Roberto Arlt recorrió una parte del sur argentino, con una máquina de fotos Kodak, un saco de cuero y una pistola automática prestada (por si acaso), para escribir una serie de notas para el diario El Mundo en su célebre columna de aguafuertes. El itinerario del talentoso escritor y periodista comprendió a Carmen de Patagones y Viedma, en enero de 1934, hace 75 años.
En el artículo anterior ya nos ocupamos de las huellas dejadas por Arlt en el hotel Percaz, por la plaza Villarino y en la oficina del correo de Patagones. Estos aspectos están descriptos en las crónicas de los días 11 y 12 de enero de 1934, tituladas “Nota preludio o prólogo” y “El pueblo de Patagones”; pero el sagaz escriba volvió a posar su mirada sobre la última población bonaerense en la nota que publicó el matutino porteño el 13 de enero: “Vida portuaria en Patagones”. Es preciso advertir que en aquellos tiempos el puerto maragato todavía despachaba cargamentos de cereales y lanas (aunque ya la competencia ferroviaria estaba instalada); y sobre la calle Roca, en el tramo hoy llamado J.J.Biedma, por donde se ubican el museo histórico y una concurrida pizzería, y más allá, funcionaban varios bodegones, bares y alojamientos para marineros, barracas de depósito de cargas y otros locales por el estilo.
Los contemplativos del puerto
Arlt escribió esto. Tarea magistral de cronista. “Esta calle Roca a la cual me refiero está convenientemente adornada en su extensión de 500 metros de bodegones y vinerías. Entre vinería y vinería, levantan sus fachadas lisas de ladrillos, casas marineras de dos pisos, con puertas que se abren en el espacio a galerías adornadas de tiestos de geranios. Grandes almacenes de ramos generales, depósitos de maderas, patios de suelos pavimentados de granito con torres de fardos de lana y agencias de navegación se benefician en la orilla próspera, y todo se halla tan convenientemente pacificado que uno, recorriendo la calle referida, supone que se encuentra en un puerto para enfermos de los centros nerviosos y frenopáticos agudos…”
Después de esta pintura, irónica como siempre, el periodista-escritor-dramaturgo relata sus observaciones de hora temprana, en ese escenario portuario. “Al día siguiente de mi llegada a Patagones, me levanté temprano, 8 de la mañana, y cuando llegué a la dicha calle Roca vi que los bodegueros recién retiraban las persianas de madera de las vidrieras y ventanas de sus boliches. Hecho que no tiene importancia alguna, pues a las 8 de la mañana este suceso ocurre en todos los parajes del mundo. Lo que no ocurre en todos los parajes del mundo y esto van a convenirlo conmigo, es que simultáneamente con los bodegueros que retiran los tableros de las puertas de sus casas aparezcan otros ciudadanos en las puertas de sus domicilios y, munidos de sillas y bancos, se instalen en las veredas en grupos de dos o tres y comiencen a mirar cómo corren las aguas del río. Y varios de aquellos ciudadanos eran tan cortos de mano, por no decir de genio, que en vez de traer el banco de su casa entraban al bodegón y salían con una silla cuyo respaldar colocaban de manera que en él pudieran apoyar el brazo mientras la espalda la arrimaban a la pared. Y me preguntaba si ésta no sería una anormalidad cuando tuve que retirar semejante presunción, en vista que varios vinateros colocaban bancos de tabla con capacidad para tres o cuatro ciudadanos en sus asientos”.
¡Esta sencilla costumbre pueblerina, que todavía hoy se observa en algunos vecinos de cabezas canosas, llamó poderosamente la atención de Arlt! Lean los párrafos siguientes.
“Frente a otro establecimiento donde se vendía el jugo de uva convenientemente fermentado, descubrí un grupo de viejos de pelo amarillo, sacos azules y pantalones color canela. Contemplaban el río y, para no perder detalle alguno de él comenzaban a mirarlo a las 8 de la mañana, lo cual pinta muy a las claras el fervor que tienen los nativos de Patagones por su hermoso río de la Paz. Otra respetable cantidad de patagonenses permanecía sentada en un malecón, escupiendo al río, y siguiendo cada uno con la mirada su mancha de saliva. Y éstos eran hombres mal entrazados que en otros puertos hubieran hombreado bolsas o muy pesados bultos, pero aquí estaban desde temprano dedicados a las arduas tareas de la contemplación, que requiere un temperamento entrenado, pues la contemplación no es una disciplina que se puede practicar de hoy para mañana, y sí requiere una larga práctica de dolce far niente, de fiaca graduada y vagancia dosificada.”
En la costa de Viedma
“Viedma, situada a la orilla del mismo río, carece de puerto. Desempeña las funciones de tal un atracadero de madera donde se detienen las lanchas para descargar el pasaje. A lo largo del desembarcadero de Viedma corre un parque maravilloso (…) un callejón formado por dos paralelas de álamos, cipreses y sauces que corre durante 200 metros a la orilla del río. En el centro de este callejón se extiende un emparrado de rosas silvestres, palmeras, laureles en flor, una vegetación loca que lo invade todo cubriendo los bancos de racimos verdes y flores color carne. El agua promueve un ruido suave en las raíces de los sauces”.
Con esta descripción inició Arlt su crónica publicada el 14 de enero de 1934. Ese parque, llamado Belgrano y ubicado entre las actuales avenida 25 de Mayo y calle Belgrano, fue el único sitio de Viedma que recibió halagos por parte del cronista viajero.
“Saliendo de la alameda se entra a calles polvorientas, repletas de baches violentos, circundados de tapiales inmensos. En muchos parajes se tropieza con construcciones inconclusas. Quien sabe el destino que tendrán: si convertirse en taperas o alcanzar la edad natural de casas habitables” apuntó a continuación.
Un lugar para la risa
La crítica de Arlt contra la capital del territorio nacional de Río Negro fue dura, categórica, casi demoledora. Se burló incluso de un sitio de la plaza San Martín que era, en aquellos años de la década del ’30, muy concurrido los domingos y días de fiesta cívica. “El caserío está desperdigado y aunque existe una intención de rivalizar con Patagones, de crear una capital de la gobernación competidora con la vecina frontera, por el momento es imposible. Viedma carece de estilo. Y tanto carece de estilo, que en la plaza, frente a la municipalidad (apunta este cronista del siglo 21, actual sede del Museo Tello) han construido un pabellón de cemento armado para la banda y posiblemente discursos oficiales. Bueno, eso no parece un pabellón sino un albergue para elegantes, tan descomunalmente grande es. Uno lo mira y sin saber por qué experimenta ganas de reírse”. (La foto muestra la construcción que disparó la risa de Arlt)
El recorrido del periodista porteño tomó luego por la calle Buenos Aires y desembocó en la plaza Alsina. “La calle principal tiene tres casas de dos pisos, modernísimas, correo, gran salón de peluquería, la escuela normal mixta y enfrente, una plaza más larga que ancha, tupida de árboles, con una columna en su centro, alta como un poste de teléfono. Esta columna de mampostería remata en un busto representando a un señor de pera a la francesa y melena victorhuguesca. El busto puede representar a Bartolomé Mitre, a Clemenceau, al general Roca, o al poeta Guido Spano. Y emito los irreverentes pensamientos porque la semiestatua carece de placa que de fe de su identidad”.
¡Han transcurrido 75 años y la identidad del prócer de la plaza Alsina sigue siendo un misterio, por la falta de una mínima leyenda! Se supone que se trata del mismísimo Adolfo Alsina, claro.
Los abogados viedmenses
Los últimos párrafos del aguafuerte que Roberto Arlt le dedicó a Viedma son muy ácidos para con una profesión que, por lo que puede verse, ya hace tantos años despertaba críticas. No había seguramente un Colegio de Abogados constituido en esta ciudad, porque de haber sido así el escriba se hubiese ligado una amenaza de juicio. Dicen así.
“La capital de la gobernación cuenta con Juzgado Federal, adonde fatalmente vienen a parar todos los asuntos jurídicos de esta vastísima gobernación y territorialmente más grande que algunos países europeos. Es así como la ciencia de pleitear ha adquirido en esta pintoresca y hospitalaria ciudad de Viedma inimaginables proporciones. Abundan los buenos letrados, pero más numerosos aún son los que allá en Buenos Aires llamamos aves negras. Los he visto, porque me los han mostrado en las horas enervantes de la siesta, polvorientos, verdosos, andando apresuradamente por la calle con sus formidables cartapacios, en tren frenético de hacerles zancadillas a las leyes. Son hombres que por el robo de una gallina os fabrican un sumario y un proceso más largo que el affaire Dreyfus. He oído hablar de esta gente en el hotel donde me hospedo con voces repletas de inflexiones de terror. No contaré en esta nota lo que han dicho, porque correría riesgo que me construyeran un pleito desde mil kilómetros de distancia”.
Transcurrieron 75 años y los textos escritos por el genial Roberto Arlt en aquel verano de 1934 (apenas 8 años antes de su muerte, el 26 de julio de 1942) nos permiten reconstruir aspectos muy interesantes de la vida cotidiana en Carmen de Patagones y Viedma por aquellos tiempos. Adulación (no exenta de sorna) para con la ciudad bonaerense, admiración (casi podría decirse) para los contemplativos de la calle Roca; encantamiento en la breve costanera viedmense, risas con el palco de la banda, diatriba para los abogados. Una visión audaz, incisiva y polémica, que lamentablemente está ausente en el periodismo nacional de nuestros días.