domingo, 30 de mayo de 2010

Un día histórico: 25 de mayo de 2010, cuando La Trochita llegó a Viedma

El 25 de mayo de 2010, cerca de las 11 de la mañana, muchos vecinos de la zona céntrica de Viedma no podían creer lo que sus oídos les avisaban. ¿Ese sonido penetrante en la serenidad del cielo nublado y apacible del día feriado era, realmente, el silbato de una locomotora a vapor? ¿Cómo era posible escucharla allí, en la plaza San Martín, a metros de la casa de Gobierno?


Rubén Edgardo Cristino Traversa (83 años, cumplidos el pasado 3 de marzo) sintió que el corazón le latía muy fuerte en su pecho y no pudo evitar que algunas lágrimas corrieran por su rostro. “Ya sabía que venía para acá, ya lo había leído en el diario, pero cuando escuché el silbato, acá tan cerca (vive en la calle Garrone, entre Moreno y Las Heras) fue una emoción muy fuerte, algo que en mi vida nunca me hubiese imaginado” le contó a este cronista.
Poco después, bien abrigado y, como siempre, sobriamente vestido, Traversa se acercó para tocar, oler y sentir la palpitación de esa vieja amiga, una locomotora Baldwin (fabricada en Estados Unidos, en 1922) que en varias oportunidades manejó, entre 1958 y 1966, en el ramal de Ingeniero Jacobacci a Esquel, más precisamente hasta la estación Cerro Mesa que era el punto de relevo del personal de conducción.
“Muchas horas pasé en esta estrecha cabina, sintiendo el fuego de la caldera y la vibración de las ruedas, cuando trepaban las cuestas de la vía” recordó, mientras posaba sus ojos mansos en los detalles de manivelas y relojes, para la operación de la vaporera.
Este amable vecino viedmense, ferroviario de alma, por herencia paterna y designio personal, atesora recuerdos de enorme valor.
En su casa recibió rodeado de las libretas que acreditan sus validaciones personales en la “idoneidad como maquinista y conductor de locomotoras (a vapor)” que le extendieron el 17 de enero de 1952 y, dos años más tarde, como “conductor de (máquinas) diesel eléctricas”; una cuidada guía de La Trochita, con imágenes de los sitios más emblemáticos como el puente sobre el río Chico; fotos varias; y el recorte de Noticias de la Costa del 3 de mayo de 1998, cuando fue protagonista de una nota especial con la firma de Víctor Carlovich.
“Pasé un problema delicado de salud, tengo dañada una parte de mi cerebro y estuve un tiempo sin poder hablar ni mover la mano derecha, pero me recuperé y por suerte pude ver a La Trochita en su visita a Viedma” relató don Rubén; y agregó, convencido: “si pudiera volver el tiempo atrás quisiera estar de nuevo manejando esa locomotora”.
Una obligada pausa en el viaje
El diagrama de trabajo de los maquinistas, en aquellos tiempos en que el personal ferroviario trabajaba bajo convenios de estricto cumplimiento y supervisión gremial, imponía que los conductores trabajaran un máximo de 8 horas. De esta manera cuando salían desde la cabecera de Ingeniero Jacobacci los maquinistas de La Trochita tenían relevo en Cerro Mesa. En un viaje de vuelta, en el invierno de 1965, la nieve les tapó las vías en cercanías de Ojos de Agua, en un cañadón. “Estuvimos dos días y medio tirados allí, sin poder salir del tren; se nos acabó el combustible y la caldera se apagó; en las salamandras de los vagones también se terminó la leña y los pasajeros tuvieron que aguantarse el frío con lo que tenían puesto. Al final vinieron con una locomotora desde Jacobacci y otra desde El Maitén y nos pudieron sacar del atascamiento” recordó Traversa.
Un poco de historia
Fue una quijotesca decisión de las autoridades del Tren Patagónico el traslado de la vieja locomotora, sobre un carretón cedido por el Departamento Provincial de Aguas, al Paseo del Bicentenario en Buenos Aires en donde su tránsito por la avenida 9 de Julio fue una espectacular sorpresa para medio millón de personas presentes y otros cinco millones que seguían el acto por televisión. Después, en el regreso hacia Jacobacci, el paso por Viedma produjo otro impacto. Y fue justo el 25 de mayo, cuando se cumplían 65 años de la llegada de La Trochita a Esquel, en 1945.
La línea de 402 kilómetros de recorrido, la más extensa en todo el mundo para una trocha de 0,75 metros de ancho, prestó servicios a numerosas poblaciones rurales durante casi medio siglo.
En la década de los `90, tras la privatización de Ferrocarriles Argentinos, el ramal fue clausurado y sólo pudo ser recuperado para servicios turísticos por cuenta de las administraciones rionegrina y chubutense.
Desde la cabecera de Esquel el viaje hasta el paradero del paraje Nahuel Pan, de 40 minutos de duración, se cumple regularmente tres veces por semana bajo la administración del gobierno del Chubut. En cambio desde Jacobacci, en la órbita del Tren Patagónico, las salidas no tienen frecuencias fijas y se programan según la demanda de contingentes especiales.
La opinión de un especialista.
Sergio Sepiurka, ingeniero industrial radicado en Esquel hace dos décadas, integra la asociación Amigos de La Trochita, de Esquel; y es autor de numerosas publicaciones sobre el antiguo ramal. Lo que sigue es un extracto de una presentación suya, en el reciente Esquel Literario 2010.
“Si hay un lugar donde uno puede toparse con un mito y su correspondiente realidad, es a bordo del Viejo Expreso Patagónico La Trochita, el legendario ferrocarril de trocha angosta (75 cm) cuyas vías unen, entre otras localidades, las ciudades de Ingeniero Jacobacci (Río Negro), El Maitén y Esquel (Chubut).
La historia nos dice que La Trochita es el sobreviviente del proyecto ferroviario patagónico impulsado en 1908 por el Ministro Ezequiel Ramos Mexía, e interrumpido en 1914. En 1922 se decidió completar aquel trazado con ramales económicos de trocha angosta, aunque el ferrocarril llegó a Esquel recién en 1945. Los variados destinos de la gran cantidad de materiales adquiridos, incluyendo 81 locomotoras a vapor, 1600 km de vías y unos 600 vagones, desvelaron durante décadas a cientos de aficionados ferroviarios de todo el mundo.
La obra fue realizada por el Estado Nacional con el objeto de propender al transporte de cargas y pasajeros, como parte de los ferrocarriles patagónicos de fomento. El contexto recesivo posterior a la primera guerra mundial limitaba los fondos requeridos, y la trocha angosta fue visualizada como una posibilidad cierta, así como es posible que la elección de la trocha de 0.75 metros haya sido favorecida por la disponibilidad de locomotoras.
En nuestro país la leyenda creció en el corazón de los trabajadores ferroviarios que conservaron la originalidad del funcionamiento de sus máquinas a vapor, en la vida cotidiana de los pobladores patagónicos que lo tuvieron como elemento indispensable para romper el aislamiento que imponían del frío y la nieve, y en las vivencias veraniegas de los contingentes de mochileros universitarios que lo hicieron suyo desde los ‘60, sintiendo –como decía el actor Luis Sandrini en la escena de una película filmada a bordo del trencito- que “aquí se respira Patagonia por los cuatro costados”.
“En los últimos diez años, La Trochita fue declarada Monumento Histórico Nacional, se ha convertido en uno de los habitantes más queridos de la Patagonia y también en el principal atractivo turístico de la ciudad de Esquel. En su nueva estación (la vieja pronto albergará un Museo), abordan sus vagones unos 30.000 viajeros al año, que disfrutan cada paso de su bamboleante traquetear, envueltos por el vapor de las centenarias locomotoras repletas de historia. Sus imágenes siempre cambiantes, son las de un sobreviviente patagónico, una suerte de ‘mylodon’ contemporáneo que atraviesa el viento de la estepa impulsado por el espíritu del Sur.”
Más allá de la emoción
Cuando uno tiene la oportunidad de participar de la experiencia que describe Sepiurka, a bordo de La Trochita “chubutense” entre Esquel y Nahuel Pan, las emociones son intensas, naturalmente. Pero el cronista se sintió abrumado por un extraño sentimiento, casi avergonzado por la actitud de turista intruso, montado con despreocupación y cámara fotográfica en ristre sobre una reliquia social que merece un respeto mayor. La Trochita no fue concebida y construida (obra de enorme esfuerzo físico para los cientos de operarios que abrieron a pico y dinamita su sinuoso recorrido) para que fuese sólo un pasatiempo y una diversión (cuyo viaje, para visitantes nacionales o extranjeros cuesta 150 pesos). Este formidable ramal (único en su tipo en todo el orbe, como ya se dijo) tuvo una clara finalidad de fomento económico y poblacional, y como tal debe ser honrado. Por eso, más allá del sano propósito de la Asociación Amigos de La Trochita de Esquel, en cuanto a una declaración de la UNESCO como “patrimonio cultural de la humaniad”, sería muy bueno que los gobiernos de Río Negro y Chubut analizaran seriamente la posibilidad de restablecer todo el trayecto del antiguo servicio, aunque fuese sólo con una frecuencia mensual. Para que los pobladores de la zona se (re) encuentren con La Trichita.
El mito y Theroux
Volvamos a los escritos de Sergio Sepiurka. Dice el escritor chubutense adoptivo que “el mito (de La Trochita) fue consagrado internacionalmente por la literatura de viajes a través del norteamericano Paul Theroux quien, habiendo partido desde Boston, viajó por toda Sudamérica en ferrocarril. Al llegar a Buenos Aires se detuvo una semana para conversar con Jorge Luis Borges, antes de partir hacia la Patagonia y llegar a Esquel a bordo del cautivante trencito, al que bautizó El Viejo Expreso Patagónico, igual que al libro que dedicó a relatar su viaje, obra que tuvo un notable éxito, llegando a figurar octava en ventas en todo el mundo en 1979”
“Para esa época, -añade- aquí en la Argentina, unas 40 locomotoras a vapor originales pertenecientes al ramal fueron reducidas a chatarra en Río Gallegos, Trelew, El Maitén e Ingeniero Jacobacci”.
Señal de que los mitos también pueden ser destruidos, y que depende de nosotros, los pobres mortales, mantenerlos vivos y enhiestos.