sábado, 27 de agosto de 2011

Cinco historias que nunca ocurrieron, pero las cuenta la gente

 El caserón Sassenberg-Landalde (arriba) y la casa de Gobierno de Viedma (abajo) habrían sido escenarios de algunas de estas historias que nunca ocurrieron pero, sin embargo, las cuenta la gente.
La crónica de hoy reproduce 5 historias que no ocurrieron, y son pura ficción. ¿Por qué publicarlas, entonces? Porque son relatos que de tanto en tanto, con variada repetición, llegan a oídos del cronista y confirman su presencia en el imaginario colectivo local. No hay nada que demuestre la veracidad de estos hechos, y por lo mismo se carece de elementos que permitan ubicarlos en el tiempo.



Una ballena en el río
Esta historia tiene autor responsable. Una calurosa mañana de sábado, a fines del mes de diciembre, un conductor radial anunció un insólito descubrimiento. En la costanera del río Negro, en cercanías del Centro Municipal de Cultura, la bajante había dejado varada una enorme ballena franca austral, de esas que habitualmente hacen las delicias de los turistas en Península Valdes. El referido radionauta no sólo anoticiaba a su audiencia sobre el caso singular, sino que ensayaba alguna posible explicación, como que el gigantesco cetáceo habría estado siguiendo un cardumen aguas arriba, desde la desembocadura del río en el mar; sino que también pedía la urgente presencia de voluntarios que concurriesen al sitio para arrojarle agua al animal y evitar su deshidratación, hasta que pudiera flotar nuevamente y volver a nadar. El relato radial se produjo a hora temprana y a pesar de la jornada no laborable una importante cantidad de personas concurrió al lugar; algunos testigos aseguran que llegaron varias familias enteras y los más chicos llevaban baldes; tampoco faltaban los aficionados a la fotografía con sus cámaras en ristre. Pero al llegar al sitio y a poco de desplazarse entre sauces y juncales no lograban ver la ballena, con lo cual tras el primer desaliento alguien –posiblemente el más perspicaz- exclamó: “¡hoy es 28 de diciembre, día los santos inocentes!”. El efecto de la broma se disipó rápidamente y al caer la tarde el tema apenas era un murmullo en los bares de la calle Buenos Aires. Pero eran algo más de las 8 del largo crepúsculo vespertino cuando un lanchero que realizaba el monótono cruce de pasajeros entre las dos orillas divisó, a estribor y hacia la proa, a unos 5 metros de distancia, el inconfundible chorro de agua que expulsan las ballenas al expeler aire y enseguida pudo ver, a pesar de la escasa luminosidad, el lomo verrugoso del mamífero marino. El timonel buscó la mirada de sus pasajeros, para comprobar si alguien más había visto la misma inesperada aparición, pero la mínima nave sólo estaba ocupada por una pareja de novios que, ajena todo cuanto los rodeaba, se prodigaban un apasionado beso. El animal no volvió a verse.

Los fantasmas de la casa de Gobierno
Se han recopilado cuatro casos de aparición de fantasmas en la Casa de Gobierno, en Viedma.
Primer caso: gritos en el sótano. Todo el subsuelo de la parte más antigua de la sede oficial, que da sobre las calles Laprida y Belgrano, está ocupado por un sótano en donde antiguamente funcionaba la caldera para la calefacción. Al lugar se accede por una puerta ubicada debajo de la escalera que conduce a la planta alta. Los gritos escuchados son, según uno de los informantes, los de una mujer que pide auxilio; otro de los dicentes asegura que es la voz de un hombre y parece que sufriera dolor. El hecho se habría registrado por la noche y también en la siesta de una calurosa tarde de verano.
Segundo caso: la máquina de escribir. En la quietud de la noche, cuando todos los empleados administrativos ya se habían marchado, se escuchaba el tecleo característico de una máquina de escribir manual.
Tercer caso: murmullos en el salón gris. Uno de los informantes dice haberlos escuchado a la mañana muy temprano, antes que ingresen personal y autoridades; otro asegura que ocurrió por la noche. El caso es que desde el vestíbulo de planta baja se oían murmullos provenientes del salón gris, como si varias personas conversaran en voz baja. Un testimonio sostiene que un policía se animó a entrar, con el salón y penumbras, y escuchó los murmullos sin poder identificar que decían las voces, pero cuando encendió las luces el silencio fue tota, y no había nadie por cierto.
Cuarto caso: la luz del despacho. Pasando el pasillo lateral de la escalera, en planta baja, está la oficina antiguamente ocupada por la dirección general de Gobierno. Un ordenanza recuerda que a fines de la década del sesenta varias noches encontraba encendida la luz del velador ubicado sobre el escritorio y la apagaba; pero al rato, sin que nadie hubiera entrado, volvía a estar prendida. Una noche, para asegurarse que no fuera un desperfecto de la perilla, la desenchufó. Pero volvió a encenderse, con el tomacorriente en su lugar.
Quinto caso: la dama misteriosa. Algunos dicen que lleva un vestido blanco, otros aseguran que es un delantal como de maestra... pero cuenta que la mujer baja las escaleras y se pierde hacia la calle, o se la divisa en alguno de los pasillos superiores. Esto ocurre sólo por las noches.
¿Explicaciones? Son varias, se habla de muertes ocultas, de amantes secretos, de empleados ya fallecidos que dejaron literalmente su alma en las oficinas.

El OVNI sobre la cárcel
Ocurrió en una gélida noche de invierno, durante la época de la dictadura militar, cuando determinado tipo de información relacionada con fuerzas de seguridad era muy difícil de corroborar. El informativista de turno, en la vieja LU15, estaba a punto de cerrar la oficina, después del último boletín, cuando un efectivo uniformado de la Policía Federal entró corriendo –fusil en mano- y pidiendo casi a gritos que se convocara de urgencia a todo el personal de la Unidad Penal de Viedma para presentarse en el establecimiento. ¿La razón?, no se podía informar. ¿El trascendido?, que había un motín e intento de fuga. El periodista pasó el mensaje al aire y después contrató el único taxi nochero disponible en la plaza Alsina, con el objeto de acercarse a la cárcel y ver qué estaba pasando. Unas cuadras antes un grupo de vecinos reunidos en una esquina le llamó la atención y supuso que algo sabrían. “¿Motín? ¿Fuga?, nada de eso señor, lo que pasó es que un plato volador estuvo detenido como cinco minutos, justo arriba del penal, iluminando todo con una luz muy fuerte”. En el servicio penitenciario nadie confirmó el hecho, pero un celador tuvo una arriesgada confidencia, con el expreso pedido de la mayor reserva de la fuente. Dijo aquel hombre que en el recuento de la mañana siguiente en el interior de los pabellones faltaba un preso. “Era un tipo raro, de piel muy blanca y ojos azules, nunca hablaba con nadie, vino de Devoto por una causa de drogas”.
Dos días más tarde a la radio llegó un comunicado firmado por el director de la cárcel, que informaba que “por razones de seguridad estaba terminantemente prohibido dar a conocer ninguna información relacionada con hechos ocurridos en el penal”.

Los túneles secretos de Patagones
Que corrían entre el Fuerte y la costa del río, como vía de escape ante un eventual ataque de indios agresivos. Que vinculaban la iglesia parroquial y el colegio de las monjas, para escabrosos encuentros amatorios. Que se extendían entre el caserón Sassenberg-Landalde y alguna otra propiedad de la zona del puerto, como escondite de tesoros de piratas. Las leyendas sobre los túneles secretos de Carmen de Patagones estimularon a un investigador de identidad oculta que, allá por los años 60 del siglo pasado, equipado con linternas de minero y buenas herramientas para cavar se lanzó –en el sigilo nocturno- en la búsqueda de los pasadizos misteriosos. El sujeto, viudo y solitario, desapareció de todo lugar que solía frecuentar. Se dice que hace una década un operario municipal que cavaba una zanja cayó en un pozo de 3 metros de profundidad que se abrió a sus pies. Salvó la vida del golpe, pero casi se muere del susto: en la caverna descubierta se halló el esqueleto del buscador de túneles perdido mucho tiempo antes. El relato agrega que un poco más allá, por el mismo paso subterráneo, se encontraron minúsculos restos humanos, que podrían haber pertenecido a bebés recién nacidos. La municipalidad ordenó que se tapara todo. Todo.

Un submarino en San Blas
La segunda guerra mundial ya había terminado, terminaba el invierno en el hemisferio sur. La vida en Bahía San Blas, la localidad costera a 100 kilómetros de Carmen de Patagones, transcurría serena, bucólica y siempre igual. Una parte de la población se volcaba esencialmente en las tareas de mantenimiento y servicio en el casco de la estancia de los Wassermann; otros se dedicaban a la pesca, que generaba abundante cosecha de cazones. Ocurrió en una madrugada de septiembre y aseguran haberlo visto un par de pescadores, por la zona de la playa de arena, cerca de La Rebeca, el chalet de playa de los richachones. En medio de la bruma y la fuerte rompiente, con mar de fondo, se divisó claramente la silueta de un submarino, que sobre los laterales de la torreta tenía pintadas cruces svásticas. Dijeron aquellos involuntarios testigos que desde la nave se disparó una bengala que reforzó la incipiente claridad solar y era la señal esperada por un grupo de personas que, a bordo de dos camionetas, llegaron rápidamente a la costa, al mismo tiempo que un bote acercaba desde el submarino a tres hombres robustos, otro bajo y enclenque al que ayudaron a desembarcar, y una mujer rubia, que se veía muy nerviosa. También, en sucesivos viajes desde el sumergible a la playa, fueron descargados varios bolsos y un par de baúles, que junto con los pasajeros fueron conducidos a la casa principal del pueblo. Una mucama le contó al panadero que los recién llegados sólo se comunicaban en su idioma con el dueño de la estancia, que permanecieron algunas semanas sin salir ni siquiera a los amplios jardines de la mansión y que al hombre mayor, que parecía enfermo, lo llamaban algo así como “meinfiure” y a la señora rubia le decían “fraueva”. Se fueron de noche, en un par de autos negros que empalmaron en la estación de José B. Casás con el tren que se dirigía a San Carlos de Bariloche.

Hasta aquí las cinco historias. Ninguna de ella real, ninguna comprobable con documentos escritos o dichos verificables. Solamente relatos que aparecen en las charlas de sobremesa.