Es muy probable que el talentoso escritor de ficciones, dramaturgo y periodista Roberto Arlt no se imaginara, cuando pasó por nuestra región hace 75 años, que sus crónicas habrían de mantener tanta vigencia por la exactitud de sus descripciones. En estos artículos (el presente y otro que insertaremos en próximos días) se intenta reconstruir los pasos de su itinerario y recuperar sus huellas en las veredas de Carmen de Patagones y Viedma.
Arlt tenía casi 34 años cuando, a principios de enero de 1934, el diario El Mundo de Buenos Aires lo mandó al sur para que tomara apuntes de la realidad y escribiese una serie de notas de viaje que, con el título de “Aguafuertes patagónicas”, fueron publicadas en el matutino porteño entre el 11 de enero y el 19 de febrero de ese año.
Para ese entonces ya era un novelista y autor teatral reconocido en círculos literarios e intelectuales de la Capital. Pero es muy probable que quienes lo trataron por aquí, los pasajeros que viajaban en el mismo vagón del Ferrocarril del Sur, personal de hotel y de los restaurantes (entre otras personas) ignoraran por completo de quien se trataba.
Sus 23 artículos quedaron en la colección de El Mundo pero se perdieron en el olvido de los archivos periodísticos, hasta que en 1997 fueron rescatados por Sylvia Saítta, doctora en letras e investigadora del Conicet, en un libro que publicó Ediciones Simurg bajo el título de “En el país del viento; viaje a la Patagonia”.
Hay cuatro de esas aguafuertes en las que Arlt menciona a Carmen de Patagones y Viedma, a las que tituló “Nota preludio o prólogo”; “El pueblo de Patagones”; “Vida portuaria de Patagones” y “Viedma”; fechadas entre el 11 y el 14 de enero de 1934, hace 75 años.
Desde el hotel Percaz
Roberto Arlt se alojó en el hotel Percaz de Patagones. No lo menciona por su nombre, pero en la primera de las crónicas cuenta, con los toques de humor e ironía que son una constante en sus aguafuertes, que cuando venía viajando en el tren en la estación Cardenal Cagliero subió “un corredor bribonazo y temible” que con un fácil discurso comparativo convenció a los viajeros que en Patagones el mejor hotel es “muy bueno, pero también es caro porque allí sabe parar el gobernador”; y en tanto “hay también otro hotel, que es tan bueno como el que para el gobernador, pero es más barato y muy bien atendido”.
Este cronista del siglo 21 consultó a varios vecinos memoriosos y conocedores quienes dijeron que el hotel donde paraba el gobernador era el Argentino, y que el otro era el Percaz. “Escribo esta nota (apuntó Arlt) desde el cuarto de hotel de Patagones, tan vasto él que en Buenos Aires sería destinado a garage o planta de un edificio de 14 pisos”.
Pues bien, una vez instalado en el Percaz el protagonista de las aguafuertes salió a recorrer la calle Comodoro Rivadavia, todavía sin pavimentar, y se sorprendió con la peluquería de Carmelo Patané que ocupaba la esquina de enfrente, muy bien equipada para la época; la armonía de los frentes de los edificios de esa arteria y los aromas que emanaban de una farmacia. Veamos algunos de los comentarios de Arlt en esta temática.
“En estas calles de grava, color ceniza, se descubren peluquerías niqueladas donde se aplican fomentos faciales y rayos ultravioletas. (…) Calles estrechas y perfectas. Encajonadas por altas fachadas. El trescientos de la calle Rivadavia es tan inusitadamente parejo y solitario, que se podría tender una mesa en medio de la calle y almorzar en la más enternecedora soledad”.
Como un beso de novia
Arlt se internó por callejuelas en declive hacia la zona del puerto y después de una serie de observaciones magistrales proclamó su enamoramiento por aquella aldea de hace 75 años.
“Imposibilitado de utilizar diez definiciones para calificar al pueblo de Patagones, escalonaré unas cuantas. El público puede quedarse con la que más le agrade. Ahí van: Patagones es un pueblo donde se puede morir de muerte romántica. Patagones es una niña bien. Aspira. Patagones podría ser una ciudad costera de Brasil. (…) Patagones es bonito como un beso de novia (en día de lluvia). En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio y la felicidad. (…) Para escribir sobre Patagones hay que ponerse una mano sobre el corazón y entonar dulcemente los ojos. Y no tener miedo del ridículo al afirmar que es diez veces más bonito que Bahía Blanca, que Rosario y que Tandil, a pesar de ser diez veces más pequeño que la parroquia de Caballito. Todas estas y otras innumerables virtudes se le pueden descubrir a Patagones en un día nublado”.
Escribió también que: “si uno se sienta en la plaza, en un banco blanco, a la orilla de un cantero esmaltado de florecillas blancas (…) distingue a su frente, a una profundidad de 30 metros, el manso cauce del río Negro lamiendo las orillas empenachadas de vegetales, candelabros de siete brazos. Un barco negro, el Toro, carga fardos de lana y bolsas de trigo”.
Intrigado por un monumento
Roberto Arlt reparó en el amplio espacio de la plaza Villarino, escasa de arboleda por aquellos tiempos, pero con instalaciones para la práctica de deportes varios: tenis, básquet y atletismo. En ese solar de cuatro manzanas le llamó la atención el monumento erigido en el cruce de las calles, sobre un obelisco de piedra.
Estas fueron sus reflexiones. “Subiendo el declive, hacia la estación del Ferrocarril del Sur, se tropieza con una plaza mocha, una especie de campo de juegos atléticos, con un obelisco rematado por un general impersonal…”. Planteó la duda acerca del nombre del prócer y, en la crónica del 12 de enero, arriesgó que se trataba “del intrépido marino Villarino”, pero advertía que “esto después de aventar el polvo del olvido, pues la estatua carece del nombre del prócer”. La intriga del sagaz periodista no quedó resuelta y volvió sobre el tema en el artículo sobre la vecina ciudad de Viedma (del 14 de enero) al comparar la situación con la estatua erigida en la plaza Alsina, que tampoco tenía cartel identificatorio (igual que ahora, en el 2009).
Puso allí que “En Patagones ocurre lo mismo. (…) Cuando pedí informes me dijeron que el busto representaba al general (sic) Villarino, luego la misma persona que ofició conmigo de cicerone sabiendo que era periodista, concurrió apresuradamente al hotel para decirme que una hermana suya le había dicho que la plaza se llamaba General (sic) Villarino, pero que el busto representaba al general Belgrano…”
Apunta ahora el cronista contemporáneo que ese busto del creador de nuestra Bandera sigue en la plaza Villarino (aunque ya no en el cruce) y que la base de granito fue a parar a la capilla Madre Mazzarello del bulevar Moreno, donde alguna vez sostuvo una imagen del padre Juan Bertolone.
Una morocha muy atractiva
Arlt agrega, cuando habla de Patagones, que desde la plaza Villarino “al correo hay un paso” y este cronista creyó que el periodista porteño estaba refiriéndose a las oficinas de lo que actualmente se sigue llamando “el correo viejo”, en el gran salón comercial de la esquina de Dr. Baraja y Suipacha. Pero no es así, porque según el testimonio de varios vecinos memoriosos en aquellos tiempos el correo maragato funcionaba sobre calle España, entre Fagnano y Garibaldi.
Sigamos con lo que escribió Arlt que ahora viene lo más importante. Dice: “…juro que sólo un ciego puede desear vivir lejos del correo de Patagones pues en él se encuentra empleada Venus Afrodita, disfrazada de morocha. Cuanto viajero entra al correo de Patagones y mira la tal empleada recibe como una descarga eléctrica y luego, cuando se repone, pide cinco pesos en estampillas de medio centavo y contadas una por una por la susodicha empleada”.
Semejante alabanza, en labios de un literato de reflexiones habitualmente misóginas, produjo sobresalto y curiosidad por tratar de contestar a la inmediata pregunta ¿quién era aquella atractiva empleada del correo de Patagones del año 1934?
Pasó bastante tiempo sin que se pudiera encontrar la punta del ovillo de la historia; hasta que un día llegó la revelación, por la generosa colaboración del vecino (nativo de Patagones y muy orgulloso de su origen) don Francisco Aníbal Ferría, bien conocido como el “Coro” Ferría. El dijo que se acuerda perfectamente de “la tal empleada”, que tenía el cabello muy negro y peinado bien tirante para atrás... y era conocida como “la viuda de Basso Montero”.
Otro maragato de pura cepa, Esteban Resoali, cuyo padre fue durante muchos años empleado del correo en Patagones, completó la ficha de filiación de la viuda de Basso Montero, ratificando los datos aportados por “Coro” Ferría.
Aquella mujer de belleza singular se llamó Angélica Guerrero, estuvo casada en primeras nupcias con un señor Basso Montero de quien enviudó seguramente muy joven. Aparentemente después de quedar sola entró a trabajar al correo y allí trabó relación con Antonio “Tono” Aguirre, cartero de la misma repartición, con quien se casó en segundas nupcias y emigró definitivamente.
Hasta aquí una primera parte de la reconstrucción de las huellas de Arlt en Patagones y Viedma, hace 75 años. Lo encontramos primero en un amplio cuarto del hotel Percaz, después lo seguimos cuando recorre algunas de sus calles y describe el paisaje de un día nublado; lo acompañamos por la plaza Villarino y también hasta el correo, en donde despachó su correspondencia para el diario.
Arlt tenía casi 34 años cuando, a principios de enero de 1934, el diario El Mundo de Buenos Aires lo mandó al sur para que tomara apuntes de la realidad y escribiese una serie de notas de viaje que, con el título de “Aguafuertes patagónicas”, fueron publicadas en el matutino porteño entre el 11 de enero y el 19 de febrero de ese año.
Para ese entonces ya era un novelista y autor teatral reconocido en círculos literarios e intelectuales de la Capital. Pero es muy probable que quienes lo trataron por aquí, los pasajeros que viajaban en el mismo vagón del Ferrocarril del Sur, personal de hotel y de los restaurantes (entre otras personas) ignoraran por completo de quien se trataba.
Sus 23 artículos quedaron en la colección de El Mundo pero se perdieron en el olvido de los archivos periodísticos, hasta que en 1997 fueron rescatados por Sylvia Saítta, doctora en letras e investigadora del Conicet, en un libro que publicó Ediciones Simurg bajo el título de “En el país del viento; viaje a la Patagonia”.
Hay cuatro de esas aguafuertes en las que Arlt menciona a Carmen de Patagones y Viedma, a las que tituló “Nota preludio o prólogo”; “El pueblo de Patagones”; “Vida portuaria de Patagones” y “Viedma”; fechadas entre el 11 y el 14 de enero de 1934, hace 75 años.
Desde el hotel Percaz
Roberto Arlt se alojó en el hotel Percaz de Patagones. No lo menciona por su nombre, pero en la primera de las crónicas cuenta, con los toques de humor e ironía que son una constante en sus aguafuertes, que cuando venía viajando en el tren en la estación Cardenal Cagliero subió “un corredor bribonazo y temible” que con un fácil discurso comparativo convenció a los viajeros que en Patagones el mejor hotel es “muy bueno, pero también es caro porque allí sabe parar el gobernador”; y en tanto “hay también otro hotel, que es tan bueno como el que para el gobernador, pero es más barato y muy bien atendido”.
Este cronista del siglo 21 consultó a varios vecinos memoriosos y conocedores quienes dijeron que el hotel donde paraba el gobernador era el Argentino, y que el otro era el Percaz. “Escribo esta nota (apuntó Arlt) desde el cuarto de hotel de Patagones, tan vasto él que en Buenos Aires sería destinado a garage o planta de un edificio de 14 pisos”.
Pues bien, una vez instalado en el Percaz el protagonista de las aguafuertes salió a recorrer la calle Comodoro Rivadavia, todavía sin pavimentar, y se sorprendió con la peluquería de Carmelo Patané que ocupaba la esquina de enfrente, muy bien equipada para la época; la armonía de los frentes de los edificios de esa arteria y los aromas que emanaban de una farmacia. Veamos algunos de los comentarios de Arlt en esta temática.
“En estas calles de grava, color ceniza, se descubren peluquerías niqueladas donde se aplican fomentos faciales y rayos ultravioletas. (…) Calles estrechas y perfectas. Encajonadas por altas fachadas. El trescientos de la calle Rivadavia es tan inusitadamente parejo y solitario, que se podría tender una mesa en medio de la calle y almorzar en la más enternecedora soledad”.
Como un beso de novia
Arlt se internó por callejuelas en declive hacia la zona del puerto y después de una serie de observaciones magistrales proclamó su enamoramiento por aquella aldea de hace 75 años.
“Imposibilitado de utilizar diez definiciones para calificar al pueblo de Patagones, escalonaré unas cuantas. El público puede quedarse con la que más le agrade. Ahí van: Patagones es un pueblo donde se puede morir de muerte romántica. Patagones es una niña bien. Aspira. Patagones podría ser una ciudad costera de Brasil. (…) Patagones es bonito como un beso de novia (en día de lluvia). En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio y la felicidad. (…) Para escribir sobre Patagones hay que ponerse una mano sobre el corazón y entonar dulcemente los ojos. Y no tener miedo del ridículo al afirmar que es diez veces más bonito que Bahía Blanca, que Rosario y que Tandil, a pesar de ser diez veces más pequeño que la parroquia de Caballito. Todas estas y otras innumerables virtudes se le pueden descubrir a Patagones en un día nublado”.
Escribió también que: “si uno se sienta en la plaza, en un banco blanco, a la orilla de un cantero esmaltado de florecillas blancas (…) distingue a su frente, a una profundidad de 30 metros, el manso cauce del río Negro lamiendo las orillas empenachadas de vegetales, candelabros de siete brazos. Un barco negro, el Toro, carga fardos de lana y bolsas de trigo”.
Intrigado por un monumento
Roberto Arlt reparó en el amplio espacio de la plaza Villarino, escasa de arboleda por aquellos tiempos, pero con instalaciones para la práctica de deportes varios: tenis, básquet y atletismo. En ese solar de cuatro manzanas le llamó la atención el monumento erigido en el cruce de las calles, sobre un obelisco de piedra.
Estas fueron sus reflexiones. “Subiendo el declive, hacia la estación del Ferrocarril del Sur, se tropieza con una plaza mocha, una especie de campo de juegos atléticos, con un obelisco rematado por un general impersonal…”. Planteó la duda acerca del nombre del prócer y, en la crónica del 12 de enero, arriesgó que se trataba “del intrépido marino Villarino”, pero advertía que “esto después de aventar el polvo del olvido, pues la estatua carece del nombre del prócer”. La intriga del sagaz periodista no quedó resuelta y volvió sobre el tema en el artículo sobre la vecina ciudad de Viedma (del 14 de enero) al comparar la situación con la estatua erigida en la plaza Alsina, que tampoco tenía cartel identificatorio (igual que ahora, en el 2009).
Puso allí que “En Patagones ocurre lo mismo. (…) Cuando pedí informes me dijeron que el busto representaba al general (sic) Villarino, luego la misma persona que ofició conmigo de cicerone sabiendo que era periodista, concurrió apresuradamente al hotel para decirme que una hermana suya le había dicho que la plaza se llamaba General (sic) Villarino, pero que el busto representaba al general Belgrano…”
Apunta ahora el cronista contemporáneo que ese busto del creador de nuestra Bandera sigue en la plaza Villarino (aunque ya no en el cruce) y que la base de granito fue a parar a la capilla Madre Mazzarello del bulevar Moreno, donde alguna vez sostuvo una imagen del padre Juan Bertolone.
Una morocha muy atractiva
Arlt agrega, cuando habla de Patagones, que desde la plaza Villarino “al correo hay un paso” y este cronista creyó que el periodista porteño estaba refiriéndose a las oficinas de lo que actualmente se sigue llamando “el correo viejo”, en el gran salón comercial de la esquina de Dr. Baraja y Suipacha. Pero no es así, porque según el testimonio de varios vecinos memoriosos en aquellos tiempos el correo maragato funcionaba sobre calle España, entre Fagnano y Garibaldi.
Sigamos con lo que escribió Arlt que ahora viene lo más importante. Dice: “…juro que sólo un ciego puede desear vivir lejos del correo de Patagones pues en él se encuentra empleada Venus Afrodita, disfrazada de morocha. Cuanto viajero entra al correo de Patagones y mira la tal empleada recibe como una descarga eléctrica y luego, cuando se repone, pide cinco pesos en estampillas de medio centavo y contadas una por una por la susodicha empleada”.
Semejante alabanza, en labios de un literato de reflexiones habitualmente misóginas, produjo sobresalto y curiosidad por tratar de contestar a la inmediata pregunta ¿quién era aquella atractiva empleada del correo de Patagones del año 1934?
Pasó bastante tiempo sin que se pudiera encontrar la punta del ovillo de la historia; hasta que un día llegó la revelación, por la generosa colaboración del vecino (nativo de Patagones y muy orgulloso de su origen) don Francisco Aníbal Ferría, bien conocido como el “Coro” Ferría. El dijo que se acuerda perfectamente de “la tal empleada”, que tenía el cabello muy negro y peinado bien tirante para atrás... y era conocida como “la viuda de Basso Montero”.
Otro maragato de pura cepa, Esteban Resoali, cuyo padre fue durante muchos años empleado del correo en Patagones, completó la ficha de filiación de la viuda de Basso Montero, ratificando los datos aportados por “Coro” Ferría.
Aquella mujer de belleza singular se llamó Angélica Guerrero, estuvo casada en primeras nupcias con un señor Basso Montero de quien enviudó seguramente muy joven. Aparentemente después de quedar sola entró a trabajar al correo y allí trabó relación con Antonio “Tono” Aguirre, cartero de la misma repartición, con quien se casó en segundas nupcias y emigró definitivamente.
Hasta aquí una primera parte de la reconstrucción de las huellas de Arlt en Patagones y Viedma, hace 75 años. Lo encontramos primero en un amplio cuarto del hotel Percaz, después lo seguimos cuando recorre algunas de sus calles y describe el paisaje de un día nublado; lo acompañamos por la plaza Villarino y también hasta el correo, en donde despachó su correspondencia para el diario.