miércoles, 22 de agosto de 2012

Aquella aparatosa "inauguración" del canal Pomona-San Antonio Oeste



Ocurrió hace 40 años, el 20 de agosto de 1972, y marcó casi el punto final para “la larga historia del agua” de San Antonio Oeste. Esa frase, que se reproduce entre comillas, corresponde al título de una publicación de la serie “Rescatando ayeres, historias y crónicas de San Antonio Oeste”, que publicaba la disuelta Comisión Municipal de Asuntos Históricos de San Antonio Oeste, bajo la conducción del doctor Juan Carlos Irizar.


La portada de ese boletín, aparecido en diciembre de 2001, está ilustrada con la reproducción de un afiche oficial que fue muy difundido por entonces, hace cuatro décadas. Es la imagen fotográfica de una caramañola de explorador, que tiene un trozo de cuero recubriéndola y una leyenda grabada con fuego: “Canal Pomona San Antonio, 20 de agosto, 72, provincia de Río Negro”.

El referido afiche, un hallazgo creativo del fotógrafo y periodista Tomás Gurmandi realizado en aquel entonces por encargo del gobierno provincial, fue el emblema de un acto oficial ampliamente promocionado por diversos motivos. La ansiada obra que se inauguraba constituía indiscutiblemente un hito muy trascendente para el despegue definitivo de San Antonio Oeste. Pero la fecha prevista para su habilitación no era para nada casual, porque estaba sobre el límite del calendario pre electoral fijado por el dictador militar Alejandro Agustín Lanusse para que los gobernadores y otros funcionarios renunciaran a sus cargos si aspiraban a postularse como candidatos en los comicios del año siguiente.

El general Roberto Vicente Requeijo había llegado a la provincia de Río Negro en setiembre de 1969 para suplantar en la gobernación al ingeniero Juan Antonio Figueroa Bunge después de los violentos hechos conocidos como el “cipoletazo”. Su gestión como gobernador militar estaba jalonada de hechos pintorescos y se creía poseedor del carisma necesario como para ser beneficiado por el voto popular, por eso armó el gran espectáculo del 20 de agosto de 1972, como acto final de su administración antes de presentar la renuncia y lanzarse de lleno a la arena política como candidato por su Partido Provincial Rionegrino.

Las fotos que ilustran el referido boletín histórico de San Antonio Oeste muestran al gobernador Requeijo, acompañado por el intendente Celso Breciano y el ministro de Obras Públicas, ingeniero Juan Carlos Suárez, en el momento del descubrimiento de la fuente que simbolizó la llegada del agua a San Antonio, la misma que hoy se conserva enfrente de la plaza y la sede municipal de la localidad.

La portada del periodico “La Nueva Era”, también reproducida en esa publicación, muestra una impresionante marea humana acompañando los actos. Después de los discursos de Breciano, Suárez y Requeijo se inauguró la mencionada fuente, obra realizada especialmente por la artista plástica barilochense Dolores Fállada y en los galpones de la Cooperativa Comsal se sirvió un gran asado popular.

Para completar la fiesta hubo números artísticos, con la actuación de Los Huanca Hua, Los Cantores del Alba, Luis Landriscina, Jaime Torres y Mercedes Sosa.

Una larga historia llegó a su fin en aquella cálida jornada de fines del invierno de 1972, pero no todos los problemas del abastecimiento indispensable de agua potable quedaban resueltos. La realidad es que ese mismo día de la promocionada inauguración el canal todavía no traía agua y es bien sabido que se recurrió al truco de descargar varios camiones aguateros en el acueducto, para dar la impresión de que el flujo era normal.

Hubo nerviosismo y reclamos en San Antonio Oeste, se formó la denominada Comisión Permanente del Agua y el Departamento Provincial de Aguas fue paulatinamente resolviendo problemas, se terminó el canal, fueron reparando las fugas y se aseguró el servicio.

Juan Carlos Suárez, verdadero factotum de la importante obra, escribió un artículo para “Rescatando ayeres” en el 2001 donde recordaba que en setiembre de 1968 Requeijo –que acaba de asumir como interventor de la provincia- le ordenó la suspensión de las obras del canal, que en rigor todavía no habían comenzado.

“Insisto con mi renuncia (al cargo de superintendente del Departamento Provincial de Aguas) pero previamente deseo una audiencia especial para exponer los fundamentos del canal. Se me otorga para los próximos diez días en que logro exponer en cuatro horas los fundamentos e importancia del canal Pomona-San Antonio Oeste, las posibilidades de financiamiento, metodología constructiva, efectos para el sudeste rionegrino, entre otras cuestiones del proyecto. El resultado fue que el gobierno provincial aceptó el desafío y Requeijo decidió continuar con la obra, dedicándose en más a convencer a las autoridades nacionales” relató el ingeniero Suárez.

Los trabajos empezaron efectivamente en mayo de 1970, después de resolverse una serie de complicadas situaciones burocráticas, licitaciones anuladas y otros problemas. Fue en su momento el canal revestido más largo de la Argentina con sus casi 190 kilómetros y se lo terminó en poco más de dos años. Una verdadera demostración de capacidad y decisión.

Ese fue el punto final para la larga historia del agua, cuyos primeros antecedentes se remontaban a marzo de 1910 con la inauguración del ramal ferroviario entre San Antonio y Valcheta y la puesta en funcionamiento de los trenes aguateros.

El drama de la falta de agua en San Antonio, una obra ciclópea que venció al desierto, la picara decisión política de Requeijo de inaugurarla horas antes de su renuncia al cargo para ser candidato, los festejos, la fuente con las manos de las que fluye el agua del progreso, son datos de una misma realidad, que apuntalan nuestra identidad regional.


Las ilustraciones de esta nota, de arriba hacia abajo: el afiche promocional de la inauguración (en la tapa de una publicación de la Comisión Municipal de Estudios Históricos de San Antonio Oeste); el momento mismo, aquel 20 de agosto de 1972, cuando el gobernador Requeijo, el intendente Breciano y el titular del DPA, Juan Carlos Suárez, descubren la escultura alusiva de Dolores Fállada; la gran comida en uno de los galpones de COMSAL acondicionado para tal finalidad; el tanque de la aguatería, restaurado  en el año 2009 por la Municipalidad de San Antonio Oeste y la referencia histórica existente en el lugar.

lunes, 13 de agosto de 2012

El fantástico deslizador de Querel, a 150 km/h por el río Negro




¿Hubo un extraño aparato de navegación por el río Negro que podía superar la velocidad de los 150 kilómetros por hora? ¿Quién fue su inventor y constructor, llamado Justo José Querel? Los hechos que se reconstruyen ocurrieron hace más de 75 años, en Viedma, Río Negro.

Un personaje enigmático

Justo José Querel nació en Rosario en los últimos años del siglo 19 y aparece radicado con su familia en Tornquist, provincia de Buenos Aires hacia la década del 20. De allí pasa a Bahía Blanca donde se dedica a la construcción, al frente de su propia empresa. No hay precisiones sobre el nivel de estudios alcanzados por Querel, si tenía el título de ingeniero o al menos había cursado algunos años de esa carrera. Pero en Bahía Blanca un par de edificios públicos de gran importancia fueron construidos bajo su dirección, la Biblioteca Pública Bernardino Rivadavia y el Palacio de Tribunales.

También fue el ejecutor, en calidad de sub contratista según parece, de la sede de la llamada Sociedad Sportiva de Bahía Blanca, sobre la avenida Alem, hoy Club Universitario. El proyecto arquitectónico y la dirección de esa obra estaban a cargo del ingeniero Adalberto Torcuato Pagano y en ese tiempo (años 1928-30) habría surgido la amistad entre ambos hombres, dos emprendedores de alma inquieta.

Querel aparece en General Roca en los primeros años de la década del 30. Pagano había sido designado gobernador del Territorio Nacional de Río Negro en septiembre de 1932 y es posible trazar cierta correlación temporal entre estos hechos.

Según el recuerdo de la señora Isabel Ubalda Querel (entrevista de M. Minervino en La Nueva Provincia, 30 de enero de 2005) su padre se radicó en el Alto Valle para construir unas bodegas. El historiador Pablo Fermín Oreja (en su libro “La provincia perdida y otros recuerdos”) dice que “a comienzos de los años 30 recuerdo que circulaba por las calles de General Roca un extraño y potente vehículo, carrozado totalmente en aluminio, accionado por un potente motor Lincoln, con un escape estruendoso que conmovía la calma pueblerina de esos años.”.

“Al volante del fantástico automotor iba su propietario y diseñador, el ingeniero (sic) Justo José Querel, que había llegado de Bahía Blanca. Era un personaje tan original como su vehículo, alto, de facciones duras, con un sombrero aludo, como de la policía montada, breeches, botas deslumbrantes, chaqueta de gabardina y medallas y fetiches colgados de sus bolsillos y cintura” agrega.

Oreja apunta después que “este señor, que conmovió bien pronto el ambiente local, era amigo del entonces gobernador del territorio ingeniero Adalberto Pagano, y estaba intentando imponer para la navegación regular del río Negro un modelo de barcaza autopropulsada, de su invención, con flotadores.”

La hija del emprendedor dijo que el gobernador Pagano le consiguió a Querel una entrevista con el presidente de la Nación, el general Agustín Pedro Justo, para pedirle respaldo económico al proyecto.

Los astilleros y el deslizador

Un suelto del diario La Nueva Provincia nos indica que los astilleros de Querel fueron inaugurados en Viedma en diciembre de 1936. El vecino José Pappático asegura que “estaban en el mismo sitio en donde hoy se ubica el muelle de cemento, en la intersección de Colón y costanera; yo era un chico y con los amigos nos acercábamos a curiosear”.

La noticia de la construcción de la extraña nave y una breve descripción de sus características las encontramos en un recorte del semanario “La Nueva Era” en su edición del 24 de junio de 1937, hace 75 años. El suelto lleva por título “En los astilleros de Viedma ha quedado terminada la construcción del deslizador de la compañía Querel”.

La nota dice “en los primeros días de la semana en curso quedó terminada en los astilleros de Viedma la construcción del primer deslizador a propulsión aérea para la explotación del transporte de pasajeros y cargas generales del río Negro”.

Agrega que “la nueva embarcación que lleva el nombre de General San Martín tiene capacidad para 15 pasajeros y una tonelada de carga y correo. Es un tipo llamado a contribuir, como lo son los pronósticos de la compañía, al mejoramiento general de las vías fluviales de comunicación de la República.”

El artículo del periódico “La Nueva Era” explica algunos aspectos de la curiosa embarcación diseñada por el exótico señor Querel. Dice que “su estabilidad absoluta le permitirá afrontar con éxito las corrientes de los ríos Negro y Limay, aún en los períodos del año en que culminan sus dificultades por sus remolinos, especialmente en la confluencia de ambos ríos”.

La crónica terminaba anunciando que “la ceremonia de bendición del primer deslizador a propulsión aérea construido en los astilleros de Viedma se efectuará en la entrante semana. Más tarde se fijará la fecha en que la mencionada embarcación hará su viaje inaugural.”i

En la foto donde se puede observar en forma completa la nave no aparece visible su nombre; pero en uno de los dibujos del prototipo (que se supone fueron realizados por la mano del propio Querel) se puede apreciar sobre la banda de estribor la inscripción “Gdor. Adalberto T. Pagano”. Seguramente una forma de adular al jefe de la administración territorial.

En otro recorte, de la revista “La Brújula” (se ignora en donde se publicaba) de noviembre de 1937 se publican otros aspectos del emprendimiento

.Se dice que “en las aguas del río Negro ha sido probado con éxito por su inventor, el ingeniero (sic) Justo José Querel, un aparato deslizador que viene a resolver el problema de la navegación en los ríos argentinos de corrientes rápidas y de escaso tirante de agua, como lo son en especial el Bermejo, el Pilcomayo, el Santa Cruz y el mismo río Negro”.

Explica también que “el ingeniero (sic, otra vez) Justo José Querel, cuyo apasionamiento por los trabajos mecánicos lo llevó a Fuerte General Roca, instaló allí su taller y se dedicó por entero a la tarea de crear y perfeccionar los aparatos deslizadores (...), después de prolongados estudios y prácticas lanzó al agua un pequeño deslizador con el que hizo un viaje a Viedma , donde levantó un taller más amplio...”.

Más adelante reseña que “después de tres años el ingeniero (sic, por tercera) Querel, ante la presencia del gobernador de Río Negro (el ingeniero Adalberto Pagano), de las altas autoridades y de autoridades técnicas, lanzó a las aguas del río Negro un gran aparato deslizador perfeccionado, que mereció la admiración de los entendidos en la materia, después que estos realizaran un viaje a bordo de la embarcación”.

El mismo artículo aporta datos técnicos, como que la nave podía alcanzar los 200 kilómetros por hora y le alcanzaban para navegar apenas 15 centímetros de profundidad en el agua; equipada con casco de hierro, laterales y carrocería de aluminio; y una planta propulsora de uno a cuatro motores de avión , con hélices por arriba de la superficie del río.

¿Por qué fracasó?

No se pudieron encontrar más datos. El proyecto fracasó, porque no aparecen en tiempos posteriores referencias periodísticas, ni tampoco se lo menciona en el completísimo estudio sobre la obra de gobierno del ingeniero Pagano, escrita por su hija Olga hace pocos años. Según Isabel Ubalda Querel la futurista nave de su padre chocó contra intereses empresarios y no pudo desarrollarse, quedando aparentemente sólo con la construcción del prototipo inicial. Un memorioso vecino viedmense, José Scalesi, le dijo a este cronista que “el deslizador explotó en el río y no se pudo usar más“.

Los rastros de Justo José Querel se perdieron como se pierden sobre el río las ondas que levantan las embarcaciones. Sabemos que murió en Buenos Aires el seis de abril de 1957. Se dedicaba en ese entonces a la elaboración de medicamentos sobre la base de hierbas de la región patagónica, después de haber estudiado un tiempo el conocimiento indígena de la herboristería. Una vida singular la de este hombre, construyó formidables edificios, diseñó una nave extraordinaria y terminó mezclando yuyos.









sábado, 11 de agosto de 2012

Cuatro escritores, cuatro amigos, cuatro nuevos libros


Cuatro escritores, cuatro amigos, cuatro nuevos libros. Elías Chucair, patriarca de las letras de la Patagonia norte, acaba de presentar una selección retrospectiva de su obra poética en "Vivencias de Patagonia en un poema"; José Juan "Pepe" Sánchez cumplió con un antiguo compromiso y publicó "Aires solidarios" sobre la historia fundacional de la cooperativa de los talleres ferroviarios de San Antonio Oeste; Ramón Minieri recopiló en papel una serie de postales costumbristas ya editadas en la web, con el título de "Casos de Villa Intranquila"; y Juan Matamala reunió en un volumen "Mitos y leyendas de El Bolsón". Ingeniero Jacobacci y la línea sur, la costa atlántica con epicentro en San Antonio, Río Colorado y el Valle Medio, El Bolsón y la Comarca Andina, representados literariamente con talento y pasión. He aquí mis comentarios, sin pretendida objetividad. El amigo comentando a los amigos, sencillamente.


Elías Chucair, padentrano, nombrador y popular




Elías Chucair es padentrano, y eso es una virtud, que ejerce con autoridad.

Permítanme que les explique un poco de dónde viene esa palabreja. Don Arturo Jauretche la usaba y la había tomado de un texto del poeta Osvaldo Guglielmino, que a su vez la inventó para contraponerla a esa expresión grosera de “pajuerano” con la que los habitantes de la Capital designan (o designaban) a los recién llegados del país interior. Ser padentrano es, entonces, pertenecer, ser y estar en el adentro de la Patria; conocer, amar y odiar (todo al mismo tiempo) este interior maravilloso y sorprendente, defenderlo y hacerlo conocer.

Por eso afirmo y reitero: Elías Chucair es padentrano. Tiene sangre inmigrante en sus venas, y además a lo largo de toda su vida ha fertilizado una fraternal relación con los criollos y los indios. Esta actitud potencia su condición de padentrano, precisamente, porque el país de adentro está mayormente poblado por esos seres, invisibles a los ojos de la metrópoli. Este poeta amigo, rionegrino y padentrano, dedica muchos de sus versos a poner en el foco de la luz esos rostros del trabajo y el desarraigo. Los coloca en el centro del escenario.

Además, Elías Chucair es nombrador, y esa calidad lo distingue junto a otros poetas de su misma generación, Jaime Dávalos, Armando Tejada Gómez, Antonio Esteban Agüero, Edgar Morisoli, Pepe Sánchez y tantos.

Los nombradores son los poetas, narradores y cronistas que llaman a los personajes de sus escritos por sus nombres, como un pequeño homenaje, manifestación de respeto y sincero manejo de la información referencial. Pero, también, son quienes al nombrar a las cosas luchan contra el atroz destierro del olvido; porque el nombre se convierte en proclama invencible en el tiempo. Porque lo que se nombra queda en la memoria, como material que construye el imaginario colectivo de los pueblos.

Debo decir, para completar la descripción, que Elías Chucair es popular; lo son los temas que ocupan su literatura y goza su obra del reconocimiento del pueblo, que repite sus historias y poemas, apropiándose de ellos.

Lo popular es, en el arte, una categoría que se puede definir con pocas palabras: es lo que le gusta a la gente. Las imágenes y relatos que transmiten los escritores populares no necesitan explicaciones para llegar al corazón de sus lectores y provocar el cosquilleo de la emoción. Dicen, los detractores de lo sencillo, que escribir de esa manera no requiere talento. Ignoran que la capacidad de emocionar está reservada a quienes tienen leal sensibilidad por las cosas simples, un privilegio de los espíritus mansos.

Elías Chucair es padentrano, nombrador y popular. Estas condiciones se muestran en esta selección retrospectiva de su obra poética. Transitar por las páginas de este libro es como dejarse envolver por un poncho de nostalgias sureñas, que acaricia y hace soñar; para andar caminos ásperos y dolientes, cálidos y afectivos, y finalmente arribar al alto mollal donde el viento alguna vez perdió una copla.



Carlos Espinosa

(Prólogo para “Vivencias de Patagonia en un poema” de Elías Chucair, Ediciones del Cedro, 2012, presentado el sábado 16 de junio en Ingeniero Jacobacci)



Respiración, pulso, memoria y nombres,
en un libro de Pepe Sánchez






Un libro es un conjunto de hojas de papel con letras impresas, una formidable máquina de disparar pensamientos. Leemos y pensamos, y cuando pensamos adquirimos conocimientos y recibimos sentimientos.

Pero un libro es valioso, sobre todo, cuando a través del código de sus letras impresas se perciben la respiración y el pulso vital del autor. No todos los libros tienen esta virtud, debe advertirse.

El caso que nos ocupa –“Aires solidarios” de Pepe Sánchez, alias José Juan- es un libro que respira y palpita. En esta obra el autor se nutre de sus propios recuerdos para construir dos relatos casi simultáneos, como ensamblados en un mismo objetivo.

Por un lado está la crónica precisa, con la fuerza del testimonio autobiográfico, sobre la génesis y parición de la Cooperativa Obrera Metalúrgica de San Antonio Limitada (Comsal), que se conformó hace 50 años como respuesta orgánica y solidaria ante el intento de desguace de los talleres ferroviarios de aquella localidad.

Por el otro aparece una sucesión de estampas narrativas, con enorme riqueza en la descripción de los escenarios y ambientes, construidas esencialmente a partir de la nostalgia infantil. En estas páginas todo gira, por cierto, alrededor del ferrocarril, las estaciones y los pueblos surgidos a la vera del ramal que atraviesa la estepa.

La crónica es esencial, está abonada con referencias históricas y sobre personalidades que marcaron toda una época, como el primer gobernador de la provincia de Río Negro, Edgardo Castello; y el inolvidable intendente Celso Rubén Bresciano. Nadie podrá ahora dejar de consultarla a la hora de documentarse sobre ese lapso del devenir de San Antonio Oeste y su región, en el comienzo de la paradigmática década de los 60, en el siglo pasado.

Los textos de mayor entraña argumental destilan un cálido costumbrismo, alternando pinceladas suaves y matices realistas. Sorprenden las historias en torno al fogón donde “la palabra adquiría, entonces, la categoría de majestad suprema”(1), y se agregan después los campamentos, los vientos patagónicos y los ojos de Pericles en el punto más alto de la calidad literaria de la obra.

Vivimos los tiempos de la memoria, nos hace bien recordar, porque nos permite situarnos con firmeza en el presente. Necesitamos de los memoriosos, porque nos guían en los laberintos del pasado y al conducirnos entre pasadizos ocultos nos alivian la fatiga de la búsqueda de tal o cual cuestión.

Pepe Sánchez es memorioso, y al mismo tiempo es memorable. Nos lleva hacia atrás, pero es también es protagonista de ese pasado en el que nos inserta. De allí que sus crónicas autorreferenciales tienen valor documental.

Pepe Sánchez es, por otra parte, miembro conspicuo del selecto clan de los nombradotes –como su amigo Elías Chucair- “los poetas, narradores y cronista que llaman a los personajes de sus escritos por sus nombres, como un pequeño homenaje, manifestación de respeto y sincero manejo de información referencial. Pero, también, son quienes al nombrar a las cosas luchan contra el atroz destierro del olvido; porque el nombre se convierte en proclama invencible en el tiempo” (2)



Démosle las gracias a Pepe Sánchez, por obsequiarnos este libro que respira y palpita, y por ser memorioso, memorable y nombrador.



(1) ver página 30, de la obra comentada.

(2) Me permito citarme a mi mismo, del prólogo para “Vivencias de Patagonia, en un poema” de Elías Chucair. Ediciones del Cerro, 2012.



Carlos Espinosa

(Comentario para la presentación del libro de Pepe Sánchez, en San Antonio Oeste, 10 de julio de 2012)







Los casos de Villa Intranquila, de Ramón Minieri, una especie de manual del comportamiento humano



En el mismo estilo de narración costumbrista al que nos tiene acostumbrados Elías Chucair, y por el que también transitara el recordado Nicasio Soria, acaba de aparecer el libro “Casos de Villa Intranquila” de Ramón Minieri. El teritorio de las anécdotas y relatos es un pueblo imaginario llamado Villa Intranquila, pero abundan las pistas que permiten identificar fácilmente a la ciudad de Río Colorado, en el norte de la provincia de Río Negro, en donde Minieri está radicado desde hace muchos años y practica con esmero la convivencia y la amistad.

En esas artes abreva el conocimiento que le permite al talentoso cronista la recopilación de valioso material de narrativa oral; para transformarlo después, a través de prosa sencilla con trazos inteligentes, en los textos escritos bajo la forma de glóbulos que conforman este entretenido volumen. Los relatos tienen, en general, un tono humorístico, algunos sólo hacen sonreir; pero otros estimulan la carcajada.

Minieri se presenta , modestamente, como el mero compilador de los dichos, hechos y sucedidos, y señala, desde el principio que “verlos en letra escrita no les hace justicia. Les está faltando la mímica, el énfasis, la tonada de quienes los relatan”. Por eso mismo pone énfasis en su agradecimiento a todos quienes constribuyeron con su aportes e inserta la nómina completa de los “intranquilenses” que le contaron sus historias. “Lo hicieron por generosidad, pero también, supongo, para disfrutar un poco del aplauso, del reconocimiento, como cualquier artista; y por cierto lo merecen” apunta, sobre ellos.

Minieri, intenso polígrafo que se dedica a la elevada poesía y el ensayo enjundioso con la misma pasión que pone en estos casos cotidianos, le advierte al lector que “cuando se esté riendo del tonto o del tipo raro del cuento, sepa que en realidad se está riendo de usted mismo”; y añade “reirse de uno mismo es sacudirse un poco al tonto que todos llevamos dentro”.

Acerca de la naturaleza psicológica de la risa se permite, hacia el final, una serie de citas citables que arrancan con Sigmund Freud y la relación entre el chiste y la afloración de lo inconsciente, para pasar por Henri Bergson y otros, concluyendo de su propia cosecha que lo que produce risa es la interrupción imprevista, la ruptura, de una continuidad previsible de ideas y acontecimientos. “Nuestros esquemas mentales nos traicionan. Esta es una reiterada lección de los relatos pueblerinos. Nos comportamos de una determinada manera, porque partimos de determinados supuestos, de ciertas expectativas acerca del desenvolvimiento de las cosas. Pero hete aquí que nuestro supuesto era inadecuado” reflexiona, con fundamento.

Por la validez de esta mirada es que “Casos de Villa Intranquila” constituye un divertido libro de historias populares y, además, es una especie de catálogo de conductas humanas, de acciones y dichos que reflejan las reacciones de sus protagonistas ante circustancias cotidianas y otras que no lo son tanto. Como un manual de comportamientos.

Pero fundamentalmente, reitero, se trata de un divertido libro, y para que se me entienda transcribo de la página 13, el caso de Ustáriz y una de las frases celebres en Villa Intranquila.

Minieri cuenta. “Ramón Ustáriz, propietario de un mercadito con carnicería, es protagonista de varios relatos locales. Le han atribuido el papel de ingenuo de los relatos tradicionales. Esta vez cuentan que había ido después del almuerzo a la cancha de pelota a departir con los amigos, quizás jugar una manito de más y menos, tomarse un anís. En eso estaba cuando apareció un pibe, corriendo desalado para avisarle, con la respiracion entrecortada: -Don Ramón, se le está prendiendo fuego la carnicería. A lo que don Ramón, con aire de suficiencia, respondió: -Ja, me dijiste… tengo la llave en el bolsillo.”



Carlos Espinosa



(Comentario para Agencia Periodística Patagónica APP)






Un valiente Juan Matamala se interna en el territorio de los mitos y leyendas de El Bolsón



Un sheriff norteamericano que denuncia el descubrimiento de un supuesto animal prehistórico todavía vivo y coleando en las aguas de una laguna; una especie de gnomo dicharachero que llegó al pueblo como representante personal del presidente Juan Domingo Perón repartiendo zapatos y colchones; y, como si esto fuera poco, los hippies fumando hierbas estimulantes en estado de meditación permanente en sus cabañas montañesas y artesanales lejos del mundanal ruido.

Estas y otras historias se recortan sobre el espléndido escenario natural de la localidad andina de El Bolsón, en el extremo sudoeste de la provincia de Río Negro, (vale situar para lectores de tierras lejanas), a veces originadas en las tradiciones tehuelches y mapuches, y también en tiempos más cercanos, como las que están afincadas en los años 70 del siglo pasado.

Por ese territorio se internó Juan Matamala, -escritor, docente, periodista y por sobre todas las cosas: andariego- para recolectar el material que compone su reciente obra “Mitos y leyendas de El Bolsón”, en un volumen de147 páginas.

El autor nos revela que las primeras narraciones las escuchó de labios de su madre, y luego de sus abuelos, tíos y vecinos, y que “con el tiempo me fui haciendo de una voluminosa carpeta de aquellas narraciones y de los cambios que se producían de una leyenda a otra, guardando celosamente sus caracteres originales para no traicionar la memoria y la conciencia”.

Matamala cumple con este compromiso que se autoimpuso y así ofrece un variado catálogo sobre los contenidos del imaginario popular de los habitantes de El Bolsón y la denominada Comarca Andina del Paralelo 42.

El libro arranca con varios capítulos referidos a leyendas fundacionales sobre árboles, flores, pájaros, creencias ancestrales, supersticiones, comidas y rituales típicos. Después pasa por un poco conocido episodio político de 1911 –cuando un grupo de comerciantes y colonos extranjeros pretendió institucionalizar un gobierno local autónomo- y arremete contra uno de los mitos contemporáneos más difundidos, el de las comunidades hippies instaladas en El Bolsón a partir de fines de la década de los 60. En este punto la advertencia es clara: “si bien es cierto que los hippies se instalaron en El Bolsón y han dejado su huella innegable, no todo lo que se comenta es exactamente así y las proyecciones de aquellas experiencias, lejos de acercar a la verdad, le han permitido tomar un vuelo de insospechadas derivaciones”. Sobre la base de estas premisas Juan Matamala aporta documentación incuestionable, desmenuza situaciones y concluye, tal vez para desilusión de muchos, que el fenómeno del hippismo bolsonés “fue parte de unos segundos de eternidad que rápidamente pasaron”, y que el derrumbe de la utopía dejó algunos huérfanos, a quienes bastante les costó recuperarse.

Hay un segmento de la obra dedicado a una historia bastante divulgada, la del sheriff Martín Sheffield y el plesiosuario, sobre la cual aporta elementos originales como lo son las publicaciones en periódicos norteamericanos de aquella época dándole crédito al supuesto descubrimiento y el testimonio de Juana Sheffield, hija del pintoresco yanqui, que fue quien observó el rastro del animal de extraña apariencia entre unos pastizales que rodean un ojo de agua en el paraje Epuyén. Este relato en primera persona, que se ofrece en una abreviada síntesis escrita y también en forma completa a través de la voz de la mujer en una entrevista del año 1989 (contenida junto con otros documentos en un disco digital para computadora), aporta valiosa información en torno al episodio que dio lugar a una equívoca intervención del mismísimo director del Zoológico de Buenos Aires, el científico Clemente Onelli.

Un capítulo curioso y revelador es el que está dedicado a Coquito, un extraño hombrecito llamado Omar Hernán Villalba, que apareció por El Bolsón en 1950 con el supuesto mandato y representación del entonces presidente Perón y su esposa Eva Perón para coordinar y responder a las demandas sociales, aunque un tiempo más tarde se supo que había sido engañado y abusado en sus pocas entendederas por un familiar, con el perverso propósito de condenarlo por insano y escamotearle una herencia paterna. Lo singular de la historia es que después de la misión apócrifa este personaje se ganó la simpatía de los habitantes del pueblo y allá se quedó, desempeñando diversas tareas para su módica subsistencia.

La vigorosa reconstrucción del novelesco suceso y sus consecuencias fue realizada con el invalorable auxilio de los dichos del propio Coquito, entrevistado por Matamala en radio Nacional de El Bolsón (también incorporada en el disco digital anexo), y el artículo adquiere perfiles emotivos cuando el autor sostiene que “Coquito en la recta final de su vida fue amado y cuidado por los turistas, los mochileros y el pueblo en general. Recibía el amor de las chicas más lindas con quienes se paseaba orgulloso y era la envidia de quienes sólo podían mirarlas de lejos”.

El libro contiene el detalle de otros mitos y leyendas, pero bastan estos tres aquí mencionados para valorar y aplaudir el esfuerzo del autor. Aquella máxima de Tolstoi acerca de pintores, aldeas y mundos, que suele invocarse para la exaltación de la literatura costumbrista, pasa por alto una de las exigencias elementales del oficio de escritor de lo cotidiano. Esta es la valentía, la valentía necesaria para el abordaje de las historias simples que han transcurrido a la vuelta de nuestra casa, cuyos protagonistas directos o sus descendientes están demasiado cerca y es muy posible que no duden en hacer conocer su opinión sobre nuestras narices, si tal o cual párrafo no ha sido de su agrado. Por eso es justo destacar la valentía demostrada por Juan Matamala, a la hora de internarse en el territorio de los mitos y leyendas de El Bolsón, para dejarnos un libro útil y ameno.



Carlos Espinosa



(Comentario para Agencia Periodística Patagónica APP)

















viernes, 2 de marzo de 2012

Marzo es historia en Carmen de Patagones

Marzo es el mes de la historia para Carmen de Patagones, el hecho que se recuerda los días 7 tiene mayor relevancia que el acto fundacional del 22 de abril de 1779, sin desmerecer por ello las personalidades de Francisco de Viedma y Narváez y Basilio Villarino, como responsables principales de aquello.


El 7 de marzo de 1827 ocurrió una auténtica gesta, protagonizada por el pueblo de Patagones, sus tropas regulares, los corsarios extranjeros instalados en el puerto, los gauchos de Molina y los negros africanos libertos que habían elegido este suelo como Patria. Las circunstancias históricas confluyeron de manera tal que todos los actores tuvieron su rol importante, cada uno en su momento, para arrojar como resultado la victoria ante el intento de invasión del Brasil.

No es fácil intentar la síntesis de los múltiples factores previos a aquellos días decisivos. Tampoco es sencilla labor la construcción de un relato cronológico cohesionado en las acciones y las emociones, y resulta imposible reconstruir cabalmente a las figuras centrales, recortadas sobre los escenarios del coraje.

Mucho se ha escrito sobre el Combate de Patagones, desde “La Gesta de Patagones” del coronel Isaías García Enciso, editado por primera vez en 1968.

Pero, sin haber concretado una producción escrita importante sobre el tema, sólo materializada en algunos folletos, el aporte fundamental para el conocimiento del Combate del Cerro de la Caballada estuvo, durante muchos años, en los relatos orales de Emma Nozzi.

Ella fue la gran difusora de la gesta de marzo en Patagones. Desde el museo histórico regional que contribuyó a fundar, en 1951, y que hoy lleva su nombre, Emmita asumió el papel de abanderada de la causa de la difusión de este acontecimiento histórico, muy poco conocido al norte del río Colorado y un poco más abajo del Negro, singular y esencialmente popular.

“Siempre me pareció una injusticia tremenda y un olvido que debía salvarse que la fecha de esta defensa del patrimonio nacional no se mencionara en ningún libro, que en las escuelas no se lo enseñara y no sólo en los institutos de toda la República Argentina, sino en las escuelas primarias, secundarias y terciarias, incluso la universidad, de esta misma región. ¿Cómo es posible que yo fuera maestra patagónica, con título de maestra normal nacional, y que no supiera qué era ese cerro, qué significaba para la nacionalidad?” le dijo Emma Nozzi a este cronista, hace unos cuántos años.

“En ese momento no era sólo injusticia para con lo nuestro, sino con todas las fechas del (río) Salado hacia el sur. Es decir que, en ese plano, estábamos casi como en la época colonial, cuando España regía los destinos de todos estos territorios, virtualmente hasta cabo de Hornos, pero con posesión efectiva sólo hasta la frontera del Salado. A la historia argentina le interesaban todos los grandes hechos, los combates y las batallas, los caudillos y militares, de esa línea central que iba de Buenos Aires a Mendoza. Entonces gente magnífica como Piedra Buena, Moyano, Lista, los marinos del sur como los que pasaron por Patagones, fueron olvidados y no aparecieron en ningún lugar de relieve” agregaba.

A Emma Nozzi muchas veces le escuchamos decir que “el 7 de marzo de 1827 la Patagonia se bautizó de Argentina” y muy probablemente tenía razón, porque entre 1810 y aquel año habían sido muy escasas las manifestaciones en pro de la efectiva de incorporación de esta población sureña al incipiente concierto de las Provincias Unidas.



Jorge Bustos recibió la difícil herencia operativa del museo de Patagones, tras la muerte de Emma Nozzi a fines de 1999. En una entrevista para Télam, hace un lustro, sostenía lo siguiente.


“El triunfo local, sumado a la victoria criolla en Ituzaingó, que había ocurrido el 20 de febrero y cuya noticia tardó varias semanas en llegar, elevaron la moral de aquel puñado de habitantes de Patagones, no más de 500 personas” dijo el investigador.

“Aquella población había vivido muchos meses de incertidumbre, desde fines de 1825, cuando se supo que Brasil planeaba invadirnos para neutralizar el puerto corsario que le causaba estragos y que el gobierno de Buenos Aires estaba impedido de enviar refuerzos”.

“Carmen de Patagones, una población que sólo interesada para el comercio de la sal y era, por lo demás el último confín de la tierra, empezó a ser tenida en cuenta en la sede del poder, a mil kilómetros de distancia”.

“Habían transcurrido sólo 17 años de los acontecimientos políticos de mayo y los cambios que se vivían intensamente en la metrópoli apenas se interpretaban en esta especie de cárcel abierta que era Patagones”.

“Militares castigados, comerciantes condenados por sus delitos económicos, mujeres de la llamada mala vida y otros sujetos de dudoso comportamiento social eran deportados aquí”.

“De Patagones sólo se podía salir por barco, porque la población estaba rodeada por asentamientos tehuelches con quienes las relaciones eran excelentes, pero naturalmente ponían mucho celo en cuanto a quienes transitaban por su territorio”.

El historiador señaló que “el episodio nunca ingresó en las páginas doradas de la historia oficial, quizás porque no aparece como protagonista ningún militar de apellido patricio o de alta cuna aristócrata, tan sólo una especie de chusma de oficiales de baja graduación, corsarios extranjeros y gauchos mal entretenidos”.

“Pero esa gesta de resistencia popular, donde hasta las mujeres colaboraron disfrazándose de milicianos para engañar en número a los espías brasileños, constituye una épica particular a la que no debemos renunciar” concluyó.


Bustos y Jorge Irusta, también historiador, recopilaron crónicas y relatos en la obra “El Combate de Patagones” con ilustraciones originales de Carlos Casalla, editado por el museo Emma Nozzi en febrero de 2005. Es un aporte interesante, por la claridad del relato, y además porque incorpora un último capítulo sobre las banderas brasileñas que quedaron en Patagones como trofeos de guerra y las posteriores historias populares acerca de la posible devolución al Brasil.
En el mismo año 2005 apareció, en formato de libro, el “Diario de la Gesta”, trabajo de Pedro Oscar Pesatti que originalmente se publicó, como separatas, en el diario “Noticias de la Costa” de Viedma. Se trata de una serie de crónicas, de neto estilo periodístico, donde Pesatti se pone en el lugar de un supuesto periodista, Gavino Ibáñez, que en  1827 hubiese sido testigo de los hechos. La obra también tiene dibujos de Casalla, realizados para su libro “7 de marzo” con la recopilación de una historieta aparecida en el diario “Río Negro”. Pesatti torna atractiva la historia, al imaginar algunos diálogos entre los protagonistas y agregarle conjeturas interpretativas sobre el desarrollo de los acontecimientos. El volumen también incluye un delicioso relato de ficción pura, también de la autoría de Pesatti: “El misterioso anillo del Capitán Sheperd”, que es una recreación de los hechos del combate en el cerro.
La más reciente contribución bibliográfica, en torno al Combate de Patagones aunque no exclusivamente referida a ese tema, es el libro “Patagones, la construcción de un espacio social multiétnico en el siglo XIX” de Jorge Irusta. Más allá del título, que parece anunciar un trabajo de sociología histórica, esta amena obra contiene relatos de ficción, basados indudablemente en hechos reales, ambientados en Carmen de Patagones y muchas veces ubicados en los días de la gesta histórica, con la reconstrucción imaginaria de una cantidad de sucesos.



Cada tanto, sobre todo cuando se acerca esta fecha, algún medio gráfico recoge comentarios y crónicas que refritan los contenidos de otras anteriores. El mérito de los trabajos impresos antes descritos fue, en su momento, la incorporación de datos y puntos de vista originales en torno al relato.


Mucho está por hacerse, todavía, para poder cumplir con el objetivo de Emma Nozzi: que el hecho del 7 de marzo de 1827 sea conocido y reconocido con toda la significación que le corresponde, al menos en la completa latitud patagónica.

El museo que lleva su nombre trabaja permanentemente en esa línea y el sector de su muestra permanente donde se exhibe el famoso cuadro del combate naval es destacado con privilegio en el transcurso de las visitas guiadas.

El entorno del poblado histórico y los alrededores de Carmen de Patagones permiten recorrer sitios en donde se vivieron momentos vibrantes de la gesta de marzo: el Cerro de la Caballada y la Torre del Fuerte. En el interior del Templo Parroquial se conservan dos de las banderas imperiales.


Lamentablemente falta cartelería que oriente adecuadamente a los visitantes. Desde hace muchos años se esperan los trabajos para la “puesta en valor” del Cerro de la Caballada y su monolito, inaugurado en el centenario del 7 de marzo de 1827.



Marzo es historia para Patagones, pongamos la divisa en alto “como un santo y seña que nos identifica” porque el 7 de marzo de 1827 “la Patagonia se bautizó de Argentina”.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Pasen y vean!!!!!

No digan que no les avisé. Estoy colocando en este blog una serie de fotos y breves comentarios sobre los atractivos paisajísticos e históricos de Carmen de Patagones y Viedma, con la finalidad de que aquellos amigos que me siguen desde lejos (en algunos casos desde otros países) se interesen por incorporar a nuestra Comarca en el itinerario de un futuro viaje de verano. Si quieren hacerme alguna consulta no duden en escribirme a esta dirección: perfiles@rnonline.com.ar

Pasen y vean!!!!!





Carmen de Patagones y Viedma conforman un importante núcleo urbano (según las características poblacionales de la Patagonia) con alrededor de 90 mil habitantes. Las dos ciudades son ricas en su aspecto histórico y pueden visitarse diversos sitios de interés, como la Parroquia de Patagones; la Torre del Fuerte del Río Negro (levantada en 1780); y la Manzana Histórica del Colegio Salesiano de Viedma.

Pasen y vean!!!!!







Viajando entre 30 y 60 kilómetros desde Viedma, hacia el mar, nos encontramos con bellos paisajes de playas vírgenes, con apostaderos de lobos marinos, la colonia de loros barranqueros más numerosa de América, el faro más antiguo de la Patagonia, aguas cálidas y mucho espacio para disfrutar.

Pasen y vean!!!!!






Esta es una selección de vistas del río Negro, escenario fundamental de las dos ciudades hermanas (Carmen de Patagones al norte y Viedma al sur) que conforman el eje urbano fundacional de la Patagonia Argentina, ya que aquí asentó la población del Fuerte y Población de Nuestra Señora del Carmen el ilustre andaluz don Francisco de Viedma y Narvaez en abril de 1779.
El monumental puente de hierro que pueden apreciar está cumpliendo 80 años desde su inauguración, el 17 de diciembre de 1931. Es la gran postal de la Comarca.

martes, 20 de septiembre de 2011

Nidia Borasi, una apreciada vecina de Patagones y el recuerdo de sus bellos relatos

Nidia Añaños de Borasi, en el Rancho Rial en mayo de este año, y abajo, en la Casa de la Cultura, diciembre de 2007, con el autor de esta crónica.
Nidia Añaños de Borasi partió hace pocos días. Seguramente en su destino eterno seguirá contando esas historias nostálgicas y simpáticas que formaban parte de un repertorio inagotable de relatos, sobre su querido Carmen de Patagones, la vida social de otros tiempos y las costumbres cotidianas. Esta nota recupera su palabra, con fragmentos de su libro “Semillas de otra tierra”, publicado en el 2008, y material del archivo del cronista.



“Mientras estuve en el Consejo Escolar (de 1983 a 1992, siempre ad honorem, sin cobrar un solo peso, poniendo el auto para viajar a todas partes) me dedicaba a escribir cuentos para los chicos de la escuela. Eran cuentos que muchas veces estaban inspirados en historias de animales, y se los pasaba a las directoras sin decirle de quien eran, firmados sólo como ‘una abuela maragata’. Se me ocurrió el seudónimo porque uno de los ocho nietos que tengo era fanático de los dinosaurios y yo le escribí un cuento en el que una noche venía a buscarlo un dinosaurio y le golpeaba la ventana, y salía él montado en el lomo del bicharraco y paseaban por la costa del río”
“Mi papá Manuel Añaños era aragonés de un pueblito, Ruesta, de Zaragoza, llegó a principios del siglo 20 y ya para 1906 aparece como socio de la Sociedad Española de Patagones; pero antes había estado en la sociedad española del barrio de la Boca en Buenos Aires. Allá trabajó en la gastronomía y después se vino para Patagones, para dedicarse a la actividad pastoril, que era lo que sabía hacer allá en su pueblo. Se enamoró de Patagones porque sus calles empinadas le hacían recordar a España y se instaló en la zona del meridiano quinto, por Cañada Grande. Se conectó con otros españoles que ya estaban acá, con los Badillo; y también trabajó en la Salina de Piedras, camino a San Blas. Después papá el compró el campo a sus propios patrones y se estableció”.
“Yo siempre quiero destacar el coraje de esas mujeres, como mi mamá, que se instalaron en el campo. Mi mamá era maragata, Irene Battillana, nieta de un genovés Angel Batillana, uno de los primeros prácticos del río Negro. Con mi papá se conocieron y enamoraron el día que llegó la primera locomotora a Carmen de Patagones, ese día de noviembre de 1921 se miraron por primera vez, en medio de todo el gentío que se había congregado con sus mejores galas en la estación. Ella fue una simple ama de casa, se fue a vivir al campo y allá crió a sus seis hijos, ocupándose de todas las cosas del hogar, cosía nuestra ropa, preparaba conservas y dulces, el pan casero en el horno de barro. Eran asombrosas esas mujeres.”

En el campo
“Tengo recuerdos muy lindos de aquella vida de familia en el campo, de intercambio y visitas con otras familias. Los viajes a Patagones eran larguísimos, al principio en sulky, después ya en auto. Cuando todavía no teníamos coche papá encargaba un auto de alquiler para que tal día nos fuera a buscar, porque la salida para el pueblo se organizaba con varios días de anticipación, era toda una excursión. Además se estilaba que los vecinos que venían para la ciudad pasaban por casa para preguntar si necesitábamos algo. Había muchas familias por esa zona, los Queirolo, los Deurade, los Solano, gente que se ayudaba en las faenas rurales y se visitaban a menudo.
Las compras de comestibles y cosas para el campo se hacían al por mayor. Iban los camiones de Imperiale y de Pozzo Ardizzi, levantaban el pedido y después lo llevaban en bolsas, de galleta, de azúcar y de yerba , bordalesas de vino y todo en cantidad.”
“Nosotros teníamos casa propia en el pueblo. Mi papá cuando recién llegó paraba en la fonda La Pilarica, que existe todavía en la esquina de Yrigoyen e Italia. Arriba la casa dice fonda La Italiana, pero ese fue el nombre que tuvo mucho después. Después, ya establecido con su campo propio, mi papá pudo comprar una parte de esa misma casa.
Pero en un sector de esa casona, en donde todavía se conserva el gran portón de ingreso para los carros, funcionó la escuela cinco, donde era director Julio Negri.
A esa escuela fui yo, antes que desapareciera y se fusionara con la escuela dos, enfrente de la plaza. La fonda La Pilarica se transformó en escuela, las aulas se ubicaron en donde antes estaban las habitaciones.”
“En esa casa teníamos quinta, parrales, higos, duraznos... era un lote inmenso, que tocaba con lo de Cadenaso, que daba a la calle España. Mi mamá y la madre de los Cadenaso se encontraban a charlar por el fondo, asomadas por arriba del paredón durante un largo rato por las tardes. En cambio a la noche se encontraban en la puerta de casa, y esa salida era como un paseo, porque se acostumbraba mucho caminar en esas lindas noches.
Yo tengo el recuerdo de esas caminatas y de los faroles de la iluminación de la calle, con esas lamparitas amarillas que bailaban con el viento. Cuando las veo ahora, en los cuadros de Alcides Biagetti es como si las estuviese viendo entonces”.

En el pueblo
“La calle Yrigoyen entre Italia y Brown era de un gran movimiento, estaba la escuela, el almacén de ramos generales de don Félix Malaspina, la panadería y el almacén de Pozzo Ardizzi, todo en la misma cuadra.
Todavía recuerdo a don Félix sentado en la esquina del negocio viejo, con una sillita de paja bajita, leyendo l diario y rodeado de sus amigos y parroquianos, mientras dona Rosa –su esposa- les alcanzaba los mates. “
“A la escuela entré directamente al segundo grado, porque era la más chiquita y los dos primeros grados ya me los habían enseñado mis hermanas mayores. Mi mamá, que no era maestra, también enseñaba a algunos chicos de la zona.
Hice los primeros grados en aquella escuela cinco, hasta que la cerraron y nos fuimos a la escuela dos. Todos llorábamos de tristeza, pero por suerte venia también con nosotros el maestro y director Negri, a quien queríamos muchísimo. Tanto a Julio como a su esposa Livia Inda, que era un encanto de persona y se habían puesto de novios allí mismo en esa escuela. Yo los admiraba , los veía muy hermosos a los dos, en esa época cuando estaban de novios.
Claro que adoré a todas mis maestras, como Amelia San Juan de Catelani que era una belleza, Jovita Alvarez otra persona muy especial. Yo quise mucho a mis maestras. Tuve un solo profesor de educación física, que lo único que hacía era sacarnos a practicar desfile para los actos patrios del 25 de mayo o el 9 de julio. Salíamos a desfilar por la calle, con el profesor Luis Galbusera, que no era de aquí y nunca más supimos de él”.

La juventud
“De los años de mi juventud recuerdo mucho la famosa vuelta al perro. Se arrancaba de la esquina de la confitería de 7 de Marzo y Comodoro Rivadavia (hoy casa Malek) y se seguía por la calle Comodoro hasta la esquina de Los Vascos (calle España, hoy sucursal de Zágari Hogar). La cita era obligada los martes, jueves, sábados y domingos. La vuelta comenzaba cuando empezaba la transmisión de la propaladora por altoparlantes de don Mario Sabatella (instalada sobre calle Comodoro Rivadavia a mitad de cuadra entre 7 de Marzo y Alsina), donde eran locutores “Chiquito” Sabatella y Gustavo Malek.
La vuelta arrancaba a las seis de la tarde y terminaba a las ocho, con la marcha “Tres Alamos” que marcaba el final del paseo. Después, enseguida cada uno de iba para su casa. Las chicas caminábamos en grupos, de a dos o de a tres, y los muchachos se apoyaban en la pared en la puerta de la confitería de Sabatella y nos decían piropos. Por allí había una combinación y nos acompañaban para el lado de casa cuando ya terminaba la vuelta. Y cuando la compañía era hasta la puerta misma de la casa de la chica los vecinos comentaban ‘se ve que la cosa va en serio’
Al cine íbamos por lo general al España y a la salida a tomar un café a la confiteria La Perla (de España y Baraja) que era fundamentalmente para hombres solos, pero tenía un reservado para familias y allí nos sentábamos con nuestro festejante y algún mayor.”
“Si el noviazgo o relación continuaba y contaba con la aprobación de la familia ya se le permitía al galán visitar a la novia los días martes, jueves, sábados y domingos de 19 a 21, para luego continuar con las visitas a sus respectivos domicilios de familiares, almuerzos, senas, paseos… y así hasta el altar”.
“A él (al altar) llegué un 19 de abril de 1954. Yo también, como mi madre, vestí el tradicional traje blanco que, como lo dictaba la moda de aquellos tiempos, tenía amplia falda campana plato de organiza, y el corsagge y mangas de raso, adornado con puntillas valencianas; el tul, con diadema de azahar. (…) El novio llevó el clásico traje azul, confeccionado en la prestigiosa Sastrería Bergandi, camisa blanca, corbata gris plata”.
“Los bailes míos fueron sobre todo en el club Jorge Newbery, a veces en la cancha de básquet todavía sin techo, a cielo abierto, otras veces en un salón ubicado al lado del club Social (donde hoy estás el edificio grande del club). Eran bailes con grandes orquiestas que venían de afuera, como Francisco Lomuto, Juan Cambarieri, Feliciano Brunelli, y Donato Raciatti. Hubo una época, antes que yo empezara a salir a bailar, en que los clubes mandaban invitaciones a las chicas casaderas y les ofrecían la posibilidad de mandarles un auto para ir a buscarlas y llevarlas de vuelta. Las chicas eran el gancho para que fueran muchos varones y el baile resultara todo un éxito.
Pero hay algo más: si alguna chica no la sacaban a bailar, porque no era muy agraciada o porque no bailaba bien, algún caballero de la comisión del club se encargaba de sacarla como una obligación, para que esa chica no se aburriera. Hasta esa cortesía tenían.
Se bailaba toda la noche, desde las diez hasta eso de las dos de la mañana, cuando ponían el disco con la marcha del club Jorge Newbery y entonces había que irse.”

Vamos a extrañar a Nidia Borasi, por sus toques de humor y la valoración permanente del pasado, sin nostalgias dolorosas, sino con la positiva intención de evitar la desmemoria, que es una de las peores enfermedades colectivas. Este cronista le estará por siempre agradecido, por eso creyó oportuno el homenaje.



Un maestro y sus historias, desde una escuela rural hasta el Consejo de Educación


 En la charla enfrente de los chicos de la escuela 200, con el actual personal docente, y tocando la vieja campana de bronce, tres momentos de la visita del Negro Flores al establecimiento donde fue director durante tantos años
Esta nota se publicó en Noticias de la Costa para el día del maestro. Con el objeto de rendir homenaje a tan noble y sacrificada profesión social, el cronista vuelca las vivencias de Miguel Angel Flores, un maestro sanjuanino que, muy joven, llegó a Río Negro en 1958 y se quedó para siempre, desarrollando una carrera que empezó como maestro rural en el paraje El Chaiful y culminó en una vocalía del Consejo Provincial de Educación, en 1987.


El relato de Miguel Angel “el Negro” Flores es colorido, adornado con ocurrencias y dichos, concreto y detallado. Uno cierra los ojos y puede reconstruir con claridad las imágenes del relato. Esta nota sólo rescata una parte de sus dichos, con breves acotaciones que enlazan situaciones y momentos. La larga y muy amena charla repasó desde el primer destino docente hasta sus últimas actuaciones, ya en cargos de responsabilidad institucional; abarcando también los tiempos fundacionales de la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro (UNTER) que lo tuvieron como protagonista, en 1974; la etapa de periodista en los diarios “Voz Rionegrina” y “El Provincial”; y la resistencia gremial en tiempos de la última dictadura cívico militar.
La llegada
“Había comenzado con la docencia en mi provincia, pero quería buscar otros horizontes. En 1958 mandé mis datos a la seccional Río Negro del Consejo Nacional de Educación y recibí la designación como director y maestro único en la escuela de El Chaiful.
Me mandaban el pasaje y una orden para transportar hasta 200 kilos de carga libres; busqué en los mapas de Río Negro y no encontraba nada, apenas supe que quedaba para el sur y que tenía que llegar primero a Ingeniero Jacobacci. Me tomé un tren desde mi pueblo en directo a Bahía Blanca (año 1959, cuando ese tipo de conexiones ferroviarias existían) y después el otro que iba para Bariloche. Preguntaba en el tren cómo podía llegar a El Chaiful y nadie me daba referencias. Acerté con un señor, muy atento, que se llamaba Gregorio Toro y era el juez de Paz de Jacobacci y me dio la total seguridad de que me iba a conseguir la forma de seguir viaje hasta el paraje. Llegué a Jacobacci y estuve esperando una semana hasta que apareció un transportista, con un camión marca Reo, que tenía que volver con una carga. Pero este hombre no tenía apuro por regresar y antes quería disfrutar del baile y un poco de diversión en el pueblo, así que yo me tuve que quedar otros tres días.”
Finalmente se inició la travesía, pero los comentarios del chofer durante el largo viaje no serían muy estimulantes. Lo sigue contando con gracia y detalles. “Cada 500 metros, más o menos, me decía: ¿vos estás seguro de que te vas a quedar allá en El Chaiful?. La escuela hace como dos años que está cerrada y se desmoronó el pozo del agua, y no sé cómo vas a hacer sin agua. Todos los comentarios eran para desmoralizarme, como por ejemplo me preguntaba: ¿llevás comida?; y yo le contestaba, inocentemente, sí llevo papas y fideos y yerba. ¿Para cuánto tiempo llevás? , no sé, para tres meses. ¿Estás seguro que te van alcanzar esas provisiones?; mirá que allá no hay ningún lugar para comprar… y así por el estilo, todo el tiempo”.
Con lujo de detalles describe después el panorama de la escuelita que lo estaba esperando. “Era una construcción de unos 5 metros de largo por tres de ancho, separada por una pared, adelante el aula y atrás la cocina y un depósito que el maestro usaba como dormitorio; todo poblado por arañas y telas de arañas de todo tamaño y en cantidad. Así que la primera tarea fue limpiar y acomodar para poderme acostarme a descansar. Cuando la gente de los alrededores vio movimiento empezó a acercarse para ver cómo era el maestro y, lo más importante, enterarse si se iba a quedar. Después empezaron las pruebas, y la primera fue con el mate, porque yo estaba acostumbrado al mate sanjuanino, con agua muy caliente, dulce y con yuyos mezclados con la yerba; y allá en el sur era con agua tibia y amargo, de pura yerba nomás. Se empezaron a presentar los problemas, yo tenía algunos víveres, pero no tenía pan ni mucho menos harina para prepararlo. Por suerte me traían pan con chicharrón, tortas fritas, tortas al rescoldo… así que al poco tiempo ya no me faltaba nada. La carne me la regalaban, y me hice carnicero porque en San Juan vivíamos a pura verdura, pero allá solamente con capón, chivo y yeguarizo. Con la carne de potro estaba el tema de que, según lo que dice la sabiduría popular, no se puede acompañar con agua, porque la grasa se te endurece en las tripas y terminás reventado. Pero yo nunca he tomado vino y comía siempre con agua, y los paisanos me tenían marcado: maestro, no vaya a tomar agua. Pero yo, cada vez que podía comía yeguarizo, y después me mandaba un taco de agua… ¡y acá estoy vivito y coleando!”.

Aprender a dominar el caballo
“Otra dificultad apareció con el tema del caballo, porque yo no sabía montar y tuve que aprender porque de lo contrario no podía manejarme para ir a ningún lugar. Estuve como dos años para aprender, pero al final lo logré y después tenía dos caballitos, pero antes me tuve que aguantar muchas cargadas de los pibes”.
“Un día vienen los chicos y me preguntan: ¿ maestro, nos da permiso para armar una cancha acá en la escuela?. Pero, sí, cómo no… les contesté yo, contento, pensando naturalmente en una canchita para fútbol, y tal es así que me puse a buscar unas medias y otras prendas para hacerles una pelota de trapo. Los pibes trajeron picos y palas y empezaron a sacar pasto y piedras, pero me llamaba la atención que la cancha que preparaban era finita y larga, y no rectangular. Entonces les pregunté ¿los arcos donde van?, y me explicaron que una cancha para con los caballos” Pasaron los meses, y ya acostumbrado a montar, aceptó el desafío de una carrera contra uno de sus alumnos “lo que no sabía era que el caballo era asustadizo y cuando un papel que traía el viento se le pegó en una pata se plantó y me sacó despedido, en medio de las risas de todos los pibes”.

Inesperado traslado
Un inspector de escuela, Juan Zenón, de Viedma, llegó un día por la escuela cuando ya llevaba un año y medio. “Me dijo que ya tenía muy buenas referencias mías, por la gente del pueblo, y se comprometió a que si yo tenía algún problema él personalmente se iba a ocuparse de resolverme la cuestión. Pasó un largo tiempo y una vez se me aparece un muchacho diciendo que venía para tomar posesión del cargo de director de la escuela 202 de El Chaiful. Ante ese problema me dije: me tengo que ir a Viedma para protestar. En Jacobacci me tomé el tren y justo viajaba también monseñor Borgatti, el obispo, que yo conocía porque había pasado por El Chaiful. Le conté el problema y me dijo que fuera de su parte a ver al inspector seccional, don Agustín de Jesús Ponce. Este hombre me recibió y me explicó que el inspector Zenón había pedido un traslado para mí, para la escuela de General Palacios, a 28 kilómetros de Viedma, lo que era un cambio muy importante y beneficioso. Así fue que en 1961 me vine para Palacios, una estación de ferrocarril muy activa por todo el movimiento de la zona, con una escuela de doble turno; estuve 7 años hasta 1968. En ese momento me vine para Viedma con el ofrecimiento de hacerme cargo del centro de educación para adultos, teniendo en cuenta que allá en Palacios había hecho experiencias en ese sentido”.

Otros destinos
“Pero en la entrevista con el profesor Ahumedes, del naciente Consejo Provincial de Educación, me ofrecieron el cargo de inspector de escuelas y acepté, porque me interesaba la propuesta y por supuesto me gustaba quedarme en Viedma. Pasaron más de 40 años y aquí estoy. ¡Por eso digo que yo llegué acá por bocón, por querer saber qué pasaba con ese sujeto que se me había aparecido en la escuelita de El Chaiful diciendo que era el nuevo director”.
En 1970 quedó sin efecto la designación de inspector, cuando llegó el general Roberto Requeijo y a cambio le otorgaron la dirección de la escuela número 200 “Aeronáutica Argentina” en el recién creado barrio IPPV, por entonces en las afueras de la ciudad, la primera de jornada completa. “Fue la época más importante de mi trayectoria, de 80 alumnos iniciales pasamos a 180 en solamente tres meses, los chicos comían a la carta, porque la cocinera le preguntaba a los chicos qué querían comer al día siguiente; iniciamos los talleres de formación de oficios, le dábamos el desayuno a los canillitas que a la tarde venían como escolares, hicimos huerta y jardín, fue un tiempo maravilloso. Estuve allí hasta 1984 y después, ya jubilado, pasé a ocupar cargos políticos”.

Un emotivo reencuentro
El cronista le propuso al antiguo director que posara, para algunas fotos, en la puerta de la escuela 200. Sorpresivamente, entrevistado y periodista, fueron invitados por el personal docente a ingresar al establecimiento y participar en el momento comunitario del comienzo de la jornada escolar. Una vez explicados los motivos de la visita le tocó al maestro Flores, muy emocionado, hablar con los chicos y trazar algunos recuerdos de aquellos 16 años inolvidables transcurridos entre esas paredes. En la dirección de la escuela se conserva, perfectamente restaurada, la vieja campana de bronce de los primeros tiempos y el Negro no pudo evitar la tentación de hacerla sonar, como antes. En el pasillo también se detuvo a contemplar un mural decorativo realizado hace más 30 años, mientras los recuerdos fluían intensos y cálidos.
Quedó espacio para breves referencias. La fundación de la UNTER, en 1974, con Wenceslao Arizcuren, Coco Serrano y otro grupo de docentes; y las luchas en tiempos de dictadura, con la conquista del descuento de cuota sindical por planilla. En tiempos del gobierno de Osvaldo Alvarez Guerrero y el ministro Nilo Fuvi, Flores fue delegado de Educación en la región sur, cuando pudo encarar la reconstrucción total del edificio de la escuela de El Chaiful; después ocupó una dirección general y finalmente accedió a una vocalía del Consejo de Educación.
Para el final. “Rescato la enorme cantidad de viajes que hicimos con Nilo, cuando él era ministro de Educación, recorriendo cada rincón de la región sur, y también la figura de quien ocupó después la cartera educativa, Mary Soldavini de Ruberti.”