada del nene, que ya debe ser un hombre”.
Otro caso, en Patagones, cuando llegó a la guardia un muchacho joven que había intentado suicidarse colgándose con una soga en un galpón. “Estaba totalmente azul, sin aire, tenía la garganta tan aplastada por la soga que no le pasaban los tubos de oxigeno, nos costó pero lo reanimamos. Pasaron unos años y volvió a verme, para agradecerme que había vuelto a vivir”.
La otra cara, el dolor que todavía la conmueve, de aquella vez que un camión aplastó un nene de pocos años en un barrio maragato. “Llegó muerto, era irreversible, no podré olvidarme nunca del dolor de esa madre”. Para Elsa “aunque se sumen años en la profesión los sentimientos nunca se deben perder, el médico no se debe endurecer”.
Se hizo de noche, llega la despedida y en la puerta revive los cielos de la infancia, allá en la isla de Guardia Mitre, “mire como están bajas las nubes, traen agua seguro”. Tiene razón, poco después empieza a llover.